Cupido, un europeo con enanismo

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Al frente de la Plaza de Mayo, en lo más alto del edificio In-Corporation. Justo en el último piso y tras la puerta que da ingreso a la oficina del CEO, una mujer de unos 40 años bien llevados está escribiendo en su computadora haciendo resonar cada tecleo en la habitación, sin despegar los ojos de la pantalla. Está concentrada en esa única tarea, hasta que un joven apuesto de rostro ovalado y traje azul intenta llamar su atención al golpear la puerta de su oficina.

—¡Adelante! —confirma Sam con una voz gruesa y profunda. El hombre ingresa a la sala con un ramo de tulipanes rosados, amarillos y rojos, mirándola con sus ojos grises y lanzándole una sonrisa de dientes perfectos.

—¿Alguna novedad, Andrés? —pregunta levantando su mirada, esperando a que le dijera algo importante.

—La novedad es que la mujer más hermosa del mundo será premiada por su belleza esta noche. —Ella observa con desgano, a través del cristal de sus anteojos, como Andrés se inclina sobre su escritorio para dejar el racimo de flores.

—Qué bonito —responde, sin siquiera fingir una sola pizca de cortesía por ese regalo, y continúa con su trabajo. El sujeto no acepta el ser ignorado. Andrés intenta captar su atención como fuera y su arrogancia es su más grande motivación. Coloca una caja sutilmente decorada con un moño sobre la mesa.

—Compré una caja de bombones del «Señor chocolate» para compartirlo entre los dos.

Andrés abre la caja para exhibir unas figuras de corazones y bastones de chocolate. Un sentimiento de desagrado despierta en la mujer al ver las golosinas.

—Detesto estos chocolates, son demasiado dulces y sus comerciales son tan repugnantes que se me van las ganas de comerlos.

Andrés suspira hastiado. Su paciencia cede ante su odiosa actitud.

—¡Vamos Sam! ¿Podrías dejar de hacerte la difícil?

—¡Ya te lo he dicho, no salgo con mis empleados! —el joven se apoya sobre el escritorio y se dirige hacia ella, arqueando una ceja.

—No lo tuviste en cuenta cuando nos revolcamos detrás de los vestidores en la fiesta del año pasado —Sam se sonroja y se levanta de su silla indignada.

—¡Lo que paso esa noche fue un error! —el donjuán responde endulzando su mirada, relajando su postura y entonando un texto romántico con una voz llena de confianza y aparente sinceridad en sus palabras.

—Lo que pasó esa noche no fue ningún error. ¿Acaso te das cuenta de que estamos destinados a estar juntos?

Sam se cubre el rostro, fastidiada por cada palabra —¡Oh! ¡Por favor!

—No tienes idea de lo enamorado que estoy de ti. Cada vez que me cruzo contigo en la oficina o en cada reunión, me desconcierta tu belleza, tu notable presencia y seguridad. Eres una mujer tan llena de vida, tan majestuosa, tan digna de apreciar. Esa noche en la que conectamos nuestros cuerpos y se hicieron uno con tanta pasión, me di cuenta de que eras la persona con la que quisiera estar para siempre. Si me dieras la oportunidad de compartir mi vida contigo, podríamos hacer cualquier proyecto juntos.

Sam relaja sus hombros y le responde lo que piensa al respecto.

—¡Por última vez! ¡No te voy a dar un aumento!

Andrés se aparta de su escritorio, ofendido y cambia el tono de su voz.

—¿Crees que esto es por la plata? ¡No, Sam! Estás equivocada. Es una lástima que mi amor no me sea correspondido. Pero Si vos no crees en mis verdaderos sentimientos entonces.... seamos íntimos amigos.

Una vez más Sam se lleva una mano a la cara, impaciente.

Alguien está oculto detrás de la ventana que da hacia la calle, violando la privacidad de ambos. De espaldas parece ser un bebé cabezón con rizos dorados en pañales, un aspecto muy familiar a los querubines de toda pintura euro centrista difundida en la sociedad occidental por los imperialistas. Pero de frente se ve claro que es un hombrecito panzón de vientre peludo, frente calva y cansados ojos azules. Guarda un costal de flechas de punta de corazón en su espalda, con un arco en una mano y una botella de whisky en la otra.

—¿Acaso no estás acostumbrado a que te digan "NO"? —dice Sam.

El hombrecito se pone en posición para lanzar una de las flechas, el blanco es la cabeza de esa mujer, lanza su primer tiro y rebota como si impactara contra una superficie de metal.

—Andrés, sé que no haces esto porque estas enamorado de mí. —a Sam se le viene a la mente todos los rumores de la oficina acerca de la posible homosexualidad de Andrés, pero prefiere no mencionar el tema para no tener problemas.

El enano hace otro intento, esta vez lanza la flecha hacia su corazón, pero la flecha se rompe como al intentar penetrar una placa de hielo.

—¡No me hagas perder el tiempo! —su voz suena firme y la acompaña una mirada intimidante.

—No te daré privilegios laborales o económicos tan solo porque tuvimos sexo una vez —para cerrar de una vez la discusión, le ordena que regrese al trabajo.

Andrés cruza la puerta mientras susurra —Ya veremos para la próxima, borracha bragas sueltas —dice resentido, lo bastante bajo para que su jefa no lo escuche.

Cupido bebe un sorbo de whisky, derrotado al no lograr su objetivo, se marcha tambaleándose y murmurando con su voz ronca de borracho.

—Parece que la magia no funciona con perras.

Corazoncitos de chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora