Capítulo 1: Noche oscura.

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No escribo esto con la intención de que me crean, eso ni siquiera me importa, pues tengo la firme esperanza en que al menos una persona lo hará. Sin embargo, se me hizo pertinente desahogar mi mente con algo mientras paso los días aquí encerrado. Y lo único que en verdad logra tranquilizarme es la escritura, bueno, al grano, pido disculpas a cualquiera que lea esto si a veces me desvío de los temas que intento narrar, pero debo hacer énfasis en que me cuesta mucho mantener la calma. Por eso es que necesitaba hacer esto. Vaya, solo digo incongruencias, disculpa lector por la verborrea. Ahora sí, empiezo:

Él despertó abriendo y cerrando lentamente los ojos como si conscientemente tratase de hacerlo, con dramatismo, como en esas películas y videojuegos donde los malos raptan al chico bueno y éste se despierta, sólo que aquí había una diferencia, él no era uno de los buenos, y yo tampoco.

Sé perfectamente el modo en que despertó pues aunque me hallaba ocupado afilando mi cuchillo, lo observaba con mi visión periférica. Por la frente del tipo corría un hilo de sangre proveniente del lugar donde lo había golpeado para dejarlo fuera de combate. Frente a él, aun dormida, estaba una chica, su nombre incluso hoy me es desconocido, a fin de cuentas, ¿a quién le importa?

Ella cumpliría un pequeño papel en esta obra. Pequeño, pero trascendental eso sí.

El tipo tenía una pierna rota, eso podía agradecérselo a una rama que me encontré cuando iba por él, me pregunto si era roble, quizá otra cosa, lo único que tengo en claro es que al golpearse la rama y la pierna ambas se hicieron pedazos exclamando un crujido que casi sonó como un lamento. El tipo se quedó allí gritando de dolor, pero nadie lo ayudaría, de eso estaba seguro, y aunque lo hicieran, yo me encargaría de arreglar las cosas con ayuda de Margaret; Fuera como fuera, lo mejor era no arriesgarse a que las cosas se salieran de control, así que callé sus aullidos y súplicas con un fuerte golpe en la frente con el sobrante de la rama, quizá era pino, no lo sé y ya no interesa, ¿verdad?

La chica, una gorda, en realidad obesa. De esas que se miran al espejo y solo logran sentir dos cosas: odio y repulsión, pero en lugar de enfrentar el problema solo se quejan mientras se atragantan de frituras viendo la TV.

Seguramente sobrepasaba los 120 kilogramos, pero la verdad es que no era fea, de hecho, poseía unos preciosos ojos verdes que eran prodigiosamente exaltados por un cabello negro hermoso. Nada de esto es importante a decir verdad, solo lo digo para hacer tiempo de ir recabando y acomodando recuerdos.

La chica estaba físicamente intacta. Con ella usé tranquilizantes, y se rindió ante mí con gran soltura una vez que estos hicieron efecto.

Te preguntarás como me fue posible manejar semejante peso y la respuesta es Cattiveria. Mi querida Cattiveria.

Dejé de afilar mi cuchillo y las cosas fueron tal como lo esperaba, el tipo no era un simple pobre diablo, no, sino que era un pobre diablo rudo. Y para eso me había hecho de la chica, pero me temo que me adelanto a los hechos, y eso para mí, que no me considero un mal escritor no es bueno, así pues, para contar esto como se debe necesito ir a mi habitación algunas horas antes.
Eran las ocho de la noche, quizá un poco más tarde pero no mucho.

Mi habitación estaba oscura, solo una luz grisácea proveniente de un pequeño radio y la luz filtrada por debajo de una gruesa cortina la alejaba de la penumbra absoluta. Yo descansaba en un banquillo con la espalda apoyada contra la pared, mi cara apuntaba directamente hacia arriba por lo que lo único que podía ver era el techo, y lo veía pero no lo miraba. Mi brazo izquierdo puesto sobre la mesa en la que acostumbraba escribir a diario recordaba la postura de los donadores de sangre, mi brazo derecho tenia agarrada por el cuello una botella de whisky barato a la cual solo había dado un sorbo enorme que la dejó casi a medias.

La mirada de Maxand.Where stories live. Discover now