El terror ante la asechanza del infortunio mantenía en vigía a los ciudadanos y viajeros, alertaba a los guerreros, recomendando proteger por sobre todas las cosas a las mujeres, pues habían perdido a dos de ellas ese día, y lo más probable es que ese bellaco pudiese tratar de poner sus manos sobre otra más. Y a pesar de las altas horas de la noche el pisar de los vigilantes, así como el brillo de sus faroles y antorchas, la marcha de algunos jinetes, caos y confusión reinaba en sus calles. Más eran los llantos y quejidos de dolor de una pobre e indefensa doncella que yacía ahora con la cabeza oculta entre la camisa de un noble caballero, que le hacía amable de hacerle compañía en lo que las criadas traían un poco de té y algunas ropas para cubrirla. Una cobija cubría su desnudes, así como la evidente herida en su pecho, ansiando cobijo y protección. Una buena treta, diría ella. Ya había interpretado con anterioridad ese papel de damisela en desgracia para así escabullirse de los ataques enemigos.
Pero ahora era diferente: El dolor que sentía era real, ya que no esperaba que su perseguidor se tratase de alguien tan habilidoso, incluso un aura casi tan temible como la suya.
―¿Ahora quién es la presa? - hablaba con gracia para sus adentros.
Luego de haber matado a la fémina y realizar la inscripción en la pared sabía que no sería tan viable salir a la calle en ese estado, como tampoco gritar o revelar la identidad tomada, de todos modos la hubiese alcanzado antes de llegar. Por lo tanto, tuvo que tomar un escondite detrás de una esquina, entre costales de lo que podría ser grano y algunos leños. No tardarían mucho pen que las criadas llegasen a hacer el resto del trabajo, tampoco les había sido difícil creerle cuando luego la encontraron herida y temblando de frío, de ojos llorosos y mirada suplicante. Acusando a aquél villano de ser no más que un siervo, un demonio y asqueroso como astuto bellaco que se había abalanzado sobre ella, arrancándole a pedazos la ropa, en afán por violarla. ¡Aún peor! No conforme con eso trató de asesinarla, darle un destino reservado similar al de la otra. No le costó mucho inventar una mentira que concordase, podía usar la marca de corte en su cuerpo como prueba.
Era consolada de la mano del noble guerrero que se había arrodillado a su lado para estar a su nivel. Sin embargo, podía verse una diferencia evidente de estatura, pues ella, a pesar de mostrarse como una delicada y frágil doncella, era mucho más alta que aquel hombre, y de una complexión fuerte, atlética y musculosa, de mayor vigor y salud que su protector.
Pero allí estaba él, acariciando los mojados cabellos de la mujer y haciéndole promesas de que su agresor sería atrapado y ejecutado públicamente. La había llevado calma y soledad de unos aposentos para cuidarla de cualquier azote, en busca de la tranquilidad y el calor de la chimenea, todo en consideración de no mostrarla en ese estado en público. De pronto pudo sentir como la dama se alejaba para poder mirar a los ojos de su protector, que por un momento pudo sentirse abrumado, encantado por hermosura de su cuerpo, la belleza de sus rasgos y el rubor de sus mejillas. No por pena o vergüenza como él creía, sino por la irritación al contacto con el fuerte perfume hacía unas horas. El intercambio de miradas lo invitaban a la unión y el despertar del deseo. Instintos que le ordenaban estrecharla entre sus brazos y despojarla de la manta que el mismo le había dado, para apreciarla de mejor manera. Carnales y bajos deseos que se esforzaba en reprimir, pues no consideraba que ese fuese buen momento, ni tampoco el aprovecharse de una herida y lastimada muchacha, aterrorizarla más de lo que ya parecía estar. Los ardores e indecentes pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta abrirse. Eran las criadas que traían consigo una bandeja; el té estaba servido, mientras otra cargaba sobre los hombros algunas telas, ropa, con la esperanza de que los vestidos le quedasen a su ahora protegida.
Y no fue hasta que la noche alcanzó el clímax y la oscuridad daba su mayor apogeo, cuando tanto las sirvientas como el guardián habían caído dormidos por la fatiga y el estrés, luego de haber cenado, tratado las heridas de la misteriosa doncella y sido proporcionados nuevos vestidos. Un poco ajustados y cortos, pues su altura ocasionó que incluso tuviese ella misma que cortar las puntadas en los dobladillos en las faldas. Ya tendría tiempo para arréglalo después. De ese modo en que sin dudarlo ni un solo momento, llevó a cabo lo planeado unas horas con anterioridad; Salió con apuro de la habitación en completo sigilo en dirección al área de los ya estropeados baños; el lugar seguía tal y como lo había dejado, a no ser por la ausencia de la fallecida doncella, la única prueba el color carmesí de las enfriadas aguas, al igual que el gran hoyo que Asmos había hecho. Y subiéndose las enaguas caminó y pasó a través del agujero, con el sumo cuidado de no dañar o rasgar sus ropajes. La penetrante fragancia aún prevalecía en la habitación, pero empezaba a disiparse. Se dirigió hacia las esquinas, detrás de hornos, no pudo más que sonreír al ver su vieja mochila que aún estaba donde la dejó, tras unas pequeñas tinas de madera, sobre ella yacía su cinturón, su espada y dos de sus cuchillas. Se puso entonces y sin vacilar la cota de malla que tenía tirada a un lado, aunque debido a las prisas tuvo que ser sobre su vestido, siendo cubierta la enorme apertura que su armadura presentaba en la espalda, dejando expuesta y vulnerable esa parte bajo la tela de su capa. Deprisa se acomodaba y ajustaba el nudo de las botas, pues había andado descalza ya que calzaba una medida un poco grande para los pies de una muchacha. Grandes, delgados y toscos como los pies de un hombre, y no había sido hallado calzado de tamaño semejante.
Una vez que había recuperado el resto de sus cosas y el haberse acomodado el viejo manto que había dejado entre sus cosas con anterioridad, decidió escabullirse en la oscuridad que la noche pudo proporcionarle. No estaba segura si su perseguidor aún pudiese seguir en el poblado; sabía que no era algo muy conveniente permanecer allí más tiempo.
Por cada rincón que pasaba, tenía que ser cuidadosa de no llamar la atención de los pobladores en vigía. Usaba rocas o ramas para distraer a cualquiera que anduviera cerca, permitiéndose avanzar por el pueblo.
Llegó así por fin a los establos; quitó el seguro de las puertas. Un grande y pesado madero. Usualmente se requeriría un poco más de esfuerzo o la ayuda de por lo menos dos personas, aunque debido a la fuerza de la criatura, aún bajo forma humana, lo único que le resultó complicado era no realizar ruido alguno, cosa que no logró del todo, pues fue lo que despertó a los caballos, que dormitaban cálidamente sobre la paja, apenas recobrando la conciencia.
Sin pensarlo dos veces, agarró el primero que tuviese cerca, y fue el relinchido emitido por el corcel al reaccionar ante los intentos de aquella extraña por levantarlo, lo que ocasionó que los demás equinos presentes también fueran despertados y le acompañaran en su clamor.
Rápidamente, Asmos lo con fuerza y brusquedad de su crin, poniéndose en posición para montarlo, domando a la criatura con su terrible presencia. Haciendo que, en contra de su voluntad, aceptara las ordenes de su nueva ama.
El ruido no pasó desapercibido por los oídos de los adormecidos cuidadores, tampoco el de algunos de los aldeanos que andaban cerca. Haciendo que se dirigieran a los establos, y para cuando pudieron llegar, era demasiado tarde: No pudieron ver más que a la distancia el cómo una imponente sombra cabalgaba a todo galope uno de los equinos de los establos.
―Cielos, debimos suponer que intentaría robar uno de los caballos. - dijo indignado uno de los aldeanos.
―Ya lo veía venir – contestó otro.
―¡Es un cobarde!, ¡No sólo asesino de doncellas, además ladrón! - vociferó un aldeano más viejo.
―Pardiez, ese caballo era de mi primo – afirmó uno ―Aunque no creo que sea inteligente de parte del ladrón haber salido con la tormenta que se aproxima.
― Y que sea ella quien le dé helada tumba y lo devuelva a los abismos.
―Es una lástima que tan buen corcel sea sacrificado para eso
Y era a su vez, bajo la presencia de Avehrood, madre de la luna y los amaneceres, pues en Razhug'Nakal, capital del ya extinto imperio del que sólo quedaba aquel poblado, en su último vestigio. Ahora ni la sombra de lo que alguna vez fue, viejo destino comercial entre las montañas de Heinem, unía y a la vez dividía lo que se alzaba como los terrenos de Annuvin y la región conocida como Bretania, destino comercial de elfos y hombres siglos atrás, existente sólo en relatos y los registros antiguos.
Y no era para primera de las damas blancas, o tal vez la madre de los hijos de Nortfolk testigos de la desolación y muerte, la discordia, como también el fervor de la furia de la lumbrera menor, que desde la vista de las más altas montañas parecía que descendía para comandar a los guerreros, sedientos de sangre y venganza. Lo que infundía valor con una danza tan bella como mordaz en pos del abominable brujo, esbirro del maligno, servidor del maligno había de ser...
El cazador se escabullía; con apuro y sigilo, no se daba el lujo de bajar ni un momento la guardia. Acusado y perseguido por un asesinato que ni siquiera había hecho él, emprendió su huida. Estaba acostumbrado a escapar de las muchedumbres, no era la primera vez en el que se asociaba de un asesinato, en parte podrían tener razón; Era un mercenario, un perro que mataba por dinero, ya sea demonios o humanos, tanto su oficio como muchos de sus métodos no eran bien vistos, pero tal vez justificables, pero esta vez no.
Corría sin cesar; trataba de apagar las luces de sus antorchas, pero eran demasiadas y él con poca energía, pues había gastado casi dos quintos de ella las dos veces anteriores, así que simplemente intentaba aprovechar para moverse entre las sombras, algo que tampoco ayudaba mucho, porque mantenerse lejos de la calidez de la luz, le enfriaba las entrañas.
Tuvo que seguir corriendo; de vez en cuando se detenía debido a los terribles calambres y escalofríos. Podía sentir como la humedad de sus ropas se empezaba a congelar. Se abrazaba a sí mismo en un intento inútil por mantener el calor corporal, al igual que traba de mantener en mente su objetivo... Buscar al demonio.
Luego de un largo rato, pudo divisar a uno de los pobladores que hacía de guardia; portando una antorcha para iluminarse entre las oscuras callejuelas, llevando puesto su abrigo y vestiduras adecuadas para el crudo invierno. No tenía que pensarlo dos veces;
Lanzó unas rocas cerca suyo para despiste y así poder acercarse a él. Le tomó sorpresivamente por la espalda, era con su derecha que le había cortado la garganta; usó el cuchillo que Dark tenía oculto entre sus ropas. Listo siempre para la ocasión. Mientras que con la izquierda le cubrió la boca para evitar que este pudiese gritar o emitir sonido alguno, muy a pesar de que forcejear inútilmente intentase o incluso haya mordido la mano de su agresor.
¿Qué más le importaba matar a una persona si ya la inculpan por otra? Además, el necesitaba más el abrigo que ese desgraciado moribundo. Fue en la oscuridad en el que se escondieron para poder desprenderlo de sus ropajes y ponérselos, así mantenerse un poco cálido.
Momentos después, escuchó cómo las veloces pisadas de la multitud se acercaban:
― ¡Rápido! ¡El maldito corrió por allá! – dijo el cazador, ya cambiado. Emergiendo de entre la oscuridad iluminada por la llama de la antorcha que el mercenario había conseguido volver a encender. Una bufanda cubría su rostro, así como esa vieja y maltratada capa su cabeza, ocultando sus rebeldes bucles y ahora húmedos ― ¡Lo vi correr hacia allá! – indicaba, señalando hacia el sur, y fingió entonces ir junto con a ellos por detrás. Y antes de que pudiesen notarlo, el hechicero ya se les había escapado de nuevo, se esfumó en otra dirección.
Sin embargo, el trote de tres varones irrumpió con fervor el sueño de los sirvientes y amos de las casas de baño, mismos que atrajeron la atención de un cuarto hombre;
Cierto hechicero oscuro que a prudente distancia y oculto entre el manto de la noche bastante atento escuchaba los infortunios sobre un acontecimiento importante, y que mandaban llamar al joven Aldaír; valiente guerrero y amante de los caballos. Dando dos terribles estocadas a su corazón:
El asesino había escapado; De boca de las criadas se le había informado que la doncella que juró proteger podría haber sido alcanzada por las manos del asesino. Su caballo, fiel y confiable compañero en batalla, le había sido arrebatado; Su esperanza y honor arrancados. Pero, con mano firme, y golpeó con tal rabia uno de los muebles que tenía cerca, haciendo que este se rompiera. Lanzo una maldición ante los dioses, al igual que un juramento.
Un juramento de sangre:
―Espero que la mano del destino os alcance, vil ser. Porque si mis manos llegan a tocar vuestro cuello, desearéis nunca haber invocado mi ira.
Y no fue sino por el maldito decreto, que la presencia del oído agudo de uno de sus emisarios, para quien no hizo falta escuchar mortal sentencia. Cumpliría no sólo su deseo, sino también el suyo propio. Desafió a la tormenta y se puso en marcha. No estaba dispuesto a renunciar por nada a su presa, ni al botín que por ella prometía.
Mas fueron los fríos vientos de la montaña los que menguaron sus fuerzas, no el fuego de su fiereza y la férrea voluntad. Pues a pesar de su fino olfato y oído no era nada comparado con las fuerzas de la naturaleza que borraban toda huella y ahogaban todo grito, todo galope y relinche, todo quejido y arrancaban el calor, absorbiendo consigo la vida. Y continuó en marcha las siguientes dos horas. Hubiera sido más fácil atravesar estas planicies usando su magia para moverse a través de las sombras, pero había malgastado mucha de ésta escapando de las fauces de los pobladores.
Entonces, cuando la tormenta empezaba a azotar más fuerte, pudo divisar una sombra que se movía entre la espesa nieve. Podría ser un simple animal del bosque buscando cobijo de la fuerte tormenta, o podría tratarse del demonio. Con las pocas fuerzas que le quedaban, empezó a correr en contra de todo sentido común. Para muchos considerado valentía, osadía, o simple estupidez, pero era su deber alcanzarlo.
Al acercarse a su posible presa, saltó verla más de cerca y quitarle su paso. Para su sorpresa, sólo vio... Un caballo. ¿Un caballo? ¿Y dónde estaba su jinete? Miró con extrañeza, cólera y cierta paranoia en su actuar. Miró entonces a los lados, mas no pudo hallar a la criatura que buscaba, a pesar de haber adquirido una buena visión en la oscuridad. Volteó hacia todas direcciones, y se supo solo frente a una encrucijada. Maldijo en ese instante, aunque de igual forma pudo bendecir a su enemigo por abandonar a tan fino y preciado corcel en medio de la tormenta, justo frente a tres distintas desviaciones. Una táctica muy inteligente, como también un desperdicio de recursos.
―Buscaba plata y me han dado algo menos que barro - hablaba el mercenario, a la vez que intentaba aproximarse con suma cautela al animal. No deseaba espántalo, haciendo que huyera, como tampoco tenía humor para desperdiciar energías y someterlo por la fuerza si éste intentaba atacar ―Aunque pensándolo mejor... Con el cliente adecuado, puede ser algo de oro – continuó. Para este punto, se había quitado la maltratada mochila de los hombros, sacando de ella un trozo de pan; hizo algunos peculiares silbidos para llamarlo a que se acercase más. El temeroso corcel se aproximó lentamente hacia el llamado del extraño. Era grande y fuerte, bien nutrido y con pelo abundante, ideal para el duro clima de la montaña, así como apto para soportar el peso de quien sea que lo montase, el indicado si para ir a la guerra o de caza se deseaba. No obstante, estaba un poco lastimado y herido, pues le habían jalado con tanta fuerza de su crin que le fueron arrancados unos mechones con la herida expuesta ―Sería una pena dejar morir tan fuerte semental - tal vez habría alguien capaz de darle algo de oro por él, o exigir un poco más por potro de tan buena calidad. Dio entonces una caricia al lomo del caballo antes de darse la vuelta y hacer el sonido para indicar al animal que lo siguiese, con un pequeño trozo de carne en las manos, atrajo la atención del caballo para que lo siguiese, bajo el engaño de poder ser algún fruto o vegetal.
Aunque por causa de los fríos congelantes, no les quedó más que por las malas tener que aguardar en una cueva hasta el cese de la tormenta, la cual no detuvo sus andanzas hasta la llegada del alba; sí el cazador de demonios descansó unos instantes antes de seguir su camino. Con piernas doloridas y su cuerpo aún cansado; fueron sus cabellos que por el frío y humedad quedaron repletos de pequeños fragmentos de hielo y polvo de nieve.
Avanzó hasta cierto punto alto; vio una tan bella como desolada vista de los invernales paisajes al noreste—Más allá de la región que los mediterráneos bautizaron siglos atrás como "La Galia", con el fin de vislumbrar desde arriba el rumbo que mejor le convenía tomar o deducir por donde podría estar la criatura que buscaba.
Sólo divisó los boscosos terrenos, así como los múltiples y frondosos andares, desviaciones de los tres caminos principales que había tenido frente suyo hacía un rato, divididos por setos en el bocage. Esa cosa no sólo le había despistado, sino puesto una piedra muy molesta en los zapatos:
Cuando pudo atisbar desde la distancia la marcha de lo que parecía ser una carreta en dirección al este, hasta que se hizo más pequeña y más distante, hasta perderse entre el paisaje, el guerrero entonces supo lo que tenía que hacer...
Gracias a tan noble y mansa bestia, a pesar de algunas pequeñas complicaciones para que esta se dejase montar, le fue mucho más sencillo y rápido el descenso de la montaña, en dirección al oriente, que por lo que pudo juzgar observando un rato, tanto a la carreta, como a un par de campesinos y cazadores, un pueblo no debía quedar tan lejos de allí.
Tomó rumbo por los senderos que pudo divisar desde lo alto. Cabalgó; hasta topar con una encrucijada más, viéndose con la magnificencia del bosque. Tenues rayos del sol que apenas y se colaban entre las copas más altas de los árboles, desafiando a la niebla. Con susurros de los vientos del norte, un escenario apabullante, sin duda.
Demasiado silencio… Tuvo que bajar del caballo para apreciar de mejor manera el terreno. Su mano izquierda apretaba la empuñadura de su sable, ésta sujeta a su cintura y oculta bajo su manto. Generalmente tiene una idea de dónde ir, pero luego de semejante tormenta, sería algo difícil ver, o de seguir algún rastro... Si es que se había ido a pie.
Pero al agacharse para detectar alguna señal, pudo ver algo leve, una especie de tela. No creyó que fuera nada, pero valía la pena analizarlo. Acercó así el rostro para olfatearlo, detectó consigo un aura demoniaca. A pesar de las horas, el inmundo aroma de su sangre y el sudor seguían impregnados, aunque empezaba a debilitarse. Imperceptible para muchos humanos comunes, no para alguien como él, porque si de algo sabía era de demonios; tal vez más de lo que él hubiese querido en su vida. Confirmó entonces sus deducciones, sólo tenía que continuar más al este.
Subió nuevamente al caballo y retornó a la travesía.
Llegó pocas horas más tarde, no faltaba mucho para el mediodía a un pequeño poblado, uno de los puntos intermedios cercanos a Carathur, sitio de descanso o comercio para algunos viajeros o vecinos de pueblos colindantes. Un poco menos inmundo que su vecino del norte, pero con algo más de concurrencia, o tal vez era por el hecho de la hora que era; mercaderes, campesinos, niños pequeños que corrían por las calles, es posible que se atraparsen los unos a los otros, otras más grandes ayudaban a sus progenitores con la carga. Las putas no se hacían esperar, sobre todo en tan gélido clima, poniéndose justo a entrada del poblado, pero el invierno era crudo y el hambre el único placer que muchos ansiaban saiar en tiempos tan difíciles, prefiriendo eso a su compañía.
Unos cansados y hastiados, jinete y corcel avanzaban a pasos lentos. Algo cabizbajos con la mirada perdida de vez en cuando, fruto por la falta de sueño, el frío, el hambre y la sed. Habían galopado con la furia y velocidad de un correo real, o tal vez huían, sin más alternativa que escapar en la oscuridad, entre a las tempestades entre el frío del anochecer, tales deducciones no habían sido tan equivocas. Walter Dean, antiguamente el segundo de los hijos y primero de los varones del primogénito de su clan, nombrado con el sobrenombre de "Dark", había tenido que realizar una corta parada a la taberna, apiadándose así de sus propias fuerzas, por clemencia para su caballo, pidió que le fuese dada un poco de agua y paja también.
Algunas miradas de extrañeza, molestia y hasta furia de vez en cuando se dirigían hacia él por unos cuantos de los aldeanos que se encontraban fuera del establecimiento. Quizás no era un lugar tan conocido para que haya tantos forasteros o tal vez se trataba de ladrones, que se preparaban para atacarle en algún momento. Nada que a él le importase demasiado, no le interesaba tratar con esa gente, por ahora deseaba era algo que calmase el hambre que sentía.
El interior del lugar era un poco menos frío que el exterior. Un ambiente un poco triste y sombrío; tan temprano y ya había un ebrio arrumbado fuera del lugar. El fuerte olor a licor, madera quemada y la humedad que se filtraba en las desgastadas paredes, los sucios pisos testigos muchas veces de brutales peleas y golpizas en el bar, así como de vez en cuando alguien vomitaba o descargaba orines y excrementos allí. De poco servían las hierbas aromáticas entre la paja del suelo para aminorar la pestilencia, menos con el invierno, pues aún faltaría mucho para la llegada de la primavera o las cosechas en mayo.
Los ojos vigilantes no dejaron de seguirle. Se acercó al tabernero para pedir algo de comida y bebida, luego de tan largo trayecto. Una vez que pudiera satisfacer las exigencias de su cuerpo, seguiría con su investigación.
La comida no tardó mucho en llegar; siéndole entregada un plato de sopa, se trataba no más que de una pierna de cuervo que habían puesto en agua hirviendo, junto con algunas hierbas y unos pocos pedazos de verduras. Ni siquiera se habían molestado demasiado en despellejarlo, aún tenía unas pequeñas plumas, y unas gotas de sangre que se mezclaban con la abundante grasa que flotaba sobre el caldo. De la misma manera le fue servido un tarro de cerveza. Sin dudarlo cogió el plato, bebió el líquido que emanaba de la sopa, ignoró por completo la cuchara de madera que se le había puesto al lado, algo que tampoco sorprendió al tabernero ni a ninguno de los dos comensales que ocupaban lugar al fondo del sitio, debido a la hora del día el lugar estaba casi vacío. El cazador se disponía a comer su ración, que para un hombre hambriento como él hasta los huesos le resultaban apetitosos manjares.
―Oídme, forastero. ..- habló por fin el encargado del bar, que yacía frente a la barra, observante de su negocio, como también que ese par de asquerosos verriondos, sucios casquivanos no osasen faltarle el respeto a la mayor de sus hijas; una bella damisela de largos cabellos oscuros, brazos fuertes y complexión mediana, que hacía su trabajo de limpiar las mesas con un paño y servir bebidas a los clientes, cuyo tópico en la mesa era el conversar sobre el escote de los vestidos de ciertas mujeres que acompañaban a unos mercaderes a la taberna hacía un par de horas por la mañana. Resaltaban comentarios obscenos. Tanto Walter, como el tabernero se limitaban a prestar poca atención ante esas lascivas palabras. La dama que fungía como mesera dejó las cervezas y se fue de allí. El tabernero y su hija lo habían observado llegar a sus establos justo por la ventana del área de la cocina.
―¿Visteis esas tetas? -preguntaba uno.
―¿De quién?- interrogó su amigo, un tanto confundido, pues había como tres mujeres con ellos.
―La de las trenzas, la más alta. Sabéis que siempre me han gustado las grandes. -Afirmó. Este comentario desvió un instante la atención del hechicero, aunque no le prestó mucha importancia, pues tal vez se creería que pudiese tratarse de otra simple cortesana más.
―Necesitaréis tener la verga de un caballo para lograrlo. Esa cosa medía por lo menos siete pies y los brazos más firmes y fuertes que vos. Imaginad como debe tener lo de abajo.
―No me importa, me hubiese encantado explorar con ella esas colinas y conocer sus jardines. -comentaba el ebrio entre risas.
―Mucha suerte. ¿Visteis el tamaño de la espada que tenía enfundada? De seguro os la hubiese enterrado, o los mercaderes os hubieran castrado si tan sólo vos te le hubierais acercado. -aseguró su acompañante. Estas respuestas no pudieron evitar que por un instante Dark agudizara los oídos, que callado escuchaba lo que tuviesen que decir.
―No se compara con la mía. -Contestó. Había que ser un retrasado o muy inocente para no notar el albur en sus palabras ― Valdría la pena, me hubiese dejado castrar por poseer a esa mujer. Hubiese pagado lo que sea. Apenas vi la flor cuando quería ver el ramillete completo y aspirar su olor.
―Me dais asco... - respondió su compañero de tragos, al tiempo en la risa le era contagiada, ―Esa cosa era una giganta.
Sin embargo, Walter ni siquiera se inmutó. Sus sentidos sólo se concentraban en una sola cosa por ahora… Comer, luego tal vez hablar con esos sujetos. Dudaba que se fueran de allí en un buen rato...
―Debéis ser demasiado valiente o estúpido para atravesar estas tierras con la tormenta que hubo, ¿Qué es lo que os trae a esta tierra olvidada por los dioses? -interrogó el tabernero.
―Nada de vuestra incumbencia. Cállese y tráigame más comida -contestó el mercenario con cierta insolencia; no deseaba por el momento hablar y mucho menos tenía humor para responder preguntas.
Aunque uno de los tres hombres que había entrado con seguido de él, poniéndose cerca suyo. Muy robustos y fuertes para tratarse de simples campesinos, y sin siquiera giró para verlos a la cara, prosiguió con la degustación de sus alimentos. Pero uno de ellos habló:
―Qué buen caballo el que montáis - Dijo ―¿Pero qué hace tan sucio mangurrián con tan fino corcel? - Inquirío con asertividad.
―Dudo que alguien como vos pudiera costear algo así. - decía otro, que de igual modo se había acercado justo de tras del mercenario.
―A menos, claro está... Que fuera un ladrón. - habló el tercero ―Conozco ese caballo, le vi la marca que tenía sobre el lomo. Le pertenece a mis primos de Carathur. - afirmaba el último en acercarse para rodearle.
Y ante tales acusaciones, que no estaban tan lejos de ser verdaderas, Dark siguió sin inmutarse. Seguía comiendo.
―¡Voltead, que no tendréis una boca con que comer si no respondes!. -exclamó uno de ellos. El enfurecido sujeto le jaló de la melena.
Justo en el momento en que la mano del hombre se posó sobre el hombro del cazador, sintiendo el tirón de su cabellera; lo miró de reojo, y giró a ver a los otros dos que acompañaban al tipo que tras de él, uno a su derecha e izquierda, no hubo más tiempo que perder. Entonces se inclinó ligeramente, para realizar un rápido movimiento; desenfundó la navaja que tenía oculta entre sus ropas, asegurándose de mantener el filo hacia atrás para facilitarle enterrarla en la pierna del primero de sus adversarios, para así conseguir que lo soltase de una buena vez. Y no fueron más que los gritos desgarradores del pobre infeliz, al tiempo que caía al suelo, retorciéndose a causa del dolor. Como la clavó en el muslo de su enemigo, así de rápido la sacó. Mientras extendía el brazo izquierdo de forma lateral, usó el tarro del que bebía para desviar el filo de la espada de uno de sus atacantes. El golpe que estaba directamente por ir a su cuello, fue bloqueado por el mismo vaso. Para ese entonces, el mercenario ya había cambiado la postura del arma que portaba a su derecha y el filo ya no estaba hacia atrás, sino adelante. Con la diestra hizo un movimiento descendente, interrumpiendo al tercero de sus agresores antes de que éste desenfundase su arma, pues Dark ya se había adelantado y le había hecho retroceder para no ser herido con la cuchilla que ya le apuntaba hacia su mano.
El cazador entonces volteó un instante hacia él, notó; sus facciones y por su complexión un poco más delgada y escuálida; que se trataba de un joven que no aparentaba más de los dieciocho años. Le miró con ojos asesinos, bastante intimidantes.
―Esa espada está muy bien donde está -dijo. Hizo una pequeña pausa antes de continuar ―Creedme muchacho, tengo más hambre que ganas de matar. Si se os ocurre molestarme mientras como, no sólo os cortaré la mano, sino también me la comeré - advirtió el guerrero, que para ese preciso instante ya se había puesto de pie, dio de una patada al banco que cayó hacia atrás. Justo sobre el sujeto que yacía ahora en el suelo, chillando cual perra violada. La sangre brotaba de la pierna lastimada y teñía sus pantalones. De forma inmediata Dark giró para hacer frente a su otro oponente, con quien no había terminado aún y que ahora había tenido que bajar su arma, pero no como símbolo de rendición, sino para retroceder dos pasos y corregir su postura para dar un ataque más certero a su enemigo y cortarlo de una vez por todas. Walter no tenía el morir en sus planes, por lo que al ver cómo su adversario se le venía encima, no hizo más que dar tres pasos hacia atrás, importándole un bledo que pisase la mano del pobre lisiado que yacía en el suelo. Por causa de este esquive, pasó lo que tenía que pasar y el guerrero enemigo se fue sobre su aliado. Una vez le había dado la espalda, el cazador remató con una patada lateral a las articulaciones de su rival, que lo derribó sobre el muchacho.
Y para cuando estos dos volviesen la vista hacia el bellaco, éste ya había desenfundado su espada empuñada con la mano izquierda. Les miraba desde arriba con un gesto de furia como de burla, a su vez que les apuntaba con la punta de su sable justo en medio de los ojos, antes de que el mayor o el menor pudiese terminar de levantar la columna, apoyándose con las manos para ponerse de pie. Los devolvió al piso. No les dio muerte. En cuando a la derecha, aún seguía sin soltar su navaja.
Un repentino dolor y aturdimiento por un instante distrajeron su atención, así como la sorpresa lo que lo obligó a voltear hacia su izquierda. Se trataba de un tarro que fue lanzado desde el otro lado de la habitación por aquella mesera que hacía unos instantes le había servido uno similar; ahora se hallaba retrocediendo ante él y arrinconada contra una de las mesas ante el avance del cazador, el cual no parecía turbar ni su crueldad ni su cólera por ella. Esto le fue impedido por aquellos dos ebrios quienes intentaron atacarle entre ambos. No es conveniente entrar en riña cuando se está borracho, pues, aunque aumenta en demasía la valentía y osadía, la bebida también turba los sentidos y debilita los músculos, por esta misma razón que para Dark no significó mucho problema el tirarlos al suelo de una simple patada en los testículos; A uno en su garganta su sable clavó, mientras que al otro su diestra cortó y su vientre atravesó.
Acto seguido, guardó el puñal nuevamente entre sus ropajes.
Nuevamente se volvió para buscar a la chica; no pudo hallarla. Ahora el tabernero no hacía más que injuriar contra él. Fue de esa forma en que el acorralado hombre tembló con temor ante desalmado bandido:
―¡Si le tocáis os mataré! -interrumpió la joven doncella, que ahora portaba cuchillo en mano que había cogido momentos antes sobre la mesa; Se interpuso en la mira del mercenario en un arranque de furia, quien ya se había encargado de acorralar entre una de las esquinas del establecimiento al dueño del lugar.
El hecho de que la jovencita se armase de valor para enfrentarlo, a pesar de la superioridad de él en experiencia en el combate y que tuviese mayor ventaja en el tamaño u alcance de su arma hizo que éste por un momento se distrajera; de alguna manera evocó algunos recuerdos sobre las bannefids de su pueblo natal, sobre todo una en especial. Imágenes nostálgicas evocadas de los rincones más profundos en sus adentros afloraron. ―No os interpongáis o correréis un destino peor que ese par de escorias. - le advirtió Walter. No obstante, ella no parecía temerle ni a él, ni al dolor o la muerte. No pudo evitar verse a él mismo en sus días de juventud.
―¡No os temo! ¡No os diferenciáis de los tontos que pasan por acá, os sacaremos igual que la basura que le damos a los puercos! -respondió desafiante. En todos sus años de vida trabajados en ese sitio, no le sorprendía tener de alguna manera que lidiar con sujetos de su talla que llegaban y armaban un alboroto. Siempre con intenciones de robar o causar miedo. Podía tomar todo lo que desease, pero no toleraría que hiciese daño a su propio padre, avejentado y debilitado por la edad, enflaquecido por los inviernos.
Y no hubo otro sonido más que la pequeña risa que saliese de los labios de Dark, una risa seca que en cuya voz gruesa y gutural causaba incomodidad:
―Créedme, soy mucho peor – contestó. En parte le agradaba, tenía carácter.
―¡Largaos de aquí, bellaco! - ordenaba la mujer,
La cólera invadió su ser y la dama se abalanzó sobre el contrincante con intención de matarle, aunque ella fue neutralizada y su intento frustrado, tanto por la cota de malla que él portaba bajo su camisa, como por el hecho de que el mercenario detuviese la mano asesina de la muchacha, apretando con fuerza el antebrazo de la joven y hacerle soltar la cuchilla. Esta naturalmente se quejó y empezó a gritar por el dolor, pues Walter le estaba rompiendo la muñeca; lastimaba sus articulaciones a medida que presionaba, y se la torcía. Sus agudos alaridos herían los oídos del cazador, consiguiendo desorientarlo y que aflojase su agarre, cosa que la mesera aprovechó en buen momento para pisarlo; apoyó todo su peso en la punta del pie del rufián, trataba de zafarse y con cualquier otro esa táctica hubiese funcionado para quitárselo de encima, no contaba con la fuerza que tendría este hombre, más allá de la ya gran estatura y corpulencia que poseía. Sus manos eran rasposas, llenas de callosidades y que ni siquiera la grasa del caldo habían conseguido que mejorase la textura para que resbalasen, hasta que Dark por fin acabó saltando a la doncella, sólo para darle una fuerte patada en la parte de atrás del muslo para así tirarla al suelo. No la dejaría escapar.
De esta manera, con la chica en el suelo, pudo cogerla de los cabellos, la arrastró con violencia un par de pasos hacia atrás. Se arrinconó con ella contra la pared y, antes de que la mujer abriese los ojos, éste ya la tenía de rodillas y el filo de Ëire sobre su garganta, amenazando peligrosamente con cortarle el cuello no a sólo ella, sino a todos los presentes que incorporaban y planeaban tomar sus armas:
―Os lo suplico, es mi primogénita y la mayor de mis hijas. Podéis tomar lo que queráis, incluso mi vida si así lo queréis, pero dejadla ir -pedía un suplicante tabernero lloroso. Se culpaba y se culparía por siempre el no haber podido ayudar a su descendencia. Había sido tan rápido que no había tenido tiempo de hacer algo.
Su extraña sonrisa que fracasó cómo intento por suavizar la dureza de las facciones del cazador, que desapareció así como llegó:
―Sigo hambriento y no quiero seguir perdiendo el tiempo; dadme vuestra plata, traedme licor, la carne, el pan o grano que tengáis y tal vez no le haga nada – dijo el mercenario. Así mismo, el tabernero pidió a uno de los tres guerreros que fueran a buscar en la cocina las cosas que pedía, mientras que el otro joven se quedó ―Sólo quiero información de una persona, es todo, y me largaré, podrán seguir disfrutando de sus horribles vidas como siempre - afirmaba el cruel bandido.
―¿En qué os puedo ayudar? -inquirió el preocupado padre. Le daría lo que fuese por ella, no importaba si por su boca alguien más tendría que morir.
― Estoy enterado de que unos mercaderes andan por aquí y que una zorra ha llegado con ellos, más alta que todos vosotros y porta una espada casi tan grande como la mía. Una profunda cicatriz le he dejado en los pechos -y un silencio sepulcral invadió a los sujetos allí presentes. Las caras por ese pequeño instante se miraron. Y fue el señor que entonces se atrevió a responder;
―Vi a una mujer como la que mencionáis, de largas trenzas y un arma sujeta a su vestido - afirmó una voz temblorosa ―No sé de heridas, pero era tan alta como una montaña y bella como las flores que salen en primavera – prosiguió. Cierto malestar en el pecho entonces invadió al mayor de los hombres. En cambio el muchacho sólo negó con la cabeza ante la decisión tomada por el dueño del lugar. Era esa extraña o la vida de su hija, no pudo entonces más que empatizar por mortal condena que por su lengua daría a su destino.
― ¡Decidme ahora, dónde está! – ordenó el cazador.
―Lo ignoro y desconozco sobre su suerte ahora - contesto el mayor. ―Se marchó de aquí ya hace un rato, pero los gitanos a los que acompañaba hablaban mucho de los dominios del este.
En los labios de Walter se dibujaba una aterradora pero firme sonrisa que cubría sus brutas facciones. Brillaba el éxtasis en la profundidad de sus ojos verdes, uno de sus pocos atributos de belleza, ocultos por tan temible figura desgarrada por la experiencia de batallas pasadas.
No demoró mucho para que los únicos hombres que podían mantenerse en pie entregaran las exigencias de tan terrible truhán en una bolsa, y de este modo lograr el intercambio de las provisiones y dinero a cambio de la vida de la joven. Obligada con brutal fuerza a reincorporarse, tiró de su oscura melena y forzó su cuello a enderezarse. Los quejidos de la dama fueron inevitables ante tan fuertes jalones y bruscos movimientos. La soltó y la empujó con vehemencia; primero con las manos y luego de una patada, ambas propinados por el mercenario para avanzar más rápido. La doncella fue atrapada por uno de los pocos caballeros presentes y antes de caer al suelo.
Y no era más que el brillo siniestro en las pupilas de mercenario al tiempo en que se dirigía hacia la salida. Caminaba de espaldas sin atreverse a enfundar todavía su espada, con la cual daba serias señales claras de advertencias contra quien sea que se atreviese siquiera a acercársele o pensase en seguirle;
―Ya conocéis lo que puedo hacer con tan sólo una navaja; no querréis atreveros a saber cómo sería enfrentaros a mí con una espada. - El pisar de sus botas, junto con el crujir de la paja regada en los suelos los que rompieron con furia el incómodo silencio que había invadido la taberna ―Muchas gracias por su cooperación– agradeció. Una vez que estuvo en la entrada, enfundó nuevamente a Ëire y se apresuró a montar su caballo; dio una mofa como despedida antes de culminar con un fuerte portazo en el establecimiento;
―Gracias por los suministros, buen hombre -Hizo una pausa ―Aprecio vuestra hospitalidad; espero pronto volver a visitaros. –Le miraba el tabernero, en compañía del muchacho que se habían acercado lo suficiente para asomarse tras las puertas, oyeron del rufián, ya sobre el lomo de equino ajeno; Se trataba de un hombre alto y corpulento, de anchos hombros y piernas fuertes. Y se atrevía a reírse el muy bribón antes de por fin marcharse galopando:
―Esperemos que los dioses eviten que ese malvado cumpla tan perverso objetivo que tiene en mente – comentó el tabernero. Era el pesar ante sus palabras, así como la incertidumbre repentina que los invadió lo que les hizo cerrar la puerta de golpe, y no volvería a abrir sus puestas por todo ese día.
―Si su dueño sabe que ese truhán tomó el caballo, entonces no tendrá un lugar sobre estas tierras donde pueda huir… -dijo la dama desde el interior del establecimiento.
Turbia despedida, violenta fue su partida y aún más turbulenta su inesperada y larga travesía. Tres semanas tardaron para estar frente a su presa de nuevo.
En las cuales tanto como buenas y malas nuevas habían llegado desde los pueblos cercanos a los oídos del infortunado caballero Aldair, para comienzo de igual modo a su búsqueda de captura.
Conoció que los que estaban presentes fueron obligados a hacer la terrible voluntad de ese detestable ser;
Conducido al lugar donde había acontecido tal desagradable encuentro con tan despreciable ser. De noble y compasivo corazón, con amabilidad le pidió al tabernero que le contara sobre lo que allí había acontecido; supo entonces que no cabía duda que era el mismo criminal que había escapado de Razhug'Nakal. Mostró gran empatía para con aquellos inocentes, al comprender la situación en la que había sido orillado aquel hombre, así como la amenaza del brujo antes de irse, y le fue dada la promesa de que no permitiría que alguien así volviera a hacerles algo así. Y preguntó ahora acerca de la doncella, que era el próximo objetivo de tan vil ser y la dirección que había tomado.
Con esa información empezó a realizar durante ese tiempo algunos bocetos y carteles de búsqueda para la pronta captura de tan temible ser. Juró que la justicia caería sobre él, que vengaría la ofensa hacia los que a partir de ese instante llamó sus nuevos amigos, sino también las penas sufridas a la damisela que con tan sólo una mirada su corazón había cautivado y contemplar su belleza despertó su deseo poseerla.
Cierta sensación de alivio apaciguó la ira y redujo la pena del caballero, pues le reconfortaba al menos el saber que ella había conseguido escapar del yugo de su captor. Agradeció a los dioses por haber escuchado sus plegarias, y seguiría con sus rezos porque los dioses la protegieran de las garras de esa inmunda criatura, que era por ahora todo lo que podía hacer por ella.---------------------------------------------------------------------------------------------------------
Notas de autor:
Un punto a aclarar en las culturas de los reinos celtas era que no solían creer demasiado en la desigualdad de sexo. A las mujeres también se les permitía escoger esposo con el cual casarse, y en el acuerdo matrimonial no perdían su libertad ni tampoco era propiedad de sus maridos. En cuando a los tabúes sexuales: los celtas no creían, o al menos no daban tanta importancia en los principios de castidad hasta el matrimonio, y era socialmente aceptado que las personas (hombres o mujeres) tuvieran una vida sexual muy activa, pues decían que eso agradaba a los dioses, y eran los mismos padres que aconsejaban a sus propios hijos el iniciar en la sexualidad desde muy jóvenes.Bannfemid. Término antiguo en la cultura celta para referirse a las mujeres guerreras. Estas muchas veces acompañaban a los soldados en el campo de batalla; Luchaban junto a sus hijos y sus maridos en las guerras. También en las tradiciones celtas, si el esposo moría, era obligación y el deber de las esposas reemplazarlos en batalla. Se enlistaban en las filas de los guerreros; Las describen en textos antiguos como hermosas y fuertes mujeres de largos cabellos que se adornaban en trenzas y decoraban sus pies con pinturas de guerra, runas y otras veces flores o grabados tradicionales. Se les asociaba con la responsabilidad de entrenar a los soldados (Se menciona en la mitología a la Diosa Schatha, la cual entrenó y enseñó el arte de la guerra y la magia a los guerreros celtas). Otro ejemplo fueron las reinas; Boudicea, Maeve de Conacht que encabezaron y lucharon junto a su ejército, caso similar de Onomaris, reina de los Scordisi que enfrentó a los Ilirios fue la fundadora del actual Belgrado.
Avenhrood. Diosa celta de la luna y los amaneceres, debido al atributo que se le da, tiene relación con Belenus; dios del sol. Referencias poco sutiles a Elberth de la mitología de J.R Tolkien, Valarie de la luz. Llamada “La dama blanca”, la más hermosa y sabia de los valar, pues la luz de Ëru/Iluvatar resplandece siempre en su rostro. Formadora del sol y las estrellas.
Ithel, referencia poco sutil a la encarnación de la luna en la saga del señor de los anillos y referencias/giños sutiles a Melkor/Morgoth/Bauglir/Belegurth, personaje recurrente en los libros del Silmarillion y mencionado en el Legendarium.La galia se trata del nombre otorgado en la antigüedad por los conquistadores romanos a la región occidental del norte del mediterráneo.
Las dos consonantes th deberán pronunciarse juntas, teniendo estas pronunciación de Z.
**Hago un comentario, confieso que hice referencia a Ëowyn, la mujer guerrera del libro "El retorno del rey", de la saga del señor de los anillos escrita por J.R Tolkie, justo en el icónico momento cuando ella se enfrenta al rey brujo;
_"Ningún hombre ha podido matarme"
En respuesta Ëowyn se quita el casco, dejando ver su largo cabello rubio y delcara;
-" No soy ningún hombre viviente. Lo que tus ojos ven es una mujer. Soy Éowyn hija de Éomund. Pretendes impedir que me acerque a mi señor y pariente. ¡Vete de aquí si no eres una criatura inmortal! Por que vivo o espectro oscuro, te traspasare con mi espada si lo tocas ".
Confieso que Ëowyn es mi personaje favorito de dicha saga, la diferencia en ambas escenas es la victoria de esta.
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Sangre y Acero; furia, corazón y pasión (Editado)
FantasyNarra las desventuras de un aguerrido cazador de demonios, encontrándose de cara con los rincones más enfermos de la mente y el espíritu. Una batalla de egos, guiados por intereses egoistas. ADVERTENCIA; ESTA OBRA NO ES PARA TODOS, CONTIENE CONTENID...