Mis padres eran los capataces de la decimocuarta galería y sus bifurcaciones. Mientras mi padre dirigía a los peones y supervisaba las extracciones mi madre coordinaba a las vagoneteras y carboneras en los depósitos. Yo era solo un niño cuando los dos quedaron atrapados en un derrumbamiento de la galería. 43 bajas, dos de ellas mujeres en estado. A pesar de las reformas de seguridad en los túneles, la minería era arriesgada y peligrosa; pero también nuestra forma de vida. Las mayores exportaciones de carbón, pizarra y granito salían de esta mina. Sin contar de los nuevos descubrimientos de geodas en las excavaciones más recientes en las que fui obrero.
Mi tutela pasó a ser una responsabilidad de mi prima Varadissa y su esposo. Siempre me consideraron un niño indomable y razón no les faltaba. Mi infancia la recuerdo como un constante castigo que siempre me saltaba a la torera. En la escuela estuve más horas de rodillas sujetando libros mirando a una esquina que estudiando. Pero mi actitud cambió cuando el legado de mis padres volvió a mi poder tras superar los 35 años de edad y con él nació mi sentimiento de honrar su memoria.
También se concertó mi matrimonio con Arzanotyas, hija de Quílopo y Suezaga. Él era el cuarto sucesor del segundo poder, que repudiado por su padre por casarse a escondidas fue desterrado, y ella la Capataz de las tres galerías más grandes e importantes de toda la mina. Deduzco que la amistad entre sus padres y los míos sumado el interés de aumentar el estatus de ambas familias desembocó en aquella promesa tomada aún cuando yo solo era un crío barbilampiño y la pobre Arza era un bebé llorón y rosado recién parido. Si los rumores son ciertos Quílopo no había escuchado llorar a su hija cuando ya estaba picando a nuestra puerta con las buenas nuevas.
Tras volver a la casa donde nací me inundó la nostalgia y recorrí poco a poco las estancias. Al pasar por el quicio de la puerta de la que fue mi habitación me fijé en la madera. Se me desbloqueó un recuerdo y me revolvió el corazón. Mi madre grabó un pequeño manzano estando embarazada de mi, y cada día de mi cumpleaños le grababa un nuevo fruto. Era su forma de desearme un feliz día, los enanos expresamos nuestro afecto de formas poco ortodoxas. A penas tuve tiempo de hacerla mínimamente acogedora encendiendo la cocina que llevaba años fría cuando empecé a recibir los informes pertinentes para mi trabajo. Empezaba una nueva etapa.
A pesar de la ligereza del trabajo comparado al de peón , el calor y el estrés me dejaban sumamente agotado al final del día. Aunque ningún cansancio era suficiente para no disfrutar de la pasión con mi prometida. Era una locura, apropiarme de su cuerpo sin contraer nupcias, pero que delicia deleitarme con sus curvas a escondidas del mundo. Aunque no soy el único pecaminoso, ella me dejaba la ventana de su habitación abierta todas las noches porque el deseo era mutuo. Las galerías quemaban, pero yo solo esperaba la hora del cierre para arder con su piel y hundir mi cara en su cuello mientras se estremecía con mis caricias. Fuimos precavidos, muy discretos. Puede que fuese un loco lujurioso, pero nada desearía menos que mancillar el honor de una buena mujer.
Y qué mujer, dioses.
La vida no me iba mal. Conseguí en pocos meses riqueza suficiente como para invertirla en sobornos a mensajeros para que me concedieran visitas urgentes a las estancias del segundo poder. Implementé normativas novedosas y refuerzos a las medidas de seguridad. También descubrimos zonas ricas en metales varios como oro o bronce lo cual ampliaba los trabajos y ayudó a construir las primeras forjas. Sentía mi pecho hincharse de orgullo con cada logro, cada cabo suelto de mi despreocupada vida atarse, sentía como las responsabilidades al fin me guiaban por el camino recto; pero era todo un espejismo.
Tenía un buen puesto, una mujer preciosa y una vida cómoda, pero yo quería poder y riqueza, quería subir escalafones a sabiendas de que era imposible dado mi estatus y pertenencia al Candil. Pronto la rutina comenzó a aburrirme, ni el sexo con Arza era lo mismo. El día a día repetitivo acabó turbando mis nervios, ya casi era imposible que durmiese por las noches sin revolverme en la cama soñando una y otra vez con morir sin salir de este horrible lugar.
Tenía que salir de aquí si no quería volverme loco. El único problema es que a los mineros se nos tiene terminantemente prohibido salir. Dicen los de "La Torre" que ni sabríamos defendernos ni sería bueno para la colonia. Según ellos, nuestra visión pura sin exposición solar era clave para que ninguna galería quedase con restos aprovechables de minerales; sin contar que la inmersión de este pueblo bajo tierra es porque el resto del mundo es cruel, mezquino y de poco fiar. Pero cuando el dinero y la avaricia te corrompen o el sexo y la lujuria se vuelven adictivos poco queda de la honrradez y la ética que juré cultivar.
Un día cualquiera, tras mi jornada habitual, revisaba las galerías para comprobar que no quedaba nadie. Rutina del día a día. Hasta que me encontré una vagoneta sin vigilancia ni vaciar. Hice lo propio, dirigí esa vagoneta al centro de depósitos en su correspondiente pila. Cuando entré y vi aquellos montones inmensos de oro desechados como si no valiesen nada se me removió algo dentro. Sentí la necesidad imperiosa de hacerme con aquella riqueza poco a poco y salir de esta triste y monótona mina. Ese día solo me hice con dos pepitas pequeñas. Tras llegar a casa, en la carcasa de un antiguo reloj las escondí. Tras mi sesión de amor furtivo con mi prometida y un largo baño logré conciliar el sueño, mas las pesadillas me atormentaban. Mis padres no querrían que fuese así, pero por culpa de los arquitectos incompetentes que no supieron crear bien los malditos planos no están aquí para reprocharme nada.
Los primeros días procuraba esperar pacientemente a que terminase mi turno y cerciorarme que no había nadie para llevarme un par de pepitas de oro tras cada jornada. Poco a poco, no se bien si por la impaciencia o por el miedo a ser descubierto, empezaba la ronda antes para poder hablar con las vagoneteras y confirmar que nadie se había dado cuenta de mi nuevo hábito. Tras la cortesía de las primeras conversaciones empezaron las miradas lascivas y los coqueteos en susurros. El sentirme deseado por varias mujeres de manera simultánea hacía que mi ego y adrenalina subieran como el humo de una chimenea, imposible de controlar su altura y movimiento.
Aunque aún recordaba mi compromiso cada vez era más difícil pensar con la cabeza que debía y no con la que quería.
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Por una pepita de oro
FantasyMe llamo Vikram, Vikram Prakash. Y si quieres conocer como una pepita de oro y la lujúria cambiaron mi vida sigue leyendo