26; cuando tú no estés

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Sinopsis: Entiende al hombre y desearía ayudarle, pero joder, también estaría bien hacerle entrar en razón a golpes, porque está hablando con un puto árbol.

Advertencias:

Intenabo no necesariamente romántico.

》Basado en el capítulo donde Gustabo mira la cámara de Conway y lo halla hablando con un árbol (Julia).

Han ido mejorado sus habilidades en la comunicación asertiva con el otro, evitando hablar a través de palabras distorsionadas por los sentimientos indeseados que se retuercen en sus respectivos estómagos. Aún así, pesan demasiado los recuerdos que acuñan en experiencias compartidas, como el fiel recordatorio de aquello que han vivido como callos de arrepentimiento que no se despegan de su piel, mas lo intentan, el perpetuar cierta cordialidad, ambos maduros y conscientes de sus propias fallas, no sanos de su pasado pero sí superado.

—A lo hecho pecho —se decía a sí mismo cuando los días eran especialmente difíciles, sumidos en culpa y en un pasado que no se puede resetear.

Si bien el mayor es un tanto desagradable, no es como en antaño, parece que tamborilea con él cierto respeto y reconocimiento de sus habilidades, tratándole como un igual. Por mucho que le guste la idea, no quita el desagradable sabor de boca que le deja, consiguiendo algo que soñó década atrás y que ahora detesta. Ha necesitado pasar por la muerte, destruirse y volver para ser visto por Conway, ¿cuánto tenía que cambiar para que dejara de [odiarlo] tratarlo como alguien más?

El día no es malo, las patrullas salen bien y aunque Isidoro hinca con zizaña en comportarse como un pobre diablo, Gustabo termina divirtiéndose. Se va equilibrando, realizan una persecución con los ñiñis –a quienes capturan–, pero también se ven enfrentándose al hombre limón –a quien no–. Sin embargo, le siguen una continuidad de éxitos.

—Coño, que buen día, así sí da gusto trabajar.

La malla está de una manera muy inusual, tranquila, y Conway sorprentendemente ausente. Hay inquietud repiqueteando en las profundidades de su cabeza, bastas como ninguna otras cuando conciernen al superintendente.

Entonces decide mirar las cámaras y su garganta se cierra a cal y canto. Hay un sin fin de pensamientos que empiezan a revolotean de aquí allá sin ningún tipo de orden, le hace desconectar del parloteo del hombre junto a él, como si se encontrara en las profundidades del agua, dejando sólo un sonido opaco a su alrededor.

—Ya está hablando con un árbol, es que no me lo puedo creer —musita, palabras casi imperceptibles por su oído acompañante.

Aunque sus palabras suenan entre incredulidad y cierta absurdez, no hay más que preocupación subyacente. Muy a su pesar, sabe las fechas en las que corren, un aniversario más de los arrepentimientos más oscuros e imperdonables que atesora Jack Conway.

No obstante, no puede hacer nada, no sabe dónde hallar al mayor, ni cómo compensar toda aquella angustia. No es la persona que el hombre quiere ver y no existen palabras suficientes como para aliviar sus tormentos. Sigue patrullando, fingiendo normalidad, pero no hay minuto en el que su mente se vea libre de aquello.

Una vez finalizado el día se separa de su compañero, con toda la intención de marcharse y descansar, sin embargo, una vez que sale de servicio termina chocando con el superintendente. Su apariencia roza la mendicidad, su ojeras protagonizan su rostro, acentuadas por la palidez del mismo y su claro aspecto desaliñado. La corbata que suele decorar su pecho de una manera ordenada que acentúa su carácter serio, no está como debería, pareciendo como si hubiese habido un forcejeo sobre ella. Aunque su rostro se mantiene en su habitual semblante blanco e inexpresivo, no quita la tensión anormal de su cuerpo; no su agresividad habitual, más la inquietud de un animal alerta, casi asustado. Solo florece un agujero mayor en el pecho del rubio.

Incansable; IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora