Gigantes problemas

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Harry subió a toda velocidad a su dormitorio, revolviendo las cosas de su baúl hasta que encontró su capa de invisibilidad. En el proceso, un pequeño regalo que Sirius le había dado antes de volver a Hogwarts cayó al suelo. Las palabras de Sirius resonaron en su mente:

"Si alguna vez me necesitas, solo tienes que abrirlo y estaré contigo."

Aunque en ese momento no le dio mayor importancia, pues estaba emocionado por ver de nuevo a Hagrid, así que guardó el regalo de Sirius de nuevo en su baúl.

Se encontró en el campanario con Ron y Hermione junto al pozo de las 4 bestias cuyas impresionantes figuras talladas de un hipogrifo, un dragón, un unicornio y un grifo se alzaban majestuosamente en sus costados. Juntos, cruzaron el puente colgante hacia la cabaña de Hagrid. Al acercarse a las calabazas que adornaban el jardín del medio gigante, se pusieron la capa y se pegaron lo más que pudieron a la puerta para escuchar lo que pasaba dentro.

—Se lo repetiré una vez más — oyeron decir a Umbridge con voz autoritaria—. ¿Dónde ha estado la mitad de este curso?

Después de unos segundos, la voz de su amigo resonó en los oídos de los tres chicos, que se miraban felices entre sí.

—Ya se lo dije —explicó Hagrid —. Me tomé unas vacaciones por salud. Necesitaba un poco de aire fresco.

Hagrid sonaba dudoso, y Hermione frunció el ceño, preocupada. No había sido la mejor excusa.

—Claro —comentó Umbridge, con un deje de ironía en la voz—. Porque al ser también guardabosques, justo la falta de aire fresco es de lo que adolece, ¿no?

Los tres chicos escucharon unos pasos que se dirigían a la puerta, así que se apartaron rápidamente. Umbridge la abrió y se apresuró a salir, sin antes recordarle al medio gigante:

—Yo que usted, no desempacaría tan pronto.

Después cerró la puerta de madera, se olfateó como un pequinés y sacó una botella de perfume, que esparció por su cuello. Luego se giró y, con la misma botella, hizo una señal de cruz sobre la cabaña de Hagrid, de manera simbólica y maliciosa.

Los tres chicos se quitaron la capa y tocaron la puerta cuando Umbridge salió de su rango de visión. Hagrid se apresuró a abrir, y al ver sus caras sonrientes, solo expresó:

—Ah, son ustedes. Debí imaginarlo.

Los chicos se lanzaron a abrazarlo, y Hagrid hizo lo mismo.

—Pasen —les dijo—. No es seguro que los vean fuera del castillo.

Una vez adentro, Hermione notó los moretones y heridas abiertas que tenía Hagrid en toda la cara.

—Hagrid —exclamó la bruja preocupada—. ¿Qué te pasó?

Hagrid miró a su alrededor, sin comprender de inmediato a qué se refería, hasta que intuyó que las miradas de sus amigos se centraban en su rostro.

—Ah, ¿esto? —dijo, señalando su cara—. No es nada, chicos. No se preocupen.

Hagrid preparó té y llevó su inmensa charola a donde estaban los chicos, ofreciéndoles una taza a cada uno, que aceptaron de inmediato. Luego de la nevera sacó un trozo de carne congelada que pareció excitar a su perro, Fang, y la presionó contra su rostro, haciendo una expresión placentera al sentir el frío de la ternera cruda sobre sus moretones.

—Hagrid —dijo Harry, llamando la atención de su amigo—. Sabemos que Dumbledore te envió a una misión.

—Una para la Orden —especificó Ron.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora