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Lo extrañaba.

Lo extrañaba mucho más de lo que su corazón podía soportar.

Extrañaba sus ojos, esos ojos color café que recuerdan a un chocolate caliente que cuando lo tomas se transforma en un sentimiento reconfortante para tu corazón. Sus ojos brillantes, alegres y llenos de vida, esos que lo apreciaban como nadie nunca llegó a hacerlo, los que veían en él todo un futuro maravilloso.

Extrañaba su pequeño lunar bajo su ojo derecho, aquél que relacionaba con una dulce chispita de chocolate, que adoraba observar y besar cada noche cuando se quedaban a dormir juntos.

Extrañaba aquella cálida sonrisa que le mostraba cada vez que se veían pasar, la sonrisa que hizo que se acercaran con el pasar de las semanas, la que resultó en un suave beso aquella noche cálida de julio en su cumpleaños.

Extrañaba sus labios, esos labios no tan delgados ni tampoco tan gruesos, esos labios perfectos de un color rosa claro dado por el chapstick sabor fresa que le regalaba como costumbre cada mes, esos labios que adoraba tocar con su dedo pulgar, acariciándolos con delicadeza para luego besarlos entregándole todo su amor en ese toque de movimientos armoniosos y suaves.

Extrañaba su cuello, lugar en el que se dejó sentir lo que nunca había podido, ofrecido por su amado para reconfortarlo cada que lo necesitaba, en dónde lloró lágrimas amargas cada que su cabeza decidía jugarle una mala pasada, lágrimas de alegría cada vez que sentía su corazón lleno de amor dado por su novio, lágrimas de impotencia cuando sentía que todo se derrumbaba a su alrededor y no podía hacer nada al respecto.

Extrañaba su pecho en dónde encontraba un aroma a vainilla y café que amaba oler cada que se recostaba en él, fundiéndose en un plácido sueño con la persona que consideraba su lugar seguro.

Extrañaba verlo, sentirlo, apreciarlo y amarlo.

Pero.

El hecho de que San hubiera decidido aceptar a alguien nuevo en su vida no era algo común. Como siempre un chico reservado, para nada sociable, que evitaba cualquier contacto cercano con personas a menos de que fuera sumamente necesario.

Hasta que llegó él, Jung Wooyoung. Un ser agradable, extrovertido, que amaba conocer a personas nuevas y que por palabras de cercanos era casi imposible no caer por su dulce corazón. Y así fue, San cayó por él, dejó que todas sus paredes se derrumbaran, que todas sus barreras fueran rotas y todas sus limitaciones fueran sobre pasadas; porque lo que le hacía sentir Wooyoung era algo que nunca había sentido antes.

Se enamoraron profundamente en muy poco tiempo, hicieron caso a sus deseos, se buscaban el uno al otro todo el tiempo, algo apresurado tal vez, pero que para ellos se sentía como si un par de meses se trataran de años.

San lo recordaba mejor que nada, cuando lo vio entrar por la puerta del salón ese primer último día, con una sonrisa brillante y ojos emocionados, veía la felicidad personificada, lo que le pareció curioso, puesto que nunca había visto a alguien que pudiera irradiar tanta positividad hasta que lo conoció a él. En ese momento conectaron miradas, un par de ojos opacos con otros brillantes que empezaron a llamarse mutuamente, como si el destino hubiera hecho ese momento preciso para conocerse. Wooyoung se sentó a su lado, no solo porque era la única silla vacía (conveniente ¿no?) sino porque esa conexión había despertado una curiosidad en el recién llegado por aquel chico de cabellera rubia, ojos pequeños y mandíbula afilada.

-¡Hola! -saludó enérgico una vez había puesto sus cosas sobre la mesa.

-Hola -devolvió el saludo haciéndose el desinteresado.

-Mi nombre es Jung Wooyoung -sonrió. -¿Y el tuyo?

-Choi San -respondió volviendo a conectar sus miradas.

Poción de Amor || woosan osDonde viven las historias. Descúbrelo ahora