Capítulo 30: Resolución.

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Dentro del escondrijo bajo la mesa temblaba como nunca, había visto caer a cada uno de sus guardaespaldas de manera brutal. Lo rememoraba una y otra vez, pero no lo concebía, no importa cuánto lo reviviera no podía procesarlo.

Esa hermosa jovencita, de la cual iba a divertirse y sacar provecho gracias a la deuda ficticia que le montó, llegó esa noche frente a la puerta de su negocio justo antes de que cerrara, con el cabello suelto y ropa oscura.

—¡Oh! Nagisa chan ¿Acaso vino a pagar su deuda?

Recuerda que había sonreído con malicia en ese momento, quizá hasta se relamió los labios ante la deliciosa idea de las cosas que podría poner hacer esa chiquilla. Sin embargo tuvo ese palpito, une punzada de un mal presentimiento cuando vio que le sonrió de vuelta con los ojos cerrados en un rostro de inocencia y pureza.

—Si—Agrega avanzando hacia el hombre, el cual alerta a su escolta cuando retrocede con mirada confusa—vine a saldar la deuda de mi padre...—y entonces lo ve, en un pequeño brillo que reflejó la luz de la luna en el acero del cuchillo que sostenía la jovencita. Ella abre los ojos y, bueno, esta parte de seguro la imaginó por el miedo porque era imposible que lo viera.

Allí no había serpientes ¿Cierto?

—Saldaré su deuda... y lo liberaré de toda atadura—La sonrisa dulce cambió, no sabía en qué pues la curva permanecía igual de angelical, pero lo que transmitía era algo totalmente distinto, lo hacía temblar.

Para cuando se dio cuenta, un cuchillo rozó su cuello y llegó de lleno en la frente de uno de guardaespaldas. El instinto de supervivencia lo abrumó y salió corriendo sin siquiera ver si el resto de su escolta lo lograría, su objetivo era ir hacia la puerta de escape escondida en el armario, una salida de emergencia que preparó por si alguna vez la ley se enteraba de sus tretas, pero antes de tocar la perilla fue embestido por una ola de escombros.

Su salida de emergencia y escape a la salvación fue destrozada en pedazos, de entre el humo de polvo sobresale una silueta que sostenía un gran tubo de hierro.

—Misión cumplida Nagisa—Canturreó una voz juvenil, era el mocoso que acompañaba a la chica en el velorio. Pero esa no era la sorpresa que le desencajaba la mandíbula, lo que le sorprendía de sobremanera era la forma en que cargaba por sobre su hombro el enorme pedazo de metal como si llevara el morral del cole—ruta de escape totalmente bloqueada y destruida—decía sonriendo con locura y viendo desde arriba al viejo que temblaba en el suelo.

Tiró hacía atrás el gran tuvo, bloqueando cualquier apertura por la cual huir si es que la había. El joven le sonreía con los ojos brillando como bestia.

—Ahora eres un ratón atrapado.

Cuando lo vio avanzar un paso hacia él huyó, buscó perderlos de vista y se escondió patéticamente detrás de un escritorio. Y ahora estaba luchando por calmar su respiración mientras escuchaba los alaridos de dolor de sus guardias.

Aún si lo acaba de vivir no podía concebirlo, simplemente no podía.

Y entonces se sintió expuesto, de un momento a otro habían levantado su escondite, un enorme escritorio grueso de mármol, con una sola mano como si se tratara de una caja de cartón.

—¡Ah! ¡Te encontré! Aquí está Nagisa...—Los ojos se le llenaron de lágrimas frente a la sonrisa psicópata.

—¡Tú...! ¡Eres una de esas cosas! ¡Esos tipos que parecen personas pero no lo son!—Gritó, apuntándolo con el dedo índice.

El joven arrojó a un lado el mueble en un estruendoso sonido y colocó las manos en los bolsillos de su pantalón de manera juguetona.

—¡Bingo! Un poco tarde, pero has sido de los primeros que me han identificado, felicidades—Agregó jocoso.

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