Podría hacer lo que yo quisiera, podría haber estudiado medicina, podría haber sido una astronauta, reportera, actriz, contadora o súper estrella.
¿No era ese nuestro lema? ¿El de esta generación ?. "Puedes ser lo que tú quieras ser".
Lema creado por publicistas, durante los noventas, para vender miles de juguetes, pero trascendió en el conciente colectivo. Las niñas, podemos ser lo que queramos. Y es en esencia, magnífico, pero nos creó esta necesidad de grandeza, una grandeza que en la madurez, resulta en desgaste. Las chicas del "se lo que tu quieras ser", ¿qué tal que quiero ser ama de casa? o una simple cocinera? ¿O qué tal que solo quiero sentarme en mi cama y dejar que las horas pasen antes de tener que ir a trabajar nuevamente, ganar dinero y pagar a tiempo la siguiente cuenta de luz ?
Suspiro, si, sé que estoy cansada, la verdad es que si quiero la grandeza, si quiero el reconocimiento y si, quiero ser la mejor en mi campo.
Y eso creía yo, hace un par de semanas, creí que era la mejor asistente del mundo. He pasado 4 años, desde que salí de la universidad, lado a lado, con la magnífica doctora lucia Vega, la talentosa y reconocida médico cirujana pediatría más importante de los últimos años. He pasado 4 años trabajando para ella, y durante mucho tiempo creí que en esa grandeza yo también habia participado, pero en esencia ella es la grandiosa, era ella la que pasaba horas tomando a niños rotos y enfermos, puntada a puntada, corte a corte, los armaba, los re construía y sobre todo, los curaba. Era ella la que pasaba horas, días, meses y años, en el estudio de enfermedades, sus causas y curas.
Lucia no tenía tiempo para cosas normales, no tenía tiempo para lavar su ropa, o para pasear a su perro, no tenía tiempo para ordenar su 300 libros de anatomía. Menos para comprarle un regalo a sus padres, en su aniversario o para recordar el cumpleaños de sus colegas. Ahí entraba yo, su eficiente y discreta asistente.
