Prologo

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            Cada persona es delicada, como si de una flama se tratara, podemos quemar, destruir, arder, pero con una simple ráfaga de aire nos extinguimos, entonces ¿Quiénes somos nosotros para decidir quién se extingue y quien no lo hace?

Una gran habitación color azul rey, unos pitidos se escuchaban de fondo, dos sillas y una pequeña mesa la adornaban, una puerta color marrón, una ventana que tenia de vista un estacionamiento, una mesita de noche, y un florero vacío.

No recordaba mucho de lo que había pasado las últimas cinco o seis horas, el dolor de mi cabeza era totalmente insoportable, mi vista era borrosa, y mi sentido del oído no era el mejor, pero alcanzaba a escuchar sonidos cercanos. La puerta rechinó. Supe que alguien entró a la habitación, un hombre alto, de traje, usaba lentes redondos sin ningún color, su tez era blanca, y unos ojos verdes que cautivaban al instante, junto a él, un hombre un poco más chaparro que el que se encontraba enseguida, compleción robusta, tes morenas, ojos café miel, su mirada era suave, lucia preocupado, no pasaba de los cuarenta años, tenía pinta de ser joven, una sonrisa que calmaba todo apareció en su rostro.

Sabía a qué venían, mi estado no era el mejor, mis brazos estaban vendados por el desgarre de mi pálida piel, mi cuello lleno de chupetones, mordidas, marcas de dedos, mi rostro estaba amoreteado, mis ojos hinchados, mis piernas llenas de rasguños y cortadas, mis pies estaban vendados por las quemaduras que se encontraban en ellos, aquellos dos hombres se sentaron enfrente de mí, el más alto parecía más serio que su compañero, el cual parecía preocupado por mi estado, cuando el doctor les paso una tabla la cual sabía que contenía información básica sobre mí, el más alto miro la información como si fuera algo normal para él, pero, el moreno simplemente soltó un "...Ohh... ya veo..." su sonrisa se desvaneció, sabía que había algo malo, sin embargo no me importó, y miré la ventana, como si estuviera contemplando la vista del maldito estacionamiento.

- ¿Cómo te llamas? Mi nombre es Alain Sagairi y este es mi compañero y amigo Gianni Cheryomushkin – Dijo el de ojos color miel con una bella sonrisa en su rostro, no pude devolverle esa sonrisa, no sabía cómo sentir lo que él estaba sintiendo, el me miraba a los ojos, ellos tenian un brillo, los míos estaban completamente vacíos, mi rostro no expresaba nada, yo solamente pude mirar hacia donde estaban mis manos llenas de heridas, me acaricié mis manos, y una leve sonrisa se formó en mí.

- La verdad... es que no recuerdo mi nombre, no recuerdo tantas cosas... me aterra volver al pasado, viví en una capsula. El creo una vida falsa para mí, buena o mala, me acostumbré a vivirla... - Lo dije como si eso no me afectara, sin embargo, me daba tristeza el hecho de no poder recordar, más bien me daba miedo poder recordar todo antes del incidente.

- ¿Él te puso un nombre? – Mi respuesta era obvia, pero algo en mi me pedía no decir nada, supongo porque no sabía que harían con la información, o porque sentía que "El" me seguía escuchando y viendo, mi cuerpo empezó a temblar al recordar lo horrible que nos hacía sentir. Él era como el aire, no lo podías ver, pero lo sentías, esa corriente, que te arqueaba la espalda, que te empujaba, simplemente cuando era de noche era cuando todo empezaba a tornarse de una manera oscura y espeluznante, no es que el tuviera magia o algo como eso, pero había algo que te atraía a él, al menos a mí me atrajo como un imán, nos sentíamos drogadas, y cuando nos sentíamos así, nos torturaba de la peor manera, en mi caso... la primera vez qué pasó fue tan asqueroso, que me sentí repugnante, sucia... El me llamaba Clair, no era como si me agradara el nombre, pero era algo que nos diferenciaba, sin embargo, al principio no tenía un nombre sino un número, un número que parecía una mancha en mí y en mi piel.

-Dinos como llegaste a la granja- Dijo Gianni, con una cara tan seria que me recordaba a la cara del maldito que me había secuestrado, unas ganas de vomitar se apoderaron de mi cuerpo.

Cuando llegué solo tenía quince años, yo me encontraba en un recital de ballet, me gustaba bailar cuando era pequeña, así que mis padres adoptivos me metieron a clases de danza, era 20 de diciembre, bailaba "El cascanueces", llevaba un tutú blanco con toques dorados, yo era el personaje principal, claro, aparte del cascanueces, cuando terminó la obra, me fue indiferente que nadie viniera a verme, pero hubo alguien que me trajo tulipanes, rosas, cláveles, y una bella flor de loto, eran mis favoritas, pero lo que las hacía especiales no eran que a mí me gustaran, si no que estuvieran marchitás, solo a excepción de la flor de loto egipcia.

Quede prendada a aquellas flores y sus distintos olores, aquel hombre que las cargaba vestía de un traje negro, el cual era formal, un sombrero del mismo color, era bastante alto, y en el bolso del saco usaba una Lycoris Radiata.

No dijo nada, solo espero a que tomara el ramo de flores marchitas, sabía que estaba mal, sin embargo, me anime a tomarlo, algo en el me llamaba, sentía que, si tomaba el ramo, mi mundo simplemente sería completamente distinto a cómo yo lo sentía, al tomar el ramo una sonrisa apareció en su rostro, yo solo podía ver la mitad de su cara, su nariz, sus labios, sus mejillas, eso era todo lo que veía.

Alguien me llamó, volteé hacia atrás, y no había nadie, y cuando mi cuerpo estuvo en la misma dirección en la que el hombre se había estado encontrando, el ya no estaba, simplemente desapareció, como una sombra cuando le da la luz.

El olor que desprendían aquel ramo de flores era sumamente fuerte, su olor mareaba a cualquiera que lo inhalara, pero por alguna razón el olor solamente me causaba placer, mis pensamientos estaban yendo y viniendo.

Salí del teatro con una pantalonera grande y una blusa de tirantes, una sudadera se encontraba amarrada en mi cintura, el ramo de flores descansaba en mis brazos mientras olía su fuerte olor, mis músculos se tensan al sentir el fresco aire, cerré mis ojos y me dediqué a sentir cada parte del frío viento, me gustaba sentir como mi piel se erizaba, ver cómo me estremecía por lo fresco del viento, me senté en una banca, la noche me encantaba, ver las estrellas, la luna, el mar oscuro, todo me relajaba tanto que me era imposible no amar aquel momento del día.

Deje el ramo, y tome la flor de loto, esta era la que más olía, me gustaba su aroma, era fresco, fuerte, y me hacía sentir adormilada, no sé cuánto tiempo paso, pero yo me sentía bastante cansada, traté de pararme, sin embargo me tambaleé, pero en vez de caer al suelo, unos brazos me atraparon, aquella persona me cargo, me puso en su hombro, vi su rostro una mirada tan fría que mi cuerpo se erizó, quería correr, pero mis piernas no se movían, quería gritar, pero de mi boca no salía ni un ruido, quería golpearlo, sin embargo mis manos estaban quietas como una roca.

-Calma... estarás en un lugar mejor-

De pronto sentí un golpe en mi cuello, todo se tornó de color oscuro, mis ojos se cerraron, mis piernas se durmieron, y sin más yo quedé completamente inconsciente.

Nymphaea CaeruleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora