Revelaciones y chimeneas

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Harry escribía y escribía sobre el pergamino, rodeado de tres libros a un lado, mientras la madrugada se desplegaba ante él. Se encontraba en la gran y majestuosa sala común de Gryffindor. A pesar de creer estar al corriente de todos los deberes, estos parecían interminables. Ron se había quedado dormido en el sofá frente a la chimenea, sumido en un sueño profundo mientras leía, y Hermione había apoyado a sus amigos quedándose despierta mientras tejía gorros y calcetines.

De pronto, unos pasos apresurados hicieron que tanto Harry como Hermione voltearan hacia la escalera que daba hasta las habitaciones de las jóvenes brujas. Una hermosa chica pelirroja descendía por las escaleras. Su cabello lacio y brillante caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando su rostro, donde unos pómulos bien definidos resaltaban su expresión. Sus ojos azules brillaban con una mezcla de sorpresa y curiosidad al ver al trío de oro reunido y en vela. Y sí, los tres, pues Ron se había despertado como por instinto.

—Ginny —dijo Hermione—. ¿Qué haces despierta? —preguntó la castaña con algo de preocupación en su voz.

—No puedo dormir —respondió Ginny, acercándose al sofá donde estaba su hermano, que ahora trataba de volver a la realidad.

—Ronald, termina de estudiar —expresó Hermione con tono de regaño, a lo que Ron, sin decir ni una palabra, solo posó su vista ante aquel libro que le esperaba solemne. Aunque bastaron unos segundos para que el pelirrojo cayera de nuevo en los placeres oníricos.

Harry volteó a ver a Ginny, y esta también volteó para verlo.

—¿También con deberes? —comentó Ginny al ver que Harry no decía nada.

—Sí —respondió Harry con una leve sonrisa, antes de desviar su mirada hacia el suelo.

—Qué bien —dijo Ginny, clavando sus ojos en el mismo punto que él, como si ambos buscaran una respuesta silenciosa en las mismas sombras, sin encontrar las palabras adecuadas.

—¿Estás bien, Ginny? —comentó Hermione, al ser testigo de aquel momento tan incómodo.

—Perfecta —respondió Ginny, aunque sin tanta seguridad.

—¿Algún problema con Michael? —volvió a preguntar Hermione, curiosa. Harry, que ya se había girado para volver a su redacción de "los beneficios con respecto a los arbustos autofertilizantes", aguzó el oído; eso sí le interesaba.

—Nada, solo que es un idiota —comentó Ginny con una expresión de molestia.

—Es un chico —respondió Hermione, divertida. El comentario hizo reír a Ginny, a lo que Harry rápidamente respondió sin pensar:

—No todos somos así.

Hermione lo miró con cara escrutadora y, después de una sonrisa picaresca, le preguntó:

—¿Quién no es así, Harry? Quizá a Ginny le interese saberlo.

Ginny se quedó esperando la respuesta; parecía no sospechar nada de los sentimientos que Harry había desarrollado por ella todo el verano. Harry, por otro lado, se ruborizó por completo y, sin siquiera voltear, respondió nervioso:

—Ron.

Ron, al escuchar su nombre entre sueños, despertó de nuevo y volvió a su libro sin preguntar nada.

Ginny miró a Hermione extrañada y la de cabello rebelde y una astucia inefable la miró de vuelta con una sonrisa. Pero antes de que alguien dijera algo más, algo golpeó uno de los  ventanales de la sala común, haciendo que todos volvieran la mirada hacia ese punto. Era una lechuza, color negra, como la noche misma, que llevaba en su pico una carta. Ginny se aproximó hacia el ave, tomó la carta y le dio unas pequeñas caricias, que a Harry le parecieron lo más tierno que había visto nunca, y por fin, el ave partió de nuevo, perdiéndose en la noche de trémulos truenos. El frío de noviembre había llenado la sala común al entrar por la ventana, así que los cuatro se acercaron a la chimenea con la carta.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora