1. Inspector García.

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Es la primera vez que se encuentra consciente de estar dentro de su nuevo apartamento. No sabe cómo ha llegado hasta allí, pero las sábanas abandonadas por la moqueta desgastada le narran que ha pasado la noche en el lugar. No es, sin embargo, la primera ocasión en que su disciplina para y con la Dr. Castro se ve comprometida.

Recuerda vagamente haberse encontrado tambaleando dentro de estas mismas paredes, sin prestar atención a la libreta que ahora tiene el placer de tener su mirada fija entre sus hojas amarillentas. Parado junto al pequeño televisor, con las palmas apoyadas en la cómoda y a medio vestir, reconoce que tenía la esperanza de que los rayos del sol le ayudaran a asimilar la falta de cronología mental.

16, 21, 2... Sus huellas marcan las esquinas del papel, moviéndose rápidamente entre renglones vacíos. Desde que recibió el permiso médico, Gustabo se ha convertido en una persona meticulosa con las fechas anticipadas. Le resulta inconcebible apoyar la cabeza en la almohada sin antes tener papel y lápiz en mano.

No es la primera vez, se recuerda.

Su cuello se dobla exhausto hacia adelante y sus ojos se cierran en un intento desesperado por encontrar respuestas. A lo lejos, como un suave ronroneo felino, el característico sonido de las ruedas sobre el asfalto del automóvil que ha sido su compañero durante gran parte de la última década se acerca cada vez más a las delgadas paredes de su pequeña cueva. No es hasta que lleva la mitad de los botones de su camisa militar abrochados que logra salir de su nube de ensueño, el claxon un pitido constante en el vecindario.

― ¡Vamos, bomboncito de fresa! ―uno, dos, tres, asegura su funda de pistola, coge su gorra y sus gafas y se da un vistazo en el espejo. Uno, dos, tres. Con las llaves en mano se acerca a la ventana. Un sonriente Isidoro se asoma por la ventanilla baja del Z, desde adentro. Le toma un segundo recordar que hoy se reincorpora al Cuerpo― ¡Gustabiiitooo!

― ¡Para ya, gilipollas! ―la voz se le quiebra e instintivamente lleva una mano a su garganta. Palpa su teléfono móvil en el bolsillo trasero mientras se separa del marco y camina hacia la entrada. Justo antes de salir, su olfato se ve envuelto en un deje de frutos secos, pero lo descarta tan pronto huele sus axilas― ¡Como oiga otro pitido más me aseguro de abrirte un expediente yo mismo!

No sabe si Isidoro le presta atención, solo sabe que cuando está frente a él, se le olvidan los cigarrillos y esa mano extendida con un paquete arrugado es todo lo que necesita para tranquilizarse camino a la comisaría. Se sienta de copiloto y casi se atreve a confesar que ha extrañado la rutina, hasta que sus dedos rozan el cartón húmedo en su palma y entonces la conversación cambia de dirección.

― ¿Pero qué me has dao? ―exclama mientras apretuja un cigarro entre labios y se esfuerza por abrocharse el cinturón con la mano izquierda. Isidoro le ofrece el fuego de su mechero en cuanto le acerca el rostro― ¿Por qué están mojaos?

―Mm, lo único que puedo decirte e' que ha sido una noche agotadora, Gustabo ―luego de varios intentos, una pequeña flama le permite dar una calada que termina difuminando el corazón rapado de su alumno en medio del relato. Le observa el porte a pesar de ello, curioso.

―Pues no veas las ojeras que me llevas ―no puede evitar una mueca de desagrado en cuanto inhala el humo por segunda vez. Ugh. Isidoro pisa el acelerador.

― ¿Y nada más? ―éste le echa una mirada ansiosa, una pequeña sonrisita tirante hacia arriba― Y ya que está mírame la piel también, ¿no? Mira, reluciente ―se palmea las mejillas, virando entre sus dos perfiles. Se le escapa una secuencia de risa aguda― He pinchado hasta la colchoneta acuática en medio de la movida, Gustabo.

Gustabo retira el cigarrillo de sus labios y lo observa detenidamente. Su boca se seca, seguida por el paladar. Es un acto instintivo, sus manos se mueven rápidamente en busca del taser, a pesar de que se enreda con la puerta y el cinturón. La mano de Isidoro lo detiene en el aire justo cuando está a punto de darle una colleja. Pronto abandona toda idea de pelea y simplemente se resigna a apoyar su cabeza en el asiento, respirar hondo y esperar que el día transcurra sin complicaciones.

6969 › FREDDYTABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora