Thestrals

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Angelina estaba contenta, contemplando a su equipo volar por el campo. Ron había sido seleccionado para ser el Guardián de Gryffindor, aunque la presión no era algo que sobrellevara tan bien como debería. Harry practicaba con él y Ginny todas las tardes; la cicatriz había mejorado, tanto como la relación con Ginny desde aquel desplante que tuvieron semanas atrás.

—No tienes por qué disculparte, Harry —le había dicho Ginny en el desayuno el día después de aquella noche.

Hermione le había preparado un brebaje para su mano, y la cicatriz de a poco desaparecía. Y se notaba, pues Harry volaba mejor que nunca. Ginny, por su parte, era brillante como cazadora, y Ron tenía sus altibajos, provocados por la presión y las miradas. Harry le había visto bloquear tiros imposibles de Ginny mientras entrenaban solos, sin nadie mirando, pero también hacer cantadas insólitas durante los entrenamientos, cuando los Gryffindor observaban a sus jugadores volar. Aunque Harry agradecía que Angelina valorara a Ron tanto como él, pues sabía que tenía potencial y que solo necesitaba confianza para ser el Guardián que haría campeonar a Gryffindor. Sin duda, Angelina era una gran capitana.

—Chicos, les digo que si volamos así, somos campeones —dijo Angelina en los vestuarios después de aquel entrenamiento.

Todos abandonaron el campo, y Harry se fue junto a Ginny y Ron a la sala común, pues tenía deberes suficientes como para no dormir. Encontraron a Hermione tejiendo calcetines, ahora con magia, aunque ya le salían mejor y era todavía más productiva.

Octubre daba paso a un frío que calaba los huesos. Harry seguía soñando con aquella puerta indescifrable y lidiando con las tareas que se acumulaban. A la par, sentía las miradas acusadoras de sus compañeros y las burlas que resonaban a sus espaldas.

El chico tenía muchas ganas de saber de Sirius. Desde que había regresado a Hogwarts, su padrino no lo había contactado ni una sola vez.

—No puedes, Harry —le advirtio Hermione sin separar la mirada del Profeta esa mañana—. Es muy peligroso que le escribas. Recuerda, es un convicto.

Harry se desanimó; odiaba que Hermione tuviese razón en aquello.

—¿Qué tanto lees? —le preguntó Ron mientras se llevaba a la boca una pierna de pollo.

—¡Alguien trató de entrar al Ministerio a la una de la mañana! —expresó Hermione sorprendida—. ¡Sturgis Podmore!

—¡No jodas! ¿el de la orden del...?

—¡Shhhhhh, Ron! —espetó la castaña, haciendo que el pelirrojo bajara la voz.

—¿Crees que hacía algo para Dumbledore? —preguntó Ron a sus amigos, ahora en voz baja.

—No lo sé —respondió Hermione—. Pero lo mandaron seis meses a Azkaban.

—Lo tengo —dijo Harry, lo cual desconcertó a sus dos mejores amigos.

Deberes y más deberes fue el resultado de aquel día. Nada había cambiado; las clases de Umbridge eran tan aburridas como ver crecer la hierba.

—Página veintinueve, niños, lean y recuerden, no se permite hablar, mmmjuju —recitó Umbridge paseándose por los pupitres.

—No se permite pensar —respondió Hermione con ironía y en voz baja.

Seguía siendo pésimo en pociones, pues Snape lo ponía cada vez más nervioso.

—¿A eso le llamas una poción, Potter? —decía Snape, mirando con desdén el brebaje que, a decir verdad, no era tan malo. Estaba seguro de que no era peor que el de Neville, que era una sustancia viscosa que se había quedado pegada en el caldero. Al menos el suyo era líquido.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora