Fuga

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Las tardes de principios de febrero se resumían en Harry, Ron y Hermione haciendo deberes en la biblioteca, el lugar más silencioso de todo Hogwarts, en parte por las muy estrictas normas de Madame Pince, la bibliotecaria. Cualquier sonido más fuerte que un susurro era suficiente para provocar su mirada fulminante. Las altas estanterías de libros apenas susurraban con la corriente suave de aire, y el silencio solo se interrumpía por el cuidadoso pasar de páginas o el ocasional rasgueo de una pluma contra el pergamino.

Gracias a la agenda que su amiga les había regalado, tanto Harry como Ron se habían puesto a la par de Hermione en sus estudios. Frente a ellos, tomos de Encantamientos, Defensa Contra las Artes Oscuras y Herbología se acumulaban en pequeños montones, dando la impresión de que cada día tenían más por leer. Era como si los tomos cobraran vida y se multiplicaran.

Esa tarde, Ron ya había sucumbido al agotamiento de la jornada y había subido a la sala común a descansar antes de volver a tomar su puesto como prefecto. Hermione, por otro lado, revisaba detenidamente una larga lista de encantamientos avanzados. En un costado de la mesa, yacía abierto el libro "Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos" del famoso magizoologista Newt Scamander, que Ron había estado leyendo. Harry, mientras tanto, intentaba concentrarse en un capítulo sobre plantas mágicas, específicamente en el libro de Hengist of Woodcroft, titulado "Plantas Mágicas: Guía para el Aprendizaje". Su mente, sin embargo, divagaba.

Aquella vez, cuando se quedaron solos, Harry no pudo evitar confesarle a Hermione que gran parte de su mejorado desempeño escolar era gracias a su regalo de Navidad.

—Lo sabía —expresó la castaña con emoción, aunque su voz parecía más baja de lo habitual, respetuosa de las rígidas normas de la biblioteca, que a su vez, era su lugar favorito en todo el colegio—. ¿Y tu buen humor a qué se debe? —preguntó ahora con una sonrisa pícara, bajando la voz aún más.

Harry solo se ruborizó ante el comentario de su amiga. Las noches de esa semana, tanto ella como Ron habían salido a su guardia de prefectos, y era entonces cuando Harry aprovechaba para platicar con Ginny, que, curiosamente, también se quedaba en la sala común, según ella, "leyendo" todas las noches que Harry se ocupaba hasta tarde con sus deberes.

—No sé de qué hablas —recitó el pelinegro sin mirar a su amiga y manteniendo toda su atención en el libro.

—Okey —contestó Hermione—. Solo te recuerdo que este miércoles es 14 de febrero. Te lo digo por si quieres anotar algo más en tu agenda. —La castaña le guiñó el ojo a su amigo y salió de la biblioteca. Harry se quedó pensando, apoyando el mentón en el libro, divagando sobre si sería una buena idea invitar a Ginny a ir a Hogsmeade ese día. Aún temía por lo que pudieran pensar Ron o los gemelos, pero deseaba tanto ser valiente y tomar la iniciativa con Ginny, no quería esperar más tiempo, ya había perdido demasiado.

Cerró el libro y se despidió de Madame Pince. Se percató de que era el último chico en aquella caverna del conocimiento y se apresuró a salir. Recorrió el vestíbulo central, donde unos cuantos prefectos de Ravenclaw platicaban sobre el gran partido contra Gryffindor en dos semanas. Al ver a Harry pasar, se quedaron callados, mirándolo retadoramente.

Harry recorrió el patio del viaducto hasta llegar a la puerta principal del castillo. Echó un vistazo a los relojes que resguardaban los puntos de las casas en el semestre y pensó divertido que muchos de aquellos zafiros carmesí en el reloj de Gryffindor pertenecían a Hermione. Al girar hacia la gran escalera, vio en un rincón de penumbra, casi entrando en las mazmorras, a dos sombras que se besaban apasionadamente. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo distinguir a Cho, comiéndose la boca de Michael Corner con intensidad.

Cho sintió que alguien los miraba, se despegó por fin del apuesto chico de Ravenclaw y miró a Harry, que solo se dio la vuelta y se apresuró a salir de esa situación tan incómoda. Harry subió las escaleras hasta llegar al pasillo de Gryffindor. Parecía que el viento de San Valentín había arrasado en la escuela, o que las gotas de la lluvia torrencial que había caído hace días contenían filtro del amor, pues había varias parejas abrazadas en su camino, a pesar de las estrictas medidas de opresión de Umbridge. Claro que agradeció que ninguna de ellas fuese Ginny Weasley.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora