8. La celda de Grettell

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Los gritos de Seth seguían atronando en mis oídos cuando cerré la trampilla, tan fuertes como los latidos frenéticos de mi corazón.

¿Qué acababa de presenciar? ¿Quién había bajado a la mazmorra para torturarlo?... ¿Qué demonios era él?

La imagen de su cuerpo levitando en medio de la mazmorra con los brazos estirados como un anticristo de ojos rojos me erizó los vellos de la carne, pero a pesar de ese aspecto sobrenatural, una parte de mí tenía la certeza de que él era más de lo que aparentaba; esa misma parte era la que se rehusaba a encontrar agradable a Cristopher Mason a pesar de su belleza abrumadora.

Las interrogantes se agolpaban en mi cabeza, como el miedo creciente a ser descubierta corriendo por el castillo en ropa interior y con el uniforme rasgado colgando de mi mano. Estuve a punto de girar hacia la izquierda por el corredor que llevaba a las puertas para resguardarme en la celda cuando escuché un par de voces acercándose del otro lado. Me giré en redondo y regresé mis pasos hacia una puerta que había visto en el camino. Mi rostro se contrajo en una expresión de horror cuando la abrí y las viejas bisagras lanzaron una protesta estridente al techo abovedado, alertando traicioneras de mi posición.

Me agazapé detrás de la puerta oxidada de la pequeña habitación que parecía haber fungido como enfermería en otro tiempo y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, intenté no prestar demasiada atención al hervidero de ratas que había infestado el lugar y que corrió despavorido a causa de la luz de la antorcha exterior. Sus nauseabundas garras me arañaron los tobillos con desesperación al tratar de alcanzar el hueco que obstruí por accidente con uno de mis zapatos.

—¿Fedra? —Llamó la cuidadora desde la puerta de la enfermería y mi corazón pareció detenerse.

—Freda está atendiendo al llamado de Drusila, Áganon —respondió su compañera con una voz borboteante.

Las cuidadoras parecían tener una cañería fangosa en lo profundo de la boca, en lugar de una garganta de carne.

—Creí haber escuchado que abría la puerta.

El olor a cadáver inundó la enfermería, haciendo que mis jugos gástricos se revolvieran. La cuidadora olisqueó el aire como si pudiera notar algo más que el descompuesto hedor proveniente de su boca.

—Tenemos que irnos. Nuestro Señor ya se encuentra en la mazmorra. —La apresuró la segunda cuidadora con un deje de excitación en su voz espumosa.

Desde el resquicio vertical de la puerta, vi cómo una nariz puntiaguda y torcida salía del umbral con las aletas muy dilatadas. Estaba segura de que había percibido mi aroma y también muy agradecida por haber tenido asuntos más apremiantes en su agenda, que meterse a la habitación para inspeccionar los rincones oscuros infestados de ratas.

Me quedé con la espalda pegada a la roca filosa hasta que los pasos de las cuidadoras dejaron de escucharse. Sigilosa, asomé un ojo al corredor, y cuando vi el camino despejado corrí como poseída hasta la celda número once, rogando a los cielos que Becca estuviera ahí.

—Pero ¿qué carajo...

Becca saltó de la cama, sus ojos llorosos, seguramente por el recuerdo de Emma, parecieron a punto de abandonar sus cuencas.

—Necesito un vestido, Becca —dije tras esconderme detrás de su puerta.

—¿No me digas? —replicó con sarcasmo—. ¿En qué carajos te metiste esta vez?

Mi cuerpo temblaba nervioso a causa del sudor que había formado una película fría por toda mi piel.

—Tuve un accidente —mentí, otra vez. Me estaba volviendo una experta en ello—. Me atoré en el filo de una roca y... lo rasgué.

Carne y Sangre #PGP2024  #PTR 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora