CAPÍTULO 44

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* Hola, hola queridos lectores, feliz día de san Valentín, aquí está su regalo, espero que lo disfruten muchísimo. No se olviden de comentar, saben que amo leerles*

Narra Katrina:

03:30 am

El dolor insistente y palpitante en mis sienes solo empeora con cada segundo que pasa. Abro los ojos y mi vista tarda en adaptarse a la oscuridad.

¿Dónde mierda estoy?

Cajas enormes, maquinaria vieja y un olor nauseabundo. La poca luz que se filtra de la habitación continua lastima mis ojos. El fétido olor inunda mis fosas nasales y unas arcadas mortales llegan de golpe, me doblo sobre mi cuerpo y vacío el contenido de mi estómago.

Las pequeñas gotas de vómito caen sobre mí ya manchada ropa, empeorando mi aspecto. Trato de moverme, pero los grilletes atados a mis pies y las cadenas que sostienen mis muñecas me lo impiden.

Puedo sentir como poco a poco desgarran mi carne y el olor a sangre es casi tan nauseabundo como el resto del lugar.

El dolor se extiende por mi vientre y recuerdo los golpes de Blaine, solo espero que mi bebé esté bien.

Sollozo por lo bajo.

- No te muevas. – susurra la voz de un hombre. Ahogo un grito y busco entre las penumbras lo mejor que mi vista me permite, distingo la silueta de un hombre en condiciones similares a las mías. – Solo lo vas a empeorar.

Paso de la exaltación al reconocimiento en cuestión de segundos.

- ¿Alexander? – asiente levemente. Intento llegar a él, pero de nuevo las cadenas lo vuelven imposible. Gruño por lo bajo.

Mierda, duelen como el demonio.

- Te dije que te quedaras quieta. – casi puedo asegurar que está rodando los ojos. – Eres incapaz de seguir una simple orden.

Sonrío con amargura.

- Has sonado igual que Valentino.

- Pues tiene razón. – se encoge de hombros.

Asiento. Debí hacerle caso desde el principio, nada de esto hubiera pasado si yo hubiera acatado lo que se me pedía, pero no, tenía que ir y hacer juntos lo contrario.

Bien hecho, Katrina.

Inspecciono el lugar, solo oscuridad y más oscuridad, no hay ni quiera una ventana por la cual pueda ubicarme.

- ¿Tienes idea de dónde estamos? – pregunto en un susurro, procurando que el imbécil de Blaine, donde quiera que esté, no nos escuche.

- En una antigua bodega de empaquetado, creo que de carne o algo así. – vuelvo a asentir, al menos eso explica el olor. – Debemos estar a las afuera de Roma, a juzgar por lo decrepito del lugar, debe ser en una zona marginada.

- Perdón por enredarte en todo esto. – la culpa me carcome, Alexander está en esta situación por mí y mi necedad.

- Soy yo quien debe pedirte perdón, Katrina. – responde decepcionado. – Se me ha puesto a cargo de tu cuidado y no pude impedir que te secuestraran, si el señor Rossi nos encuentra con vida, te aseguro que me mata.

- ¿Por qué darle ese gusto si puedo hacerlo yo? – mi cabeza gira en la dirección de esa horripilante voz. Camina hacia mí con paso calmada, cual depredador. – Pero primero sé de alguien a quien le gustaría escuchar muchísimo tu voz.

Un hombre alto y fuerte aparece detrás de él, quita mis grilletes solo para ponerme otros más ajustados, mis cadenas son cambiadas por unas esposas y me pone de pie, arrastrándome consigo.

Roma: pasión y balasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora