Capítulo V: Sombras en el viento (I)

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Aquella mañana, Arskel se levantó un poco más temprano de lo normal. Sus compañeros seguían durmiendo plácidamente en las habitaciones -Cayn y Adrian habían dejado clara su intención de aprovechar hasta el último minuto de sueño-, pero él prefería tenerlo todo preparado para la partida. Mientras ajustaba las correas que sujetaban la silla de montar al cuerpo de Ragnarök, Morrigan lo observaba con atención.

-¿Estás segura de que no quieres venir? -le preguntó el joven a la hechicera por enésima vez.

-Ya te he dicho que no pienso hacer un viaje tan largo para nada. Mejor me quedo aquí y descanso unos días.

-Me alegro -intervino Ragnarök, con lo que se ganó una fría mirada por parte del pájaro.

Arskel se encogió de hombros y siguió enjaezando a su montura con la práctica que solo se adquiere tras haber repetido la misma operación cientos de veces. Se había situado lejos del resto de dragones para que no pudieran oír su conversación.

-¿Has estado alguna vez en el sur?

-Muchas. -El tono del cuervo denotaba sorpresa, como si no esperase una pregunta tan fútil y personal por parte del chico-. Ya lo tengo muy visto, y te puedo asegurar que no es nada del otro mundo. Un par de toros y lagartos por allí, un par de palacios extraños por allá, y no esperes más.

-Tenía entendido que era de una belleza maravillosa.

-Hay quien dice que sí. Los propios sureños, sobre todo -graznó Morrigan con sorna. De repente volvió la cabeza hacia la entrada de la cueva y escrutó los alrededores durante unos segundos.-Viene alguien -avisó, y acto seguido empezó a comportarse como un cuervo normal. O, por lo menos, lo intentó.

-Lo estás exagerando -dijo Arskel-. Nunca he visto un cuervo tan ruidoso y descarado como el que tú interpretas.

-No tengo tanto talento como tú a la hora de actuar, ¿verdad? -siseó la hechicera en un tono peligroso.

Arskel frunció el ceño y se mordió la lengua para no contestar. ¿Por qué le enfurecían tanto aquellas palabras? Podría habérselas tomado como un cumplido entre embusteros, de no ser porque tenía claro que Morrigan disfrutaba jugando con sus pensamientos. En el fondo, a él no le agradaba en absoluto tener que ponerse una máscara de mentiras cada vez que se cruzaba con alguno de sus compañeros o maestros, pero no tenía otra opción, por su propio bien. Al menos por el momento tendría que seguir así, aunque no tenía intención de dejar las cosas como estaban. Pronto haría su movimiento... si todo iba según lo esperado.

-¿Ya estás aquí? Qué madrugador -fue el saludo de Valkiria. El joven se volvió con presteza, como si no estuviera alertado ya de la entrada de otras personas.

Valkiria era bastante alta y exhibía una figura obviamente modelada por el entrenamiento como guerrera y jinete de dragón. Las ropas bastas de cuero y la capa marrón hacían que su cuerpo pareciera el de un muchacho pese a sus caderas anchas. Llevaba el pelo castaño oscuro por debajo de los hombros, de vez en cuando curvado en alguna onda que no llegaba a rizo, y poseía unos ojos verdes azulados que a Arskel le recordaban a los de los negros cormoranes que abundaban en las Islas de la Serpiente. Sus cejas eran espesas; su nariz, regordeta, y sus labios, delgados. No era el tipo de mujer al que uno objetivamente calificaría de hermosa, pero aun así poseía un cierto atractivo inexplicable.

Shedeldra, que caminaba junto a ella, era todo lo contrario. Femenina y elegante, con una encantadora sonrisa tímida siempre rondándole los labios carnosos. Por lo que el príncipe sabía, era la hija de una embajadora isia en Futhark, y se notaba tremendamente su procedencia. Su cabello negro como el ébano se ensortijaba y le caía hasta la base del cuello de garza. Tenía la tez morena y los ojos oscuros, las cejas finas y los pómulos altos. Era la más baja en estatura de la brigada y, con apenas catorce años, la menor, aunque Arskel a veces pensaba que ostentaba también el título de más madura. Lo cual no tenía demasiado mérito, dada la poca seriedad que habían demostrado sus otros compañeros, pero aún así era de agradecer.

El ladrón de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora