Las ofrendas parte 10

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Muchos han hecho notar la rapidez con que Meda aprendió las necesidades de su supervivencia. Los profetas, por supuesto, conocen los fundamentos de esta rapidez. Para los demás, diremos que Meda aprendió rápidamente porque la primera enseñanza que recibió fue la certeza básica de que podía aprender a amar a alguien. Es horrible pensar cómo tanta gente cree que no puede aprender, y cómo más gente aún cree que el aprender a amar es difícil. Meda aprendió que cada experiencia lleva en sí misma su lección.

De «La tarjeta de invitaciones en la bandeja de te del emperador», por la ofrenda Amin.

Durante un momento, las cámaras se quedan clavadas en la mirada cabizbaja de Amin, mientras todos asimilan lo que acaba de decir. Meda ve su cara, boquiabierta, con una mezcla de sorpresa y protesta, ampliada en todas las pantallas: ¡soy yo! ¡Dios mío, se refiere a mí!

Aprieta los labios y mira al suelo, esperando esconder así las emociones que empiezan a hervirle dentro.

--Vaya, eso sí que es mala suerte --dice Cirilo, y parece sentirlo de verdad.

La multitud le da la razón en sus murmullos y unos cuantos han soltado grititos de angustia.

--No es bueno, no --coincide Amin.

--En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorarse de esa jovencita. ¿Y has elegido el amor o la gloria eterna?

--Hasta ahora, no lo he hecho --responde Amin, sacudiendo la cabeza.

Meda se atreve a mirar un segundo a la pantalla, lo bastante para comprobar que su rubor es perfectamente visible.

--¿No les gustaría sacarla de nuevo al escenario para obtener una respuesta? ¿El amor o la gloria eterna? --pregunta Cirilo a la audiencia, que responde con gritos afirmativos--. Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Meda Arijaya ha terminado. Bueno, te deseo la mejor de las suertes, Amin Aslanbey, y creo que hablo por todo Tiamat cuando digo que te llevamos en nuestras oraciones.

El rugido de la multitud es ensordecedor; Amin los ha borrado a todos del mapa al declarar su supuesto compromiso con Meda. Cuando el público por fin se calla, su compañero murmura un «lo he hecho» y regresa a su asiento. Todos se levantan para el himno; Meda tiene que alzar la cabeza, porque es una muestra de respeto obligatoria, y no puede evitar ver que en todas las pantallas aparece una imagen de los dos chicos, separados por unos cuantos metros que, en las mentes de los espectadores, deben de parecer insalvables. Pobre matrimonio trágico.

Sin embargo, ella sabe la verdad.

Después del himno, las ofrendas se ponen en fila para volver al vestíbulo del Centro de Entrenamiento en sus ascensores. Meda se asegura de no meterse en el mismo que Amin. La muchedumbre frena a los monjes estilistas, profetas y acompañantes, así que se quedan solos; no hablan. El ascensor deja a cuatro ofrendas antes de quedarse sola y llegar a su planta. Amin acaba de salir del ascensor cuando Meda se acerca a él y le pega un empujón en el pecho; él pierde el equilibrio y se estrella contra un feo tazón lleno de dulces de laddu. El tazón se cae y se hace añicos en el suelo, Amin aterriza encima de los pedazos y las manos empiezan a sangrarle de inmediato.

--¿A qué viene esto? --le pregunta, horrorizado.

--¡No tenías derecho! ¡No tenías derecho a decir esas cosas sobre mí!

Los ascensores se abren y aparece todo el grupo: Leah, Diomedes, Fidencio y María Teresa.

--¿Qué está pasando? --pregunta Leah, con un deje de histeria en la voz--. ¿Te has caído?

La carrera de la muerte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora