I.

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El mediodía se fundió con el atardecer, azules tiñéndose de ocres y malvas, una paleta de pintor de paisajes que transmitía calor, dulzor, la sonrisa de un niño al acabar las clases, nubes de algodón de azúcar manchando el idílico cielo de Junio colaborando en su afán de ser único i pintoresco. Des de la azotea de su casa se veía hasta el mar, o eso creían los niños cuando eran pequeños i la imaginación aún se empleaba para fines como soñar, imaginar cosas felices y llenas de inocencia que se les fue arrebatando despacio, como arena en la cápsula superior de un reloj de arena.

En cambio donde Artemis estaba ahora solo se vislumbraban edificio tras edificio en una jungla cubica de viviendas y tiendas que se extendía hasta los turones más allá, al fondo cubiertos por una manta de niebla débil que persistía pese al calor y debido a la alta aglomeración de residuos contaminantes que la capital producía. Des de primera hora de la mañana muchos carteles de neón brillaban con ojos, dientes y bocas artificiales y llamativas, algunos no desaparecían ni de noche.

A la chica no le entusiasmaban las alturas, al contrario que su hermano, pero ese y los demás estaban ocupados con asuntos más importantes y urgentes, casos sellados bajo la palabra 'confidencial' en los archivos de los gobiernos, aunque estos no sabían lo que realmente sucedía. A los poderosos legales les encantaba creer que tenían a las mafias bajo control, que sabían sus movimientos mejor que ellos y siempre estaban un paso a delante. Pobres ilusos. La mafia no nació ayer, los grupos se han ido adaptando y han evolucionado. El gobierno apenas ha rozado la punta del iceberg.

Dejando los temas legales para sus hermanos mayores, Artemis suspiró su ojo marrón, que ella siempre había despreciado por su vulgaridad, fijo en la mira del rifle, un óculo de precisión único, regalo de un amigo ruso. Si se le puede nombrar así, en este mundo no existían amigos, no para gente como Artemis. El amor es una emoción sin fundamento ni base sólida, se basa en reacciones químicas como el sudar, y por suerte ella tenía el desodorante perfecto contra el amor o afecto, reservándolo solo para sus hermanos. Como una manada de lobos.

Su mano no temblaba, hacía años que había parado de temblar al agarrarse al mango de un arma, su dedo acarició el gatillo, la calva de la víctima era su objetivo, fijado y preparado. Solo le faltaba que le dieran la orden, un puesto que se auto-otorgó justo cuando su dedo presionó la palanca del rifle. Justo cuando alguien movió su objetivo.

Artemis frunció el ceño, no sería la primera vez que alguien se percató de su presencia e intentase ser el héroe de la semana arrojando su cuerpo con la futura víctima. Era un engorro matar a más gente de lo necesario, nunca había suficientes balas. Sus ojos abandonaron el arma mientras lo recargaba a ciegas, como si se estuviese lavando las manos, las pupilas pardas vieron como dos cuerpos rodaban por la otra azotea donde la fiesta se había detenido, la gente se empujaba hacia una pequeña puerta lateral que daba a unas escaleras. Se oyeron vasos rompiéndose, mujeres gritando y hombres intentando calmar y separar dichos cuerpos el uno del otro.

Usando el óculo de nuevo Artemis vio a un muchacho, un poco más mayor que ella a lo mejor más incluso que Zeus, inmovilizando a su ex víctima, sus piernas enfundadas en un pantalón de traje a cada lado de la redonda figura de uno de los empresarios más importantes de la capital. No quería salvarlo, pero Artemis no estaba dispuesta a perder esa víctima. Sus rodillas se flexionaron para salir de su escondite, sus piernas adoloridas debido a pasar tantas horas en la misma posición tardaron más de lo debido en reaccionar a las órdenes de su cerebro, aun así la guiaron hacia su salida. Con una mano en el picaporte de la puerta lo oyó, cortando el aire como un cuchillo un flan, seco y penetrante, sin dejar lugar a dudas y sin ningún otro compañero, solo, rotundo. Un disparo.

Temiendo el pánico de la muchedumbre, Artemis forzó la salida de incendios lateral, un aire helado y putrefacto a sitio abandonado le azotó la nariz. Subió la escalera de caracol de tres en tres, estirando todo lo que sus piernas podían, evitando respirar lo máximo posible. Una sensación de mareo a causa de la falta de oxígeno se apoderó de ella, obligándola a usar su sangre fría que tanto le había costado conseguir para abrir la puerta que daba a la terraza, o eso esperaba ella al menos.

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⏰ Última actualización: Jun 27, 2015 ⏰

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