no podía estar bien eso, pensaba atsushi. que dazai lo consolara cada vez que volvía de una misión de muerte era algo que no debía suceder. lo mismo con lo que lo llevaba allí en primer lugar, es decir, ese sentimiento extraño de amargura que pesaba como plomo en su corazón cuando se daba cuenta de lo mucho que estaban manchadas sus manos con sangre, todo por cumplir diligentemente las órdenes que el mismo dazai le daba. a atsushi ya no le alcanzaban los dedos para contar todas las vidas que hubo tomado. cuando pensaba en eso, se sentía peor.
atsushi llevaba mucho tiempo allí, en la mafia, así que no lograba entender de dónde venía su pesar, ese incómodo y lacerante sentimiento que lo invadía tan pronto ponía un pie fuera del campo de batalla, y a veces un poco antes.
siempre era lo mismo: un llamado de dazai; una tarea en la que no podía permitirse fallar; el recordatorio de que alguien tenía que perder en el enfrentamiento, sean los enemigos o él; desesperación; miedo a morir, miedo a no ver a dazai nunca más; bruma en su mente; sangre en su boca, en sus garas; otra misión que salía bien; la sensación de que algo estaba y siempre estaría mal, terriblemente mal.
y luego volver a la base, buscar a dazai, dar el informe; recibir un elogio, una sonrisa indescifrable, una mirada vacía; esperar a que dazai le dijera que se retire o se acerque, suspirar de alivio cuando elegía la segunda opción.
entonces, nada más que obedecer, aproximarse hasta donde dazai le permitiera llegar; aguardar el contacto, temerlo, desearlo; dejarse caer en sus piernas y recostarse contra su pecho para sentir su corazón que late, la única prueba de que todavía existía algo que vivía en él.
por último, tratar de ignorar -inútilmente- los recuerdos, los pensamientos malos; reprimir las ganas de llorar; preguntarse si algún día podría acostumbrarse a todo esto...
preguntarse por qué no lo había hecho aún.
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dazai solía detener sus caricias y alejar sus manos de él abruptamente, como si saliera de un trance o despertara de un sueño. cada vez que eso sucedía, la primera reacción de atsushi era creer que debería hacer algo al respecto, tal vez reprochar, suplicar o lamentarse, sin embargo, él no hacía nada así, no tenía derecho alguno. la mayor parte del tiempo, atsushi se engañaba a sí mismo y pensaba que estaba bien, que era suficiente el hecho de que dazai no lo hubiera apartado de su lado, al menos no tan pronto. no todavía.
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siempre, un segundo antes de que dazai alejara su corazón de su corazón, atsushi sentía el impulso débil y tonto de preguntarle por qué. un por qué general, que le diera en respuesta el motivo de todas las cosas. pero atsushi nunca tuvo el valor, el atrevimiento de cuestionarle así. y tal vez, suponía ahora, era mejor de esa manera. tal vez su corazón, que era débil y tonto también, no habría soportado el saber la verdad.
a pesar de todo, el silencio entre ambos y su propia falta de certezas no fueron impedimento para que atsushi dejara de formular interrogantes en su mente, sobre todo cuando se hallaba así, tan cerquita y, al mismo tiempo, más distante de dazai que nunca.
quizás, si atsushi hubiera tenido menos miedo o más valor, habría podido preguntarle a dazai muchas cosas.
preguntarle, por ejemplo, si sabía de dónde provenía su propio apego por la vida, y por qué, en cambio, él siempre había querido morir. y si esa diferencia tan grande entre los dos fue una puerta o una barrera en esa extraña relación que tenían y que se hubo estancado allí.
preguntarle sobre el futuro; por qué nunca pudo visualizarlo en él, por qué le afectaba tanto. y sobre ese preciso momento; por qué lo acariciaba como si lo consolara, por qué lo abrazaba como si estuviera despidiéndose.
preguntarle si estaba en sus planes hacer que lo necesitara tanto. para qué.
y por qué siempre lo hizo sentir así, querido y miserable al mismo tiempo.
y si lo sabía.
y si le importaba.