Un gruñido.
De nuevo un gruñido.
Ceño fruncido y una tempestad de mal humor a la vista.
Kagome suspiró, derrotada. Sí, tenía que admitir que a veces ni siquiera ella era capaz de soportar las rabietas de su compañero de viaje. Tuvo que acelerar un poco el paso para alcanzar al rabioso chico, que no se daba cuenta de que la dejaba atrás con sus grandes zancadas. Cuando llegó a su lado él ni siquiera la miró, demasiado ocupado en maldecir en voz baja. Sus ojos dorados adquirían un tono rojizo por momentos, signo inequívoco de que estaba muy, pero que muy enfadado.
Llevaban más de dos horas caminando sin rumbo, en medio de un hermoso paisaje montañoso totalmente nevado. Una pequeña bruma cubría los picos de las montañas más altas, y la blancura de la nieve contrastaba con el vivo color verde de la hierba que crecía salvajemente en las laderas y en el pequeño valle que se veía muchos metros por debajo de ellos. El aire que respiraban era totalmente puro, la zona estaba completamente desierta salvo por las madrigueras habitadas por algunos animales. Francamente, se trataba de un paisaje de ensueño.
Pero nada, no había manera de disfrutar ningún paisaje gracias al humor del muchacho.
Kagome se frotó los brazos intentado aliviar el frío que la corroía, comenzando a contagiarse del mal humor de su compañero. No estaba molesta por el echo de que estaban perdidos en medio de la nada (cortesía de la genialidad de cierto monje libertino) ni por el frío cada vez más intenso, sino porque el cabezota que estaba a su lado solo podía pensar en cómo se ensañaría a golpes con su amigo en cuanto se reencontrasen, para hacerle ver que su “genial” idea había resultado ser un total desastre. Para un momento que tenían para ellos dos solos y él tenía que arruinarlo de esta manera.
Un gruñido amenazó con escapar de los labios de la chica, pero ella supo disimularlo muy bien transformándolo en una repentina tos. Su mal humor aumentó cuando se dio cuenta de que, hubiese gruñido o cantado a pleno pulmón con voz de pito, Inuyasha no se habría dado cuenta.
Comenzando a perder la paciencia y sintiendo la necesidad de parar a descansar y de entrar en calor, decidió intentar convencer a su amigo para buscar algún sitio donde pasar aquella noche, porque ya se había dado cuenta de que aunque retomasen el camino de vuelta en aquel mismo momento la noche les caería encima antes de que encontrasen rastro de civilización alguna.
Carraspeó levemente para aclarar su garganta y puso su mejor voz de “pobrecita yo” para ablandar al insensible chico que caminaba a su lado.
- Inuyasha...- lo llamó, intentando parecer cansada.- Por favor, paremos a descansar...
Por primera vez en una hora el chico se dignó a mirarla, aunque no detuvo su marcha.
- Estoy muy cansada- le aseguró la joven, con voz casi suplicante.- Además, dentro de poco anochecerá y no tenemos un sitio donde dormir.
Inuyasha hizo una mueca y se detuvo en seco, haciendo que la muchacha chocase contra él, incapaz de reaccionar tan rápido.
- Si nos paramos ahora perderemos mucho tiempo- comentó, soltando un bufido.- Además, como tú bien has dicho, anochecerá muy pronto, y aún no hemos encontrado ninguna aldea.
Kagome se dejó caer al suelo sin contemplaciones, extenuada por la larga caminata.
-Por favooooor... –suplicó como si fuese una niña pequeña a la que habían negado un capricho.
Inuyasha alzó los ojos al cielo.
- Oh, está bien.-cedió al fin.
A Kagome se le iluminó el rostro y se puso en pie de un salto. Comenzó a caminar con una velocidad sorprendente.