VIII - Música, por favor

3 0 0
                                    


Las pruebas de sonido se habían prolongado más de lo esperado. Desde la parte de atrás, espiaba el escenario mientras los técnicos instalaban el equipo, cruzado de brazos los veía extender cables por todos lados para conectarlos a los instrumentos, amplificadores y micrófonos. Aburrido, los veía. En los vestidores, las chicas se tomaban su tiempo para prepararse, Samuel por otro lado había tenido que ir a la clínica a atender un caso de urgencia y no sabíamos cuándo vendría, si se acordaba, por lo que los ánimos de los chicos y mío no estaban en su mejor momento.

—Se siente bien volver a tocar después de tanto tiempo —dijo Sebastián estirándose, con su sorprendente capacidad de ver el lado bueno de las cosas cuando todo está irremediablemente mal.

—Sí, al menos nos mantenemos ocupados —respondió Javier, los ajustes de su batería con precisión. Sus ojos reflejaban una mezcla de nerviosismo y determinación.

Mientras tanto, Sebastián revisaba una y otra vez las cuerdas de su guitarra , concentrado en cada detalle como si la perfección fuera la única salida. Era evidente que todos estábamos ansiosos por volver al escenario, pero la ausencia de Samuel pesaba sobre nosotros como una sombra.

—Creo que deberíamos empezar a ensayar aunque no esté aquí —propuso Sebastián, rompiendo el silencio que se había instalado en el camarín.

Asentimos con la cabeza, conscientes de que cada minuto contaba. Sin embargo, una parte de mí seguía preguntándose por la ausencia de Samuel.

De repente, el sonido de una puerta que se abre interrumpió nuestros pensamientos. Todos volteamos hacia la entrada con la esperanza de ver a Samuel, pero en su lugar apareció el técnico de sonido.

—Chicos, lo siento, pero parece que hay un problema con el micrófono principal. Va a llevar un poco más de tiempo arreglarlo —anunció con pesar en la voz.

Suspiré con resignación. Parecía que las dificultades no querían abandonarnos esa noche. Sin embargo, en medio de la incertidumbre, una idea comenzó a gestarse en mi mente.

—¿Y si probamos una versión acústica mientras tanto? —propuse, mirando a mis compañeros con determinación—. No necesitamos el micrófono para eso.

Sebastián sonrió, contagiando su optimismo al resto del grupo.

—¡Buena idea! —exclamó, levantándose de su asiento—. Vamos a dar lo mejor de nosotros, sin importar las circunstancias.

En ese momento las chicas salían del vestidor de al lado, listas para la actuación, al comentarles acerca la situación con los micrófonos, ellas también accedieron a tocar versiones acústicas. Con renovado ánimo, nos pusimos de pie y nos dirigimos hacia el escenario. Todavía no era la hora de la función, pero ya había unas pocas personas rondando las inmediaciones del recinto; al vernos sobre el escenario se acercaron curiosas, Sebastián explicó brevemente de la situación y, con el sentido del humor que lo caracterizaba, dijo que esto venía a ser un unplugged improvisado, y que se sintieran afortunados de escuchar estas versiones inéditas de nuestras canciones.

Las risas y aplausos se mezclaron en el ambiente mientras ajustábamos nuestros instrumentos. La atmósfera relajada del unplugged improvisado se apoderó del escenario, convirtiendo la situación inesperada en algo especial. Las chicas se acomodaron junto a nosotros, sus instrumentos listos para acompañar las versiones acústicas. A medida que comenzamos a tocar, sentimos una conexión única con el pequeño pero entusiasta público que se había congregado. Las canciones, despojadas de sus arreglos originales, revelaban una nueva dimensión, quizá más íntima y cercana. La energía del lugar cambió, y la audiencia respondió con gestos de aprobación y sonrisas.

Los desconocidos perfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora