Prólogo

120 16 65
                                    

Mis pies no dan para más, el estruendo a mi espalda es desgarrador y yo lo único que puedo seguir haciendo es correr. Deslizarme entre el espesor del bosque, procurando no tocar nada que pueda dejar mi olor en alguna rama, tronco o incluso la propia hojarasca del suelo. Sin embargo, sé que a pesar de mis múltiples esfuerzos por huir me acabarán encontrando. Parecen siempre conseguirlo.

Un recuerdo se arremolina en mi mente mientras busco un lugar seguro.

«La verdad será revelada en el momento más oportuno, Adrianne, debes ser paciente», me dijo el oráculo, más no puedo ser ya sosegada. No tengo tiempo, y tampoco tengo fuerzas.

Un traspié hace que mi cuerpo se tambalee hacia el suelo. Caigo, escuchando como las pisadas se hacen cada vez más claras detrás de mí. No importa cuánto intentemos evitarlo. La guerra siempre nos alcanza.

Giro mi cabeza, desde mi postura entre la tierra y los hierbajos, y me arrastro hasta las raíces protectoras de un viejo olmo. El murmullo se vuelve cada segundo más nítido; se pueden escuchar gritos, gruñidos, réplicas. Mis ojos vagan por el bosque en busca de aquello que se avecina, impaciente, inquieta. Y todo lo demás consigue desvanecerse de mis pensamientos mientras observo una figura alta y robusta acercarse a mí a paso raudo.

—Tú... —consigo articular, al fin, mi garganta seca no puede aceptar el sabor desagradable que se forma en su interior. Miedo y desesperación reciben al conocido, mientras que mi más temible pesadilla se hace realidad.

Hermandad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora