❝ Prólogo ❞

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Los susurros llenan la noche. Caminas a paso ligero mientras, a tu alrededor, el pueblo duerme. 

Es muy tarde y lo sabes, sabes perfectamente que deberías haber vuelto hace horas, pero fuiste incapaz de hacerlo. A pesar de estar a solo un par de calles de tu casa, el breve paseo desde la fiesta organizada por tu amiga te parecía eterno. Cada vez que pensabas en salir tu mirada se dirigía a la ventana más cercana y, a modo de advertencia, un poderoso escalofrío sacudía tu columna.

La oscuridad te esperaba y, como una ilusa, creías poder huir de ella.

Finalmente, pasó lo inevitable; la fiesta acabó. Debiste decirle a tu amiga que no querías salir, que estabas asustada, pero no querías abusar más de su hospitalidad, aun sabiendo que no tendría problemas en dejarte pasar la noche allí. Por lo que te limitaste a fingir una forzada sonrisa y tomar tu chaqueta antes de dejar que la oscuridad de la noche te envolviese.

Así es cómo llegaste a esa situación. Paseando por las desiertas calles del pueblo, con el sonido de tus tacones elevándose hacia el cielo nocturno y acallando el cantar de los grillos. 

Las farolas están encendidas, pero su luz no es necesaria gracias a la luna, enorme en el cielo, observándote con frialdad. Tu corazón resuena con fuerza mientras sigues avanzando todo lo rápido que te lo permiten tus elevados zapatos, pese a llevar la chaqueta, el viento pincha tu piel a cada paso. Nunca pensaste que un trayecto de apenas cinco minutos podría resultarte tan largo.

Cada sonido, cada movimiento, por mínimo que sea, logra captar tu atención por completo, haciendo que tu ansiedad se dispare. Aguantas la respiración de forma casi inconsciente hasta que, por fin, el sonido del agua se hace notar por encima de los acelerados latidos de tu corazón. La cascada es reconfortante por el mensaje que transmite; estás cerca de casa, apenas un par de metros te separan de tu destino. Es entonces cuando aparece.

Al principio no lo distingues (o más bien no quieres hacerlo), piensas que se trata de un simple reflejo de la luz lunar sobre las resbaladizas aguas. Aun así, algo te hace detenerte para observarlo mejor. Tus pasos se detienen por completo mientras notas cómo comienzas a palidecer ante la desagradable visión que se presenta ante ti.

Al otro lado de la cascada, de pie en la orilla, alguien te observa con fijación.

Permaneces inmóvil durante unos instantes antes de salir corriendo, perdiendo tus molestos zapatos por el camino. Aunque eso no basta.

Haciendo uso de una velocidad sobrehumana, ese ser atraviesa de un solo salto el pequeño riachuelo que os separa y, en apenas unos segundos, logra ponerse a tu altura. Casi logras rozar el pomo de la puerta de tu casa cuando lo sientes; una oleada de dolor que recorre todo tu sistema mientras ese algo toma uno de tus tobillos y clava sus afiladas uñas en él. No tardas en caer y, al hacerlo, tu barbilla choca contra el suelo de forma dolorosa, haciendo temblar todos tus dientes y llenando tu boca de un desagradable sabor metálico.

Gritas, tratas de llamar la atención de alguien en la casa, pero tus sollozos resuenan en la oscuridad de la noche sin respuesta. Lentamente, notas cómo comienza a tirar de ti, disfrutando cómo cada centímetro aumenta tu agonía. En un desesperado intento por detenerlo, clavas tus uñas en el suelo, observando con horror cómo estas se rompen mientras sigues avanzando.

Finalmente, el movimiento cesa y lo siguiente que notas es una fuerza, demoledora y salvaje, que tira de ti hasta darte la vuelta. 

Te encuentras tirada en el suelo, con el pelo y la ropa ensuciados por el arrastre, cientos de heridas en tu piel provocadas por las afiladas losas de piedra y varias uñas destrozadas, además de una herida sangrante en la barbilla. Pero, sin lugar a dudas, lo peor es el hecho de tener a ese ser sobre ti.

Te permites el lujo de observarlo mientras este se posiciona. Su larga melena rubia, su oscuro maquillaje (ya destrozado), sus largas y afiladas uñas pintadas de un vivo color rojo, sus medias de rejilla y sus tacones. No hay duda, hasta en el más mínimo detalle; es idéntico a ti.

Su cabeza tapa el cielo mientras coloca su rostro sobre el tuyo y te dedica la sonrisa más siniestra que has visto en tu vida. Lentamente y con la luz de la luna proyectando algo parecido a un halo sobre su rostro, sus manos se van a su espalda en busca de algo. Es entonces cuando tratas de escapar.

Tus dedos duelen, pero no impide que tus manos comiencen a palpar el suelo en busca de un arma. Una intensa oleada de dolor recorre tu sistema nervioso cada vez que tus uñas, dobladas y rotas, clavadas en la carne a la que antes de unían, logran dar con algo mínimamente sólido. Casi dejas escapar las lágrimas cuando, tras estirar con determinación la mano derecha, das con una piedra de gran tamaño.

No piensas en el dolor, ni en las repercusiones que podrían tener tus actos, simplemente te limitas a agarrar la piedra para alzarla en ángulo ascendente y golpear lo más fuerte posible. El miedo te hace cerrar los ojos y gritar, pero tu ataque no cesa. Continúas golpeando hasta que un desagradable sonido te avisa; ha hallado algo blando.

Una sonrisa se instala en tu rostro mientras abres los ojos, pero esta no tarda en verse sustituida por un gesto de horror.

Efectivamente, has golpeado a ese ser en la cabeza, que ahora se encuentra inclinada hacia atrás en un ángulo imposible. Apenas necesita unos segundos antes de alzar de nuevo el rostro y, con un reguero de sangre cayendo de su frente, vuelve a dirigir su siniestra sonrisa hacia ti.

Gritas de nuevo mientras la luz de la luna se refleja en la hoja de su cuchillo, gritas de dolor cuando el arma atraviesa tu piel, gritas hasta que tu garganta es cortada y el brillo de la hoja, antes blanco, se tiñe del rojo de tu sangre.

Los otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora