~11. En tierras sombrías (1ª parte)

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A paso ligero y aliento acelerado, Leone seguía la pista del jinete oscuro, que se alejaba de la gran llanura, con la esperanza de encontrar un camino libre de vigilancia hacia las tierras shaktienses.

Su aspecto sucio, cubierto de sangre y cenizas pegados a sus ropajes y a su castaño cabello, le hacía parecer una alimaña a ojos de terceros.

—Ni siquiera he entrado en territorio shaktiense, y ya he tenido que matar a varios de ellos—murmuró jadeando el chico—, debo estar alerta si quiero seguir con vida.

Leone se detuvo a pensar en sus muertes, se quedó paralizado.

«Eran vidas, las he puesto fin... ¿por qué no siento remordimiento?»

Dimitri lideraba la marcha del grupo de dominantes en el cenagal shaktiense.

Los andares aparentemente firmes y decididos de Renoir contrastaban con su rostro nervioso y alerta.

A su derecha, Aja mantenía los ojos bien abiertos mientras giraba la cabeza hacia los lados, como queriendo visualizar el desolado panorama y comprender cómo una ciénaga, que debería tener vida y regeneración, estaba tan marchitada y carente de alma.

—Aquí no hay vida—susurró la muchacha, su tristeza reflejada en sus verdosos ojos y su rostro llamaron la atención de Renoir que le tranquilizó agarrándola de la mano.

—Tranquila, solo estamos de paso Aja—le respondió el chico con una sonrisa, el semblante nervioso de la joven se disipó al instante—, saldremos enseguida.

Dimitri levantó el brazo en señal de detención hacia los jóvenes dominantes, a la vez que cabeceaba lentamente observando el decadente paisaje nublado por la humedad e intoxicado por putrefactos cadáveres de diferentes criaturas que encontraron su fin en el desanimado lugar.

A lo lejos vislumbró, entre la neblina, una criatura abrazada a un pequeño tronco de árbol talado que les miraba fijamente.

Su piel, teñida de un verdoso tóxico, se mezcla con restos de carroña que recubren sus cuatro patas, otorgándole una apariencia grotesca. Sus ojos, marchitos y decaídos, emiten una mirada suplicante hacia la dominante, como si imploraran algo que solo ella pudiera comprender.

La simbiosis entre la criatura y el entorno cenagoso creaba una escena surrealista, donde la desesperación y la decadencia convergen en una imagen que cautiva y perturba a partes iguales, o al menos eso le pareció a Aja.

—Aja, Renoir, poneos detrás de mi—ordenó el caballero, mientras rodeaban a la grotesca criatura pisando los charcos superficiales de la ciénaga.

Habiéndola dejado atrás, Aja preguntó sobre su naturaleza, Dimitri, con cara de repugnancia respondió:

—Son seres ancestrales, especies que nos dominaban en el pasado, fueron debilitados gracias al legendario Ruy Miria, quien nos libró de la esclavitud a la que nos sometieron... solo para que nos esclavizáramos entre nosotros mismos.

—Estaba abrazando un árbol—dijo Aja apenada mientras se volteaba a mirarlo de nuevo, la grotesca criatura giró ansiosamente su cabeza imponiéndole la mirada, motivo por el cual la dominante se la retiró abruptamente acompañado de un suspiro nervioso.

Unos pies después, cuando el cansancio y la falta de aire puro comenzaban a hacer mella, una patrulla shaktiense encaró a los dominantes.

—¡Forasteros—gritó el capitan de la patrulla—! No deberíais estar aquí.

—Vamos de peregrinaje a la ciudad, dejadnos pasar—respondió Dimitri, sus ojos llenos de desconfianza desafiaban la mirada del capitán.

Aja miraba con cara de circunstancia y Renoir hizo alusión al número de ellos, siendo siete los dominantes enemigos.

A.R.C.A.N.U.MDonde viven las historias. Descúbrelo ahora