Capítulo #4:La Persecución

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Oliver no podía creer lo que escuchó de la boca del cura, él ya no sería el sacrificio. Debía de estar aliviado por eso pero no se sentía así, sintió culpa, rabia e impotencia. Millie no merecía ese castigo, era al parecer la única que no estaba consciente de la gravedad de lo que hacía el pueblo, no era una de ellos y ese era su pecado. No estaba seguro de lo que haría pero estaba renuente a no hacer nada, esperaría pacientemente hasta que se le diera una oportunidad de actuar. Su mirada se mantendría fija, observando cada diálogo y movimiento entre aquellas personas.

Apenas el sacerdote vió al hombre irse entre el follaje con su nueva encomienda, volteó su vista hacia la criatura con las manos juntas como señal de respeto. Sus planes cambiaron, lo que haría el momento de la ofrenda más tardío y por ende aquel monstruo que estaba a pasos de su persona se desesperaría con cada minuto que pasase al no ver su comida. Lo entretendría hasta la llegada de Amelia ya que su señor no tiene paciencia una vez es invocado.

—Oh gran señor, nos complace recibir su presencia como cada año—. El hombre se acercó a la criatura mientras sonreía, ocultando sus nervios.

—El...trato...comi...da—. La criatura abriendo sus fauces habló con dificultad en una voz gruesa y susurrante por las cuerdas vocales razgadas en el interior de su garganta que aún se recuperaban de su reciente transformación.

—En un momento su ofrenda le será cedida para su deleite, tuvimos un problema con su encuentro pero la logramos hallar a tiempo, en esta ocasión decidimos hacer una excepción y darle un sacrificio más apetecible como muestra de nuestra lealtad—. El cura empieza a temblar al ver como el monstruo no deja de mirarlo sin parpadeo alguno o amago de quitar sus ojos de su cara.

—El...muchacho...de...la carretera...lo quiero...a...él—. Su voz ya se empezaba a escuchar con más nitidez, pero su tono grutural no cambiaba. Sus ojos negros miraban fijo al sacerdote mostrandole dominancia, dandole a entender que sus palabras eran una orden que no admitía objeciones.

El sacerdote se había quedado sin palabras por la demanda de la criatura, no se esperaba que ya supiera del joven viajero que había llegado al pueblo. En esos momentos su sudor le recorría toda la espalda, surgiendo de sus manos y pies mientras intentaba formular una oración coherente en su cabeza, no tenía lo que le demandaba su señor y por su experiencia con cada ritual a través de los años sabía que el tiempo se le agotaba para asumir las consecuencias que le traería su falta de respeto, nunca había llegado a esos límites con la criatura pero no quería averiguar qué le pasaría si tentaba su efímera paciencia.

En ese momento se escuchan gritos a través de los árboles del bosque. El grupo de hombres mandados por el sacerdote a acompañar a Amelia a través del pueblo sostenían a la mujer que forcejeaba entre sus brazos, con signos de lucha tanto en ella como en el par de hombres que la sujetaban. La mirada de Amelia reflejaba miedo y confusión a medida que se acercaban a los pueblerinos y por ende visualizaba a la aterradora criatura entre ellos.

—¡Suéltenme!¿Que están haciendo?¡Sáquenme las manos de encima!—. Aumentaba su tono de voz cada vez más, empezando a soltar lágrimas de impotencia por sus intentos fallidos de escape y su inexistente libertad.

—Mi señor, aquí le presento su ofrenda—. Agachando la cabeza y levantando una mano para señalar la mujer el sacerdote suspira de alivio. Las personas de alrededor agachan la cabeza de igual manera, aunque algunos se muestran sorprendidos al principio, ceden a el gesto de su líder, aceptando el venidero perecer de Millie.

—¡No!¿Cómo pueden hacerme esto?No he hecho nada, no me dejen morir...—. La presentan al frente de la criatura, paralizándola en el lugar su miedo solo puede derramar más lágrimas a la vez que mira su vida pasar por sus ojos temblando.—Por favor—. Como último ruego le habla a la criatura que la observa.

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⏰ Última actualización: Jun 11 ⏰

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