Capítulo 8

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Lola Gutiérrez

—¿Qué pasa? Se nota hasta acá que estás inquieta —escucho la voz de Emanuel interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Sí? —pregunto torpemente al levantar la cabeza del celu.

—Sí... Tu pie está moviéndose mucho.

Tengo una pierna encima de la otra, pero sí, mi pie está agitándose con ferocidad. Es casi imposible dejar pasar el movimiento.

Me quiero morir ahora mismo, este forro me pregunta qué me pasa y me da vergüenza decirle que no tengo qué ponerme. Pero ¿y si me paga él algo? ¿Eso sería posible? No, eso solo pasa en los k-dramas. Odio esto.

—No pasa nada.

—Entonces dejá de mover el pie ese, me ponés nervioso.

¡Si vos sos el que tiene guita acá! A mí aún me falta recibir mi salario...

Cambio de pierna, para no moverla tanto, y me vuelvo a concentrar en el celular y a llenar los mensajes de Flor, igual a como hace ella. ¡La detesto cuando manda tanto!

—¿Podés decirme que pasa? En serio, es inquietante cómo podés mover tanto el pie.

Ni siquiera se lo hago apropósito... Es que hasta me siento mal. No sé si tengo la suficiente plata para comprarme algo. Más bien: no sé si tengo el tiempo para salir de acá. Sí, hago horas extras porque sino sería inhumano estar desde las 10hs hasta las 21hs. No por el horario o el lugar, sino porque estoy con él... Es inhumano, pero no puedo simplemente cortar mi tiempo de las 9hs a las 14hs y después volver a las 17hs hasta la 21hs. Sería muy aburrido estar tres horas sin nada para hacer y me gastaría plata yendo y viniendo, tomándome el cole. Sería un desperdicio total.

—No tengo ropa formal —murmuro y él de inmediato se ríe—. ¡No es broma!

—Pero ¿vos me estás jodiendo? ¿Nada?

—El traje que usé para la entrevista se me rompió.

—Y eso que sos flaca.

—Es usted extremadamente desagradable incluso diciendo algo que podría ser positivo.

—Te atacás demasiado, Lola. ¿Querés que vayamos de compra?

Dudo dos segundos más de lo deseado para negarme y él de inmediato nota el brillo de mis ojos. ¿Por qué estoy tan feliz por la simple idea? Si sé que me va a decepcionar con un «Seguí queriendo» o algo de forro carismático por su parte. No está muy lejos de ser como Joel ahora mismo. Ni siquiera tendría que ponerme feliz.

Intento relajar cualquiera sea mi expresión, pero el verlo levantarse de su asiento y dándome la mano con esa sonrisa traicionera, hace que me alborote un poco, que casi vea a Matías y me lata un poco el corazón, acelerado por cómo hace ese micro-gesto con la cabeza para que nos vayamos de acá.

Me tiene que estar engañando. Si le acepto la invitación, se va a echar a reír. Ya he sobrevivido mucho tiempo con la esperanza de que esa persona cambie, seguro que esto es solo para darme falsas esperanzas.

Pero mi cuerpo no reacciona a lo que pide mi mente y termino agarrándole la mano con fuerza, esperando que no me vuelva a soltar; ¿me estaré viendo muy patética ahora mismo? Algo me dice que un poco sí, a juzgar de cómo se achinan sus ojos y cómo aferra su agarre, obligándome a levantarme y a seguirlo, casi como cuando éramos chicos y nos escapábamos a las calles más recorridas de Mar del Plata, comprando ropa de segunda mano para que nadie nos descubriera... Ja, él amaba ir de shopping conmigo y hacer de cuenta que iba a comprar ropa de Zara, modelando de forma ostentosa. Era un chico de 12 años que siempre tenía ese plan u otros y llegaba tarde a su casa.

Las ocurrencias del diseño | ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora