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Madrid, 2027
Aurelia estaba harta de mirar a la pintura de Enzo, pero pensaba que era la única forma de encontrar lo que no cuadraba. Él se había ido a Londres a hacer unas entrevistas y no volvería hasta dentro de dos semanas. Aurelia pensaba que aquel tiempo a solas le vendría muy bien para aclarar la mente, tomar decisiones y tal vez pintar algún otro cuadro.
Pero el asco que le tenía a la pintura seguía ahí. Eran las siete de la mañana, no se había tomado las pastillas para dormir así que llevaba despierta desde las cinco. Se levantó de su taburete y salió del estudio.
Después de desayunar, se vistió y fue al cementerio. Paró en la floristería de siempre y compró un ramo de petunias, pagó con la tarjeta que Enzo le había dado cuando se casaron. La tumba de su madre estaba en la parte de arriba del cementerio, en una de las paredes. Aurelia tiró las flores mustias y puso el nuevo ramo, se dio un beso en la palma y luego la pasó por el grabado del nombre de su madre: Mariela Zeren, 1969 - 2026. Giró un poco los ojos hacia la izquierda y escupió en la tumba de su padre, que estaba al lado.
Damián Montero había aparecido en la vida de su hija cuando tenía diez años, incluso hizo la coña de volver con un cartón de leche. Aurelia no podía estar más contenta de conocer por fin a su padre y pasar tiempo con él.
Cuando ella tenía quince años, se mató. Ahí fue cuando el bullying hacia Aurelia comenzó, se metían con ella porque ni siquiera su padre había podido aguantarla y había tenido que recurrir a medidas extremas para poder deshacerse de ella. Aurelia lo empezó a odiar a muerte, irónicamente, porque todo aquello era culpa de su estúpido ego y masculinidad frágil.
Su madre sufrió mucho esos años, Aurelia no se atrevía a decir que ella había sufrido más que su madre. Ella culpaba a su hija por la muerte de su padre, nunca se lo dijo, pero Aurelia se había dado cuenta. Mariela había tenido que dejar el instituto por culpa de su embarazo y lo único que pudo hacer fue pintar. Ella sabía que si Aurelia no hubiera nacido, Damián no se habría marchado y probablemente seguirían enamorados y vivos.
Aurelia intentaba no pensar mucho en ello. Tenía muchos remordimientos, sobre todo por no haber respondido las llamadas de su madre hacía varios años. Pero aunque le doliera, ella sabía que su madre era mala persona. Se lo había demostrado incontables veces, desde su adolescencia hasta sus últimos días en la cama del hospital.
Volvió a casa sobre las diez, con un matcha en la mano. Se tomó un par de fotos para subir a sus historias de Instagram, hacía varias semanas que no subía nada y el director de su galería siempre le decía que era bueno subir algo para mantener a la gente alimentada. Ella sabía que más de la mitad de la gente que la seguía era solo para ver si subía cosas con Enzo.
