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Suguru se dirigía a su habitación después de rechazar la oferta de Satoru para salir a cenar y pasar más tiempo juntos. Su amistad cambió drásticamente después de la trágica muerte de Riko Amanai. Satoru logró sobrellevar mejor la tragedia, mientras que su amigo, Suguru, se quedaba cada vez más atrás, lo cual frustraba al albino. No sabía cómo expresar su apoyo más allá de invitarlo a salir o llevarle comida de vez en cuando. Suguru había perdido bastante peso, con ojeras cada vez más profundas, lo cual contrastaba con su imagen pulcra. Aunque mantenía una higiene impecable y su cabello peinado en un molote perfecto, su piel aún impregnada con el dulce y cálido aroma de su perfume de sándalo. Esta imagen cuidada de sí mismo hacía que las personas no se percataran de la realidad.

Gente estúpida, pensaba Geto, ¿Qué tenía que ver su imagen cuidada con su actual estado mental? Todos los días observaba su reflejo en el espejo, se preguntaba a sí mismo por qué se esforzaba tanto en mantener esa fachada pulcra. La imagen de su cabello perfectamente peinado y el aroma sutil de su perfume de sándalo se volvían absurdos contrastados con el remolino de emociones negativas que lo envolvía.

Cada ojera más profunda y la pérdida evidente de peso no eran perceptibles para los demás, eclipsadas por la aparente higiene intachable y la meticulosa presentación. Sin embargo, Geto sabía que esta cuidada imagen no reflejaba la tormenta interna que lo consumía.

Se cuestionaba a sí mismo, sintiéndose como el más estúpido de todos por no pedir ayuda directamente. El espejo parecía devolverle la mirada, desafiándolo a confrontar sus propias debilidades. ¿Por qué se aferraba a esta máscara de fortaleza cuando en realidad se sentía tan frágil por dentro?

-¡Suguruuu! ¡Vamos a cenar, yo invito! - exclamó el albino con voz alegre.

-No, gracias. - dijo el azabache. - Acabo de cenar - sonrió amargamente.

Ambos sabían que era mentira. Antes de que Satoru pudiera convencerlo, Suguru se dio la vuelta para dirigirse a su habitación. El albino solo soltó un suspiro pesado, liberando su frustración. Se giró para continuar con su camino.

Suguru recordaba la invitación de su amigo camino a su habitación a pasos lentos y torpes, luciendo como un zombi. Comenzó a sentir arrepentimiento por rechazarlo de esa manera. Su amigo solo quería ayudarlo, ¿no? Se sentía un completo idiota, pero no podía hacer nada en este momento. Odiaba esa sensación de impotencia. ¡Maldición! Era uno de los hechiceros más fuertes de esta era, pero aún así se sentía tan débil, sin ningún poder en absoluto.

Tenía a Riko enfrente de él. Podría haber hecho algo si hubiera reaccionado unos segundos antes. Quizá ella seguiría aquí... En su mente, comenzó nuevamente ese remolino de emociones negativas que lo envolvía; arrepentimiento, tristeza, furia, por mencionar algunas. Comenzaba a estrellarse en su mente. Tomó el pomo de la puerta con fuerza.

"-Malditos monos...-" murmuró con odio en su voz.

"-Lo noté-" exclamó una extraña voz.

Suguru detuvo sus movimientos, parpadeó varias veces y giró su cabeza hacia donde escuchó la voz. Le tomó varios segundos reaccionar.

"-¿Huh?-" logró formular.

Estaba tan distraído en sus pensamientos que no logró sentir la presencia que lo estaba observando, algo extraño en él; era la primera vez que le pasaba. Su ceño se frunció al notar a una chica al lado de él mirándolo. Él le dio una inspección con la mirada de abajo hacia arriba. La chica era mucho más pequeña que él, no era delgada pero tampoco estaba pasada de peso, su cabello atado en una trenza que sobresalía por el hombro derecho, de color castaño claro. Le dio otra mirada a sus facciones: ojos grandes de color avellana, labios pomposos y su nariz era regordeta, lo que hacía que luciera más tierna. Levantó una ceja; nunca había visto a esta chica en su vida, pero de cierta forma le resultaba familiar.

URÓBORO || Geto SuguruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora