Capítulo cuatro.

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Juani.

La brisa golpeaba suavemente mi cabello mientras movía el popote sobre mi bebida; por primera vez había decidido salir por mi cuenta después de todo lo que había pasado con Felipe en la dos ocasiones en la que los vimos, no podía dejar de sentirme estúpido y a la vez sentirme como aquel niño de cinco años cuando lo conoció o aquel adolescente de quince cuando le rompieron el corazón.

Quería odiarlo y detestarlo con toda mi vida pero parecía ser casi imposible cuando se trataba de él, de todo él.

Odiaba a Felipe Otaño, lo odiaba demasiado por hacerme sufrir como lo hizo, por jugar con mis emociones y verme como todos me veían, como una miserable basura a la que podía recoger y tirar a placer porque yo se lo había permitido.

Me quede sentado en una banca en aquel parque y suspiré, las olas de calor en Argentina cada vez eran más insoportables que lo único que deseaba era poder estar un día sin camisa pero el pobre aire de mi apartamento podría fundirse en cualquier momento.

Al menos deseaba que lloviera un poco, incluso cuando odiaba la lluvia y me traía esos recuerdos que quería abandonar.

—¡Papi!

Una voz me saco de mis pensamientos y gire hacia el pequeño cachorro de unos seis o cinco años jugando y riendo con sus padres en aquellos columpios, mi pecho se apretó y aparte la mirada casi al instante mientras escuchaba la risa del cachorro y apretaba mis dedos alrededor de mi vaso.

El deseo de llorar volvió a atacarme.

—¡Juani! —la voz de Francisco me saco de mi trance y mi mirada fue hasta él, quien caminaba hacia a mi con su cojera siendo un poco evidente y una sonrisa brillante en sus labios—. ¿Llegue tarde?

Negué—. Estoy acá hace unos minutos, compré esto para vos —le tendí la otra bebida y Francisco la tomó con una sonrisa antes de tomar asiento a mi lado y cruzar su pierna.

—Es la primera vez que llamas desde que nos enteramos de tu proyecto, ¿qué pasó? —Francisco me miró con una sonrisa y su mirada maternal y preocupada que siempre ponía con nosotros.

Me encogí de hombros.

—No quiero hablar de eso —masculle entre dientes y segundos después escuché como Francisco se atragantaba cuando me conoció el tono de voz.

Él me conocía tanto.

—Déjate de joder, Juani —me miró sorprendido y yo me encogí de hombros antes de darle un sorbo a mi bebida—. ¿Te encontraste con Pipe? —no respondí—. ¿Es posta?

Su mano golpeó ligeramente mi hombro y yo bebí más de mi bebida antes de sacar una oreo de mi bolso y abrirla para comérmela mientras sentía como mis mejillas se manchaban de ese tono rojo y las ganas de chillar y llorar me asaltaron de nuevo.

—Y me beso —murmure tragando grueso cuando di el primer mordisco—. Dos beses.

Francisco chillo y me arrebato el paquete de oreos, yo lo mire al verlo tomar una y luego me lo devolvió, sabía que yo no le iba a convidar ninguna así que su única opción era quitármelas porque sabía que tampoco le diría nada.

—¿Y qué pasó? —pregunto mirándome.

—El hijo de puta se puso más bueno.

Francisco sonrió y negó con la cabeza antes de suspirar y mirarme con seriedad.

—¿Cómo te sentís? Tipo, ¿después de verlo? Que se yo. ¿Sigue despertando cosas?

—Lo odio y lo sabes —lo corte y Francisco asintió poco después—. No puedo superar todo lo que pase de la noche a la mañana, aún sigo teniendo pesadillas de esa noche y...

Un corazón de promesas (LIBRO #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora