Saúl Borth, un joven de 27 años, ingeniero de software en la prestigiosa firma tecnológica "InnovaTech Solutions", se sumía en la tranquilidad de su pequeño apartamento en un apacible día de descanso. La luz tenue del sol acariciaba las cortinas mientras Saúl, con elegancia y porte, hojeaba un libro, sumergiéndose en las páginas con una concentración inquebrantable. Su figura esbelta, de aproximadamente 1.88 metros, irradiaba una determinación que trascendía más allá de su presencia física.
Ajeno al mundo exterior, Saúl disfrutaba de la compañía de una taza humeante de café, cuidadosamente colocada sobre la mesa junto a él. Su rostro, enmarcado por una mandíbula firme y unos ojos avellana expresivos, reflejaba no solo la sabiduría de un ingeniero de software, sino también la profundidad de un alma inquisitiva.
Sumido en la cotidianidad, Saúl contemplaba las páginas del libro con concentración, ajeno a la inminente disrupción que estaba a punto de desencadenarse. De repente, un ruido estruendoso sacudió el edificio, haciendo vibrar las ventanas y provocando que la taza de café se volcara, derramando su contenido en el suelo.
El sonido del estruendo creció, como si la mismísima tierra estuviera protestando contra fuerzas desconocidas. Saúl , desconcertado y con el corazón latiendo con fuerza, abandonó su lectura y se acercó a la ventana. La vista que se desplegó frente a él era aterradora: una misteriosa lluvia de sangre empezó a enrojecer el paisaje.
Como un oscuro velo que caía del cielo, el entorno se pintaba con tonos ominosos. Saúl, desconcertado, observaba la transformación del paisaje que alguna vez fue familiar. La sangre que empapaba la tierra parecía llevar consigo los secretos de un evento cósmico que desafiaba toda explicación lógica.
En su mente inquieta, Saúl sentía cómo la curiosidad se entrelazaba con el miedo. ¿Era este fenómeno el inicio de una profecía antigua o el despertar de fuerzas que desbordaban la comprensión humana? La ventana se había convertido en un portal hacia lo desconocido.
Preso del miedo, Saúl no lograba comprender la magnitud de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. En su mente, un enjambre de pensamientos pesimistas nublaba cualquier intento de racionalidad. La incomprensión se manifestaba como una sombra oscura que se extendía por cada rincón de su ser, paralizándolo en un estado de desconcierto.
Aún temeroso de enfrentar el panorama apocalíptico que se desplegaba fuera de su refugio, Saúl se aferraba a la pantalla de su teléfono, buscando respuestas en las redes sociales. Vivía en la gran ciudad de Eclipsis, y su piso, situado en el número 13 de la Calle Lunar, era ahora un enclave de incertidumbre.
Las redes sociales, por lo general bulliciosas con la cotidianidad, se convirtieron en un eco aterrador del caos global. Publicaciones desesperadas de personas de diferentes partes del mundo se desplegaban ante Saúl como una sinfonía de angustia. Noticias en la televisión repetían el horror.
Intentó llamar a sus padres, pero las líneas estaban saturadas, las redes colapsadas. Un escalofrío recorría su espalda al darse cuenta de que no estaba solo en este torbellino. El mundo entero compartía la incertidumbre, cada ciudad, cada rincón, estaba envuelto en el mismo manto de desesperación.
Aterrado.
La vista de Eclipsis, una vez bulliciosa y vibrante, era ahora un paisaje distorsionado por el terror. La ciudad se encontraba sumida en una oscuridad impregnada de sangre, y Saúl, en la penumbra de su apartamento, se aferraba a la esperanza de encontrar respuestas y, quizás, una forma de enfrentar lo incomprensible que se cernía sobre él y el mundo entero.
El tiempo transcurría con pesadez desde el estruendo inicial, y la lluvia carmesí, aunque disminuía su intensidad, persistía como un recordatorio constante de la realidad distorsionada. En medio del silencio roto solo por el suave tintineo de gotas esporádicas, Saúl se encontraba atrapado en una incertidumbre que se densificaba con cada minuto que pasaba.
Ante la ausencia de respuestas, la determinación de Saúl se elevó. No podía permanecer pasivo mientras sus pensamientos lo atormentaban con imágenes de la tragedia que podría estar ocurriendo fuera de su puerta. La falta de comunicación con sus padres lo impulsó a querer ir a su departamento para asegurarse de que estaban bien.
El olor putrefacto que se filtraba por la ventana se mezclaba con la ansiedad que colgaba en el aire. Saúl, consciente de los riesgos que podría enfrentar al salir, finalmente decidió a ir en su búsqueda.
Su mente, afilada por la urgencia y el instinto de supervivencia, ideó un plan. Buscaría una ruta hacia la casa de sus padres que minimizara la exposición a la lluvia carmesí, no sabía a ciencia cierta si esta era tóxica pero tampoco quería comprobarlo. Tras una inspección rápida de su apartamento, encontró unas gafas de esnórquel, que le servirían para proteger sus ojos, un impermeable que, aunque modesto, podría ofrecerle una capa adicional de defensa, unas mascarillas para aguantar el hedor que se había apoderado del entorno, unos guantes de cuero sintético que hacía años no usaba, un pantalón de chándal con el que solía ir a correr todas las mañanas y unas botas pantaneras.
Con paso decidido, Saúl, envuelto en la incertidumbre y el olor acre del entorno, se preparó para enfrentar lo desconocido. Las calles de Eclipsis, ahora envueltas en una penumbra siniestra, aguardaban su exploración.
El corazón de Saúl latía con fuerza mientras se preparaba para abrir la puerta hacia lo desconocido. Sin embargo, en el momento exacto en que su mano rozaba el pomo, un sonido rompió el silencio que se había apoderado de su apartamento. Alguien llamaba a la puerta con golpes apresurados y desesperados.
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Reflejos del apocalipsis: un diario en ruinas
AdventureEn las páginas de "Reflejos del apocalipsis: un diario en ruinas ", los destellos de una narrativa extraordinaria centellean. En el tranquilo día de descanso de Saúl Borth, las trompetas celestiales irrumpen con un estruendo apocalíptico, desencade...