Capítulo 42

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Kham Lezanger Zrlaj

En el sanatorio zansvriko llego a la habitación de Anneiméd, he estado pendiente de ella desde que fue trasladada por el incidente, sus heridas mejoran con lentitud. Vengo a verla tanto como puedo entre los nuevos compromisos que van llenando mi rutina. Hoy le traigo flores, manjares, y una botella de sangre de res, todo acomodado en una canasta.

Esta vez no la encuentro sola, Sestnev le está aplicando una pomada en las piernas.

—Si están ocupadas volveré en la noche...

—No es necesario —aclara su madre, una mujer que me vio crecer y que intentó inútilmente proteger a su hija de mí, que acabé lastimándola de todas formas —Acabo de terminar, y a Anne le hace bien conversar con alguien más que conmigo— Le besa la frente a quién está sentada a mitad de la cama, vestida con un camisón azul —Gracias —me dice a mí al despedirse, nos deja solos.

—Tus visitas se están volviendo cada vez más recurrentes —apunta con cautela.

—¿Te fastidian?

—Me hacen un honor.

—Pero también te preocupan... —adivino por su expresión corporal.

—Sí, por dos motivos. El primero es que le estés robando tiempo a los asuntos importantes.

—Entre mis prioridades está tu salud.

Me acomodo en frente suyo, compartiendo las sábanas que usa como si fueran un cojín. Se me hace tan sencillo perderme en su belleza apacible. Su efluvio natural apaga cualquier otro que pueda flotar en el aire que respiro para retenerla en mi memoria. La delicadeza que esparce me relaja en una serenidad para la que no existen palabras.

—¿Cuál es el otro? —pregunto atento a los movimientos de su garganta, cómo vibra con su voz dulce.

—Es posible que me esté acostumbrando a tenerte cerca —menciona con tono dócil.

Nuestras miradas se cruzan como si nos descubriéramos por primera vez, pero conscientes del problema que la revelación podría generar, y que involucra algo que también estoy sintiendo yo.

Pongo la canasta entre ambos, ladeándola más hacia su lado. Ella agarra alguna de las flores, comienza a anudar los tallos entre sí, juntando los pétalos en un renglón sinuoso, queriendo formar una figura.

—¿Me visitas porque te sientes culpable?

—Vendría por lo que fuera que estuvieras enferma. Sí asumo mi responsabilidad por lo que te pasó, pero no es lo único que me trae. Somos amigos.

—No tanto, la verdad—pone sobre su cabeza la corona de flores que acaba de tejer —Eso es lo más raro de esto. Nos conocemos, que es diferente. Nuestras reuniones siempre han estado limitadas a tratar asuntos de proyectos culturales, dada la especialidad en la que me desarrollo, pero a simple vista no hay nada personal que nos una, o al menos nada que hasta ahora reconozcamos. Aun así, me buscas a diario. Vienes con regalos, demuestras interés fuerte en mi convalecencia. Además, algo que ha estado ocurriendo desde nuestro reencuentro como adultos, y que se ha profundizado mucho más últimamente, es la manera en que me miras.

Anneiméd está hablando con una seriedad que me pone nervioso, mis propias expectativas me confunden.

—Estoy por recibir el alta— sentencia medio desganada —Cuando deje Montemagno voy a extrañarte, porque tus atenciones han impactado en mí, pero la ilusión es un error que no puedo permitirme.

Baja la cabeza, sacudiéndola suavemente otra vez, jadea avergonzada de su declaración.

—Es tan absurdo— se reprocha de inmediato.

—No lo es— reacciono, me atrevo asimismo a compartirle lo que pienso —Tengo ilusiones contigo desde que te vi bailando en el escenario. Me sorprendiste. Tan cálida y fresca a la vez, siendo arte místico, como una belleza mágica que reforzaba el sentido de una nueva vida, justo cuando lo necesitaba. Me diste a probar de esta paz que me cautiva cada vez que estamos juntos.

—Basta —pide tranquila, levantándose y cruzando los brazos contra su pecho —Si este trato no viniera de ti, estaría segura de que juegas conmigo.

—Yo jamás...

—Es obvio que no tienes malas intenciones— interrumpe —Pero no te das cuenta de que la sinceridad contenida también duele —suspira hondo, esquivando la mirada unos instantes como si tomara una decisión —Sé lo que sientes por mí. Lo delata tu cuerpo, lo refleja cada palabra que elijes, es una verdad manifiesta entre los dos que nuestros labios no se atreven a confesar. Yo tengo claro por qué callan los míos. Sospecho que tus motivos coinciden.

—Lo dudo mucho. No puedes saber lo que me contiene.

—Eres el Zrlaj— deja caer sus hombros con resignación absoluta —Yo soy hija de una esclava liberta y de un miembro de la guardia de tu padre. No reniego de mis raíces. Hago mención de ellas como un blasón que no se acopla a aquel del que provienes tú. Dices que somos amigos, lo acepto, me complace, anhelo que siga siendo así porque privarme de ti por completo sería un pecado, pero por favor, no continúes con gestos o actitudes que involucren emociones más íntimas, porque no sé cómo manejarlas sin corresponderlas.

—Perdóname. Anneiméd, tus orígenes sí tienen un peso, pero valioso. Pocos vampiros son tan fieles e íntegros como tus padres, mi casa les debe mucho. Yo también. Tu sangre nunca la consideraría inferior, al contrario, en ella sobra valor, servicio, dignidad, y rectitud, cualidades que incluso faltan en una parte de mi familia. Esa falta de virtudes es precisamente lo que me mantiene distante de ti, lo que me impide ceder a esto. Sumado a eso, desde mi nacimiento se me impuso un curso. De una u otra forma, lo quiera o no. Tú y yo compartimos las mismas visiones, no habría nadie mejor que tú para entender el Montemagno que me gustaría hacer posible, pero solo un egoísta te condenaría a pertenecer a un mundo del que yo mismo varias veces he querido escapar. La seguridad y la paz de quiénes me son importantes están por encima de cualquier cosa, tú me importas mucho. Un buen número de vampiros que han alcanzado el poder terminan rápidamente muertos, locos, o hartos. Y particularmente en torno a mí hay amenazas que te alcanzarían si ocurriera algo más entre nosotros.

—Dices que el valor corre en mis venas, pero lo pones en duda al sugerir que mi valentía no alcanza para enfrentar los peligros a los que te refieres, sean cuales sean. Dices apreciar el espíritu de servicio que me fue heredado, pero prescindes de él. Yo no sé nada de política, pero te daría mi apoyo incondicional en lo que pueda ser útil. No tendría cómo ayudarte a tomar decisiones como lo hace ahora nuestra zrasny con el Zethee, pero sostendría tu fe para que confíes en las tuyas. Mi entendimiento en los juegos de poder es nulo, pero mi compromiso contigo no conocería límites. Sin duda te llenaría de momentos de serenidad que alivien el peso de tus responsabilidades.

Su virtud y buen carácter brillan tanto como sus ojos, con una seguridad que debilita mi vacilación. De repente pienso que si Arismierda descubre lo que Anneiméd significa para mí, ella correrá peligro en cualquier caso. Solo juntos podría cuidarla.

—Lo que me mueve no es la ambición, ni la sed de gloria. El señor de los cadáveres despeja su camino con muerte, orgulloso de su nombre, yo lo quiero detener. A él, a lo que representa, porque todo lo que él proclama es lo que está mal en el mundo, y solo desde la cabeza puedo sacudir los cimientos.

—Tus ideales serán los míos, Kham Lezanger Zrlaj León, no nada más porque te amo, sino porque creo en lo que transmites.

—No me complica si el amor es una razón. Para mí tú eres una por la que mis planes toman forma. Tú también estás entre las personas que amo y, por tanto, eres parte esencial de mi deseo por cambiarlo todo.

Se lanza hacia mis brazos, la recibo a tiempo. Su proximidad me incita a aspirar su aroma directamente de su piel suave. La temperatura de su cuerpo se funde con la mía, que arde con pasión cruda. Me regula a su antojo, disfruto mucho que lo haga. Mis instintos despiertan, lucho por reducirlos al simple impulso de un beso acaramelado con sabor a una promesa que comienza hoy. 

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora