Edward hoy duelen un poquito más.

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Claire

Cuando echo la vista atrás y pienso en los días de Acción de Gracias que viví junto a mi madre en Greenstone, siempre recuerdo la noche en la que Edward Marshall nos invitó a cenar en su casa con él y su familia. A pesar de lo ocurrido después, sigo recordando aquel día con un cariño especial. Quizás porque mamá y yo siempre habíamos pasado aquella fecha a solas. Quizás porque por aquel entonces Edward ya se había convertido en alguien importante para mí. Quizás porque nunca antes había visto unos manteles más elegantes o unos centros de mesa más bonitos que los que vi aquel día. Fue un Acción de Gracias increíble, con una comida deliciosa, en el que Edward se esforzó por hacernos sentir cómodas, a pesar de que su mujer se mostraba fría y distante, como si tenernos allí le causara una enorme irritación. No éramos sus únicos invitados; en la mesa había otros conocidos de la familia Marshall, pero Edward nos prestaba atención sobre todo a nosotras.

Han pasado muchos años desde entonces, Edward Marshall ha muerto y yo me encuentro en un estado de conmoción tal que, después de conocer la noticia, le he pedido a Oliver que me trajera a casa para poder estar a solas y pensar. Las contradicciones fluyen en mi interior de tal forma que lo que creo que debería sentir y lo que siento chocan de forma dolorosa. No debería sentir tanta tristeza por el culpable de que mi vida se hiciera añicos, sin embargo, la siento. La tristeza brota de mi pecho en cascadas incontrolables.

Estoy en pijama, en el sofá, bebiendo un poco de vino mientras miro el exterior a través de la ventana del salón. Es una noche fría y oscura, una de esas noches sin luna ni estrellas donde el cielo parece un gran agujero negro en el que bien podría estallar el fin del mundo. Desde donde estoy apenas se ve el edificio de enfrente, ahora iluminado por decenas de ventanas en las


que familias enteras celebran este día conmemorativo tan valioso para nuestro país. Me pregunto si Oliver ya habrá vuelto con los suyos. Espero que sí. He tenido que sacarlo de aquí a regañadientes porque pretendía pasar la noche aquí conmigo, sin embargo, prefiero estar sola.

Necesito pasar este duelo en soledad.

Doy un sorbo a la copa que tengo entre las manos y recuerdo nuestro reencuentro de hace unas semanas. Han pasado tantas cosas desde entonces que apenas he tenido tiempo para pensar en ello, sin embargo, en este momento, con la muerte de Edward sobrevolándome, me doy cuenta de que, en cierta forma, me alegro de haberlo visto una vez más antes de morir. También recuerdo el sobre que me dio. Me hizo prometerle no abrirlo hasta que hubiera muerto. Movida por ese pensamiento, me levanto del sofá y voy en su busca. Encuentro el sobre en el primer cajón de la cómoda de mi habitación y lo sostengo entre mis manos unos segundos, analizando su grosor. No tengo la menor idea de lo que hay en su interior. Rasgo un poco el adhesivo que lo cierra, pero me detengo al instante. No sé si estoy preparada para ver lo que hay aquí dentro. No sé si quiero enfrentarme a

esto ahora, conmocionada aún por la noticia de la muerte de Edward.

Titubeante, decido volver a dejar el sobre dentro de la cómoda, a buen resguardo.

Creo que necesito unos días para hacerme a la idea de todo.

Y con esto en mente, regreso al salón para sentarme de nuevo en el sofá, frente a la ventana, dejando que mis recuerdos naveguen un poco más en el pasado, allí donde los recuerdos de Edward hoy duelen un poquito más.

Entre Leyes  y Suspiros (Libro 2: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora