27 de Junio de 2015
Me desperté abrumada por la soledad de aquel lugar oscuro. El ambiente era cálido y húmedo, no se cuanto tiempo había pasado desde que me desmayé, pero la cicatriz de mi cabeza desveló que a penas habían pasado unas horas desde aquel infierno vivido en silencio. Mi rubio cabello estaba manchado por ese líquido que había salido de la pequeña herida de mi cabeza, que ahora, por suerte, ya estaba tratada, ya que le habían dado unos pequeños puntos para que cicatrizase lo antes posible. Estar tan sucia no me resultaba para nada agradable, pero los daños en mi ropa y mi pelo no eran nada comparadas con las marcas que había en mi piel. No solo estaba la brecha de mi cabeza,si no que a esta le acompañaban unos rasguños en las rodillas, unos moratones en las muñecas y brazos y una pequeña raja en la pierna. Pude encontrar respuesta a cada una de las marcas, la brecha de la cabeza de cuando me arrojaron un objeto, que por cierto aún no lo he identificado, los rasguños en las rodillas de cuando, tras haberme arrojado el objeto, caí desplomada por el impacto y los moratones en los brazos y muñecas no estaba despierta ni consciente cuando se produjeron, pero se que son del arrastre al subirme y bajarme del vehículo en el que me encontré durante las horas anteriores, pero la raja que perforaba mi pierna nada, no encontraba ningún recuerdo de antes de que me desmayase, ni tampoco nada que pudiese darse como posible hipótesis, por lo que decidí no darle importancia.
Después del shock de ver todos esos golpes en mi cuerpo, empecé a sentir el dolor que provocaba cada uno de ellos, unos más intensamente que otros, mi cabeza era un continuo bombardeo y no solo por el dolor físico, si no también psicológico, que estaba sufriendo. Estar en esta situación no era para nada agradable, mi cabeza era acribillada con millones de preguntas a las que yo no podía dar respuesta.
¿Dónde estoy?, ¿que hago aquí?, ¿quien o quienes han sido?, no podía contestarme a ninguna de las cuestiones, no podía tan siquiera plantearme nada, pero quien quisiera que hubiese hecho esto, quería verme sufrir, pero verme sufrir de verdad, quería provocarme un trauma que ningún psicólogo pudiese tratar y sobre todo, no solo quería hacerme daño a mi, si no también a mi familia y amigos que estarían preocupados hasta que consiguiese volver, si es que volvía, porque... ¿cuanto tiempo podría retenerme?, ¿era esto sólo un par de días o se trataría de meses o, lo que sería más preocupante, años? , ¿sólo querría retenerme o pensaba dar un paso más? Era muy joven para pasar por esto, valoraba mi vida como nada en el mundo y no quería perderla y menos aun en estas condiciones. También pensé en que quizá el secuestrador quisiese aprovecharse de mi, o quizá también provocarme mucho dolor físico, podría tener máquinas de tortura en otra sala o podía ser como en algunas películas dónde para poder escapar tienes que realizar una serie de retos dónde se pone a prueba tu capacidad de aguantar el dolor.
Decidí no volverme paranoica ni empezar a pensar cosas que pudiesen volverme loca, sabía que para poder volver a casa tenía que mantenerme cuerda.
Los últimos rayos de sol atravesaban la gran ventana translúcida que daba luminosidad a la estancia. Era una habitación de a penas 5 metros de largo por 4 de ancho. Las paredes, desconchadas, mugrientas, oscuras. Suelo de cemento, sin baldosas, sin azulejos, desnudo, pero no del todo. Los restos de heno que se habían desprendido del colchón vagaban por la gélida superficie, arropándola. Una cama se apoderaba de gran parte del espacio, se alzaba desde la esquina izquierda hacia la salida. Dormitorio despejado, desvestido, despojado y deshabitado.
Un último segundo de luz y, se hizo la oscuridad. La falta de luz era cegadora, el silencio ensordecedor y la soledad desgarradora.
Una a una, las gotas de agua se desprendían de la tubería, creando un suave tintineo al chocar contra la superficie de cemento. Único ruido que acompañaba a mis pensamientos incansables, único ruido que me hacía sentir el transcurso del tiempo, único ruido que acabaría por desvanecerse como se había desvanecido todo. Allí y en ese momento todo era efímero, nada perduraba.
En mi cabeza continuaban borrosos los recuerdos de esa misma mañana, pero se sentían tan lejanos... todo lo recordaba difuminado, no había imágenes claras, todo era como un sueño, una pesadilla de la que no podía despertar, me tenía atrapada de dónde no se podía escapar, al fin y al cabo no se puede despertar cuando ya estas despierto, no te puedes deshacer de una pesadilla si no es tu mente la que lo atraviesa, si no que eres tu quien la vive, aquello no era un mal sueño, aquello era la vida misma, de esa de la que no puedes escapar.
Los pensamientos se agolpaban haciendo que mi cabeza fuera un cóctel explosivo. No solo los momentos vividos esas últimas horas, aquellos que hacían que mi delicada piel se erizase. Si no también todos aquellos momentos vividos con familiares y amigos. Todos ellos se refugiaban en mi mente, esos 18 años recordados intensamente en cuestión de minutos. Años atrás pensaba que había soportado lo más doloroso que una niña podía soportar. Sí,aunque tuviese 18 años me consideraba y me considero una niña, cada uno puede ser quien quiera, yo puedo ser una niña si quiero, se puede ser mayor pensando como un niño y no hace falta ser inmaduro para pensar como tal. Había vivido desde cerca la intensa enfermedad que acosaba a mi hermano mayor. Le diagnosticaron un osteosarcoma, o como comúnmente se le llama, cáncer óseo o cáncer en el hueso. Le invadía toda la tibia izquierda cuando se lo diagnosticaron tras haber sido hospitalizado varias veces. Mi hermano jugaba al fútbol pero sufría lesiones constantemente y se quejaba de dolores en la tibia, lo que no nos imaginábamos es que pudiese ser eso. Para acabar con el cáncer tuvieron que extirparle el tumor, que al haberle invadido gran parte del hueso tuvo que acabar siendo una amputación de la parte inferior de la pierna. Tras unos meses de quimioterapia le dieron el alta pero él no pudo retoma su vida tal y como la conocía antes. Ya no pudo volver a jugar al fútbol y ahora para caminarse las tenía que arreglar con una prótesis, el daba gracias al cielo por no estar allí arriba, pero en sus ojos se notaba que añoraba la libertad que no sabía que tenía hasta que la perdió, la de poder correr, la de poder valerse por si mismo para hacer muchas cosas. Pero lo que más extrañaba era pasear por las calles de Madrid y ser uno más. Su minusvalía era visible a todos, la cojera se notaba mucho y en los ojos de la gente se reflejaba lástima al verle caminar, eran como si se compadeciesen de él. A él no le gustaba verse así, como un pobrecito al que la vida le había dado la espalda, el físicamente, salvando que parte de una de sus extremidades era inexistente, era un chico de 22 años sano y mentalmente era más fuerte que ninguno. Eso había sido difícil para mi, pero el hecho de encontrarme aislada de todos sin ningún medio con el que comunicarme se hacía imposible de soportar, para mi, era aterrador.
El cansancio psicológico en una situación así era enorme, por lo que cerré los ojos para intentar dormirme y también para alejar ese espantoso día de mi cabeza, no fue lo más sencillo, pero al menos, cuando uno está dormido, no tiene percepción del tiempo.