La vida de recién casados es una maravilla, sé que el constante romanticismo no durará para siempre, pero al menos deseo disfrutar de estos días llenos de ternura que me mantienen embobado.
Ya han pasado varias semanas desde que nos casamos, vamos casi a completar dos meses, donde durante el primer mes tuvimos nuestra luna de miel, una que, para el caso de Joshua y Fredrik se alargó más de lo que todos tenían previsto.
Tampoco es como si me sorprendiera, ellos para su luna de miel decidieron emprender un viaje en barco, queriendo recorrer las diversas islas que se encontraban relativamente cercanas a la nuestra, donde debido a la cercanía, no necesitaban un barco tan grande, sino que emprendieron un viaje en un barco más pequeño donde sólo estarían ellos.
En mi caso, mi luna de miel consistió en recorrer los diversos lugares de este sitio, donde pasamos un poco más de un mes conociendo a gente muy agradable, además de comiendo diversos manjares que mantenían mi estómago lleno.
Visitamos muchos parajes, había vistas increíbles que llegaban a sorprenderme por lo lindo que era todo.
Claro que una vez regresamos al pueblo, Leo comenzó a trabajar y yo debía ayudar en otras cosas, incluso estoy aprendiendo a crear vestimentas. Aún soy un aprendiz, estoy recién aprendiendo a bordar, sin embargo, es divertido pasar mi tiempo haciendo este tipo de cosas.
Entre mis ocupaciones también están los quehaceres de nuestro hogar, donde me aseguro de tener todo ordenado y listo para cuando Leo llega exhausto de aquellas plantaciones donde hace diversos trabajos pesados.
Lo positivo es que, a pesar de estar cansado, tiene tiempo de consentirme.
Hoy, por ejemplo, cuando desperté Leo me trajo el desayuno a la cama, consiguiendo que una sonrisa boba se generara en mis labios y aún no soy capaz de borrarla.
Ya es mediodía y no puedo evitar presumir que mi esposo me ha llevado el desayuno a la cama, donde algunas de las chicas comentaban que sentían envidia en un tono de broma, añadiendo también que me robarían a mi esposo.
—¿Ya te vas? —me preguntó una de las costureras cuándo comencé a guardar mis cosas.
—Sí, debo llevarle de comer a Leo— le respondí.
—¿Puedes llevarle el almuerzo a mi esposo? Tengo a mi niño enfermo y no quisiera dejarlo solo tanto tiempo— me decía un poco preocupada.
—Claro— respondí rápidamente.
Durante todo el tiempo que he pasado aquí, he visto como ha estado constantemente chequeando a su hijo, quién se encuentra en su cama descansando. Por suerte, su casa está casi al frente de este lugar, por ello, no le tomó mucho tiempo ir hasta su casa y entregarme las cosas que debía darle a su esposo.
El viaje hasta las parcelas de los huertos no me tomaría demasiado, por ende, monte a mi caballo y disfruté del agradable clima que había hoy.
Una vez estando allí, busqué al esposo de Teresa y le entregué su almuerzo, incluso hablé un poco con él, antes de buscar a mi esposo, quién con una hermosa sonrisa me miró una vez llegué a su lado.
—Es hora de comer— le dije meciendo sutilmente la canasta donde le llevo su almuerzo, logrando que soltara una risita antes de despedirse de sus compañeros.
Nosotros buscamos un sitio fresco y un poco apartado, buscando de cierta forma, intimidad para conversar libremente y de paso, buscaba darle su almuerzo frente a un sitio con bonitas vistas, llegando a la orilla de un río bastante llamativo, donde Leo aprovechó de refrescarse un poco, mientras esperaba que yo acomodara todo sobre un mantel.
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El cocinero del capitán
Novela JuvenilDurante largos meses trabajé arduamente para ser parte de la importante tripulación de un reconocido político de mi país, donde me alisté para ser asistente de cocina. Mi objetivo era viajar por el océano hasta la gran capilla donde un grupo de sace...