Tras el velo

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...God knows the only mistake that a man can make
Is trying to make a woman change and trade her violets for roses

Se conocieron en la universidad. Haerin iba por los veinte y Minji recién cumplía los veintitrés.

Fue interés instantáneo, intenso y poderoso. Minji recuerda haberla visto por primer vez en las mesas de la biblioteca, frunciendo el ceño tras un libro titulado: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel.

Le sorprendió ver a una chiquilla como ella leyendo un autor tan polémico en la sociedad. No sabía mucho acerca del tema, pues Historia jamás había sido su fuerte en la escuela, pero le pareció adorable el cómo la niña arrugaba la nariz bajo una mirada analítica.

Traía puesto unos lentes de marco azul marino, que lucían hermosos en ella. Parecía tan inteligente y sabia pasando cada página en un movimiento elegante que sus ojos permanecieron unos minutos más posados en la joven de cabello castaño.

Quizá fue mucha la potencia de su mirada, y terminó avergonzándose cuando fue descubierta por la dueña del libro.

Ese pequeño gesto, el sentir sus mejillas calentarse mínimamente, fueron suficientes para Minji para saber que algo sería especial.

Kim Minji jamás se avergonzaba, mucho menos cuando le atraía una chiquilla.

Sin embargo, el sonrojo pasó a segundo plano y sus labios se curvaron hacia arriba cuando la muchacha fue quien enrojeció.

La tenía.

No necesitó de las siguientes interacciones para confirmar que tenía a Haerin entre sus manos.

Esa misma tarde se acercó a ella con una sonrisa coqueta, su chaqueta de cuero abierta y sus pupilas sin despegarse del rostro de quien sería su futura todo.

Minji era rápida, ágil, sabía jugar. Haerin parecía ser lo contrario, tímida, introvertida y siempre sonrojándose.

Se complementaban de manera que el mundo jamás comprendería.

Minji era rojo; pasión, intensidad, locura. Haerin azul; melancolía y tranquilidad, una especia de nube que lloraba con facilidad, cada lágrima cayendo como lluvia y regando los céspedes más secos de la ciudad.

Y juntas, su mezcla, era el morado. Morado como las violetas, las flores favoritas de Haerin que siempre sonreía en grande cuando la mayor le compraba un ramo y se las dejaba escondidas en su bolso, con cartas de amor tan dulces que nadie sería capaz de creer el alma poeta que Minji poseía.

Siempre en su bolso, jamás en sus manos. Porque su amor floreció eternamente en un jardín escondido tras la maleza marrón que tejía una barrera entre ellas y el mundo. Una que no les permitía confesar su verdadero amor: una relación romántica, platónica, mucho más que eso... Una danza etérea, un abrazo en exceso, susurros que pintan un lienzo de pasión entre dos almas que se unen cada día para formar una sola cosa: violetas.

Ni en sus más perfectos sueños Haerin podía imaginarse gritándole al mundo cuánto amaba a Minji, porque eso no solo destruiría a su familia, la destruiría a ella. Sus padres, de ningún modo, aceptarían que su hija saliera con otra mujer, porque en la sociedad que vivían, aquello era uno de los peores pecados que se podía cometer.

Tacharla de cobarde, como muchas veces Minji se empeñó en llamarle entre discusiones, no sería del todo justo con la niña. A ella la criaron para obedecer a sus mayores, a quienes le dieron la vida. Los señores Kang eran adinerados y muy bien acomodos, y se encargaron con total éxito de crear a una hija perfecta. Una que no reclamaba y aceptaba, una que no discutía cuando algo no le parecía y se limitaba a agachar la cabeza, una esclava, una marioneta. Una muñequita de porcelana, frágil e indefensa.

tras el velo | catnipzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora