Capitulo 3

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  Samuel

Luego de caminar durante mucho tiempo llegué a la casa, estaba mojado pero no fue sino hasta que llegué que me di cuenta de que también estaba descalzo, seguramente había dejado mis zapatos en el lago. Me di una ducha y me cambié de ropa, revisé la habitación de mis padres pero ellos no habían llegado de su paseo. Regresé a mi habitación y me senté junto a la ventana a leer mi libro favorito de poesía y frases. Leí una y otra vez la misma línea “…el amor es la peor de las maldiciones…”, cuánta verdad en una sola frase. Así pasaron horas hasta que mis padres llegaron.

—¡Hola, hijo! —dijo mi padre mientras abría la puerta de mi cuarto —¿Cómo te fue hoy?

—Me fue bien —le respondí sin sacar la mirada del libro.

—¡Hola, cariño! —exclamó mi madre antes de acercarse y darme un beso en la frente —¿Otra vez estás leyendo ese libro?

—Si.

—Si estás leyendo ese libro es porque algo pasó —agregó mi padre.

—No, no pasó nada, solo fui al lago.

—¿Al lago? —preguntó mi madre sorprendida.

—Si, fui al lago y me senté a orillas del agua.

—Ya entiendo, el lago hizo que recordaras a Juan, por eso estás leyendo ese libro.

—Ya les he dicho que no mencionen su nombre —les supliqué con la voz quebradiza —salgan de mi cuarto, por favor, quiero dormir.

Mi madre salió de la habitación pero no sin antes darme otro beso en la frente, mientras que mi padre solo me miró.

—No importa cuántas veces leas ese libro, ese día nunca desaparecerá —dijo mi padre antes de salir.

—Lo sé, él es la peor de mis maldiciones — susurré.

Tu peor maldición: mi más dulce sufrimiento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora