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 Para hacer una llamada, ya fuera a la policía o a mi mamá, tenía que subir al ático o al tejado

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 Para hacer una llamada, ya fuera a la policía o a mi mamá, tenía que subir al ático o al tejado. Antes me había parecido terrorífico, pero después de lo que había visto en los congeladores, sentía el ático como unas vacaciones relajantes. Si en una casa normal el ático es donde guardan basura y muebles viejos, imagina en la mansión Banister, donde hay eso en el resto de las habitaciones. Allí había mobiliario más antiguo que el meteorito que destruyó a los dinosaurios. Cortinas de telarañas zigzagueaban en el techo y bichitos de humedad rodaban por el suelo. 

 Me incliné bajo una biga caída y escuché la respuesta de mamá:

―¿Sangre?

 Ella estaba cocinando con Rei, lo sabía porque siempre que lo hacían juntos ponían la canción de la piña colada. Me la imaginaba junto a una tabla con verduras picadas en cubos, apretando uno de sus oídos para bloquear el sonido de la radio y frunciendo el ceño.

 ―¡Sí, sangre! En bolsas, de hospitales. En botellas. En frascos. En... en ¡En tarteras, mamá! Había sangre en tarteras.

 ―...

 ―¿Mamá? ―caminé por el ático esquivando muebles viejos y buscando señal―. Mamá, ¿me oyes?

 Creí que la había perdido hasta que escuché la voz de Rei susurrando:

 ―¿Encontró...? ¿Qué encontró?

 ―¡Mamá!

 ―Sí, cariño. Estoy aquí ―Silencio otra vez―. Ahora que lo pienso ―Silencio―, tu abuela sigue una dieta china. Es sangre de pato. Sé que es un asco, pero la beben en sopa. Se llama pinyin. Es típica de Shanghái. Googlealo, es verdad.

―¡Qué!

 Mamá siempre había sido una madre relajada. En primaría me decían que tenía suerte de tener una madre tan buena onda, ella no me regañaba y su única regla era que fuera feliz. De pequeña me dejaba ver televisión hasta altas horas de la noche, vestir como quisiera, saludar a los adultos cuando me diera la gana y jugar en el patio sin importar si estaba lloviendo. No sé si eso la convertía en buena madre o en mala, pero lo que sí sé es que ella siempre estaba de buen humor. Jamás se guardaba un cumplido y siempre mezquinaba las críticas y quejas. Mamá vería un vaso medio lleno como una piscina olímpica. Pero, aunque ella fuera una santa amante de lo libre y diverso debía tener sus límites. El mío, por ejemplo, era la sangre de pato. No supe qué responder cuando me dijo que la abuela bebía eso.

 ―La consumía y cocinaba cuando estaba consiente, ahora que pierde la memoria, seguro se olvidó que la tiene...

 ―No, mamá, eran muchos congeladores. Bastantes. Litros y litros. ¿Para quién iba a cocinar sopa de pato? ¿Para toda China?

 ―Déjalo así, amor. 

 ―¡Es raro mamá!

 ―Pero a ella le hacía feliz, la comida china era su pasatiempo. Ya. 

La sangre de Blythe Banister [ONC 2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora