¿Y por qué no?

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Me he reconciliado con la paz, me senté junto a su presencia y no sentí la necesidad de acelerar. Tampoco de esperar o decir algo más, simplemente en mí la guerra no cabía más. Fui adicta a muchas adrenalinas, a la intensidad misma de ciertas sensaciones que necesitan una sobreestumulación continúa. Entre tanta demencia llegué a creer que el caos me pertenecía. Celosa de su magnitud, de la forma en la que algo en el pecho me movía, no podía aceptar la quietud, la calma ni su armonía. Me seducía el vaivén, la inestabilidad, el sube y baja o el ir y venir. Me aferraba a ese tira y afloja, a esa cadena rota que no me aseguraba más que el dejarme ir. Al candado que ante cualquier click cede, el control que con cualquier pila enciende.

Pero de tantas marcas entendí que puedo sentir mucho más en silencio que entre los gritos de mil conflictos, que encuentro más diversión en el recorrido tranquilo que hace mi colectivo por las mañanas que en las corridas que hacía para no dejar que la paz con todo su temeroso silencio me alcanzara. Una parte de mí jamás entendió cuál era el mal que ejercía, la irremediable y repetida equivocación de enturbiar lo que tanto costó entre cientos de litros de agua limpiar. Me acostumbré tanto a las tormentas, a llover, explotar y vivir dividida, que cuando algo se resolvía y el caudal a su ritmo volvía, una parte de mí deseaba otra vez la repetida movida. El sube y baja, el todo o el nada, el salto, la ansiedad a ciegas, las defensas al mando... me acostumbré tanto a sobrevivir golpes sencillamente esquivando, que cuando la paz finalmente me abrazaba, yo sin reconocerla, la soltaba. Porque no era capaz de comprender la vehemencia de su esencia, la real naturaleza que la embargaba y lograba hacerme sentir... aparte. Porque la confundía con vacío, con aburrimiento, con una espera que se la volaba el viento. Porque no quería estar apartada, pero tampoco podía dejar que la mierda me salpicara y... no puedo hacer ambas, entendí que para lograr ciertas cosas tengo que dejar ir otras, que el control va en contra de la naturaleza insana de la vida, y que no puedo volcar más en un vaso que ya está por otras sustancias repleto. Tengo que soltar algo, aunque en algún momento haber conocido ese dolor me haya reconfortado, es imposible vivir el día a día como si fuese un campo minado. Como si la adrenalina de saber que estás justo en el límite de pisar bien o quedar despedazado. No se puede simplemente seguir avanzando. Ya he perdido mucho, muchas de mis fuerzas ya he desperdiciado. Aprender me ha relentizado, sí, pero algo por lo que seguir me ha dado. La paz ahora es mi mayor consejero, la compañía certera que antes que cualquier cosa prefiero. Y le brindo mi prioridad. La protejo, porque hacerlo es quererme, y después de cada cagada ya pisada es... invaluable sentir que algo bueno estás logrando, a gatas abandonaste le pozo en el que infinidades de veces te ahogaste. La paz no es para cualquiera, quizás no sea ni para mí, tan divina y complicada acepto algo de caos para el estancamiento prevenir, pero aun así... me he reconciliado. 

Luján Amaya

PENSAMIENTOS DE UNA CHICA DE PELO AZUL | #1 EscritosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora