Poeta de medianoche

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Eres...

El sol, a través de tus ojos

La seda, enredada en tu pelo

La miel, derramada en tus labios

El viento, soplando en tu risa

Las estrellas, titilando en tus dientes

La luna, brillando en tu piel

El agua, corriendo en tus sienes

La música, sonando en tu corazón.

Eres... Las nubes y el cielo, el calor que anhelo.

Eres...

Ese fue el primer poema que escribí para él.

Estábamos sentados en el balcón de un café, era media noche y después de semanas tratando de enamorarlo, por fin me había dicho que sí a una relación entre nosotros.

Ni siquiera había planeado las palabras o, para el caso, las había escrito en papel. Las tejí en mi mente y recité cada verso junto a su oído con voz baja y la cadencia adecuada en mi entonación.

Le dije lo que era, lo que sentía, lo que veía cada vez que mis ojos se posaban en él.

—Es precioso —dijo, mirándome con los ojos dorados como el sol, como el verso primero de aquel poema. —Gracias.

—Es sólo lo que pienso y siento.

—No deja de ser hermoso, Yoongi. Me haces sentir especial.

Él era especial.

Brillante en su existencia, suave y dulce y una completa armonía.

Ya lo amaba y aunque no podía decírselo tan pronto, me aseguré de hacérselo saber con verdades veladas escondidas en un poema.

—¿Te gustaría caminar conmigo hasta mi casa?

Éramos novios, oficialmente y aunque eran cosas comunes de una relación, que me pidiera ir con él me sorprendió gratamente.

Dimos cada paso en sincronía, como las silabas estratégicamente ubicadas en una rima y admiré cada rayo de luna que se posaba en su piel, como en otro de los versos que antes le recité.

***

—¿Cuándo me escribirás un nuevo poema, Yoongi? Como ese primero en el que me comparaste con todas esas cosas hermosas en el mundo.

Estábamos en el parque. Sentados bajo un viejo árbol junto al estanque. Miré al camino más allá del agua, al pequeño bosque a un lado de este, a la gente que pasaba, ausente en sus pensamientos, como hormigas. Al reflejo de la luz del día en el centro del estanque y luego a los ojos miel que me miraban a la expectativa.

Si bien habían pasado unos meses desde el primer día, se sentía igual que en aquel café; y si, tal vez, no había vuelto a dedicarle mis rimas, no significaba que no tuviera ya mil poemas dedicados a él. Guardados en las páginas amarillas de un antiguo diario en el fondo de un cajón. Versos forrados en cuero marrón y viejo y adornados con los pétalos secos de una marchita flor.

Miré el estanque de nuevo y luego en mi corazón. Empujé a Jimin a la orilla del estanque y detrás de él, de nuevo, en su oído susurré:

—Mira el agua.

Poeta de medianoche |YM|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora