Capítulo 40: La cacería

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Brianna

"¿A quién no le gusta una buena cacería de golfas? Hagan que la zorra asesina de Brianna Ivanova no quiera vivir por lo que hizo".

El sonido de los truenos, hizo que despegara la vista de la pantalla de mi teléfono, en donde antes me había detenido para leer aquellas palabras otra vez en medio de la madrugada, perdiéndome en las reclamaciones y divagaciones, dejadas por una persona sin nombre ni rostro.

Eran las cuatro de la mañana y había dormido poco o nada en las pasadas horas. ¿Por qué seguía devanándome la cabeza por cosas sin sentido?

No lo sabía.

Pero por primera vez, luego de mucho tiempo, no me puse de rodillas y clamé a los cielos por perdón.

Comprendí que yo no había sido la responsable de ninguna cosa inhumana. Nunca le había pedido a Alec que hiciera aquellos actos aberrantes por mí y, sin embargo, durante meses me sentí culpable, hasta que las revelaciones detrás de la muerte de Aleksandra llegaron y con el paso de las horas y los días, mágicamente la culpa también se había ido, dándome el empujón que necesitaba para cerrar el ciclo, en donde me había autoimpuesto como penitencia pedir constantemente a Dios por no evitar su muerte.

Aleksandra era una persona mezquina y horrible. Tal vez Susan tenía razón y había un origen torcido detrás de ello, tal vez también era cierto eso de que nadie nacía malo, solo nos corrompíamos en el proceso por el mundo frívolo y terrenal.

Una muestra de ello, lo tenía a diario cuando me miraba al espejo, viendo mi propio reflejo dañado. Me había convertido en una persona lasciva, mezquina y rencorosa. Lo que siempre había temido en convertirme, lástima que no había tenido una oportunidad real de enfrentar a Leksa sin tenerle miedo a las consecuencias.

Había tocado el infierno con mis propias manos, jugado un juego desconocido con las reglas impuesto por otros, tanto, que agradecía que me subestimaran, porque desde ese momento, iba a cambiar la partida a mi favor.

Cortando el hilo de mis pensamientos, me levanté de mi cama y me dispuse a preparar todas mis cosas, para después dirigirme al baño de los dormitorios. A esa hora era normal que los pasillos se encontrasen oscuros desiertos, pero le tenía más miedo a los monstruos de la vida real que a aquellos que se escondían de forma onírica y sugestiva en las sombras.

El trayecto se hizo corto, mientras bajaba las escaleras, hasta que llegué al piso destinado donde se encontraban los baños. No había rastro de ninguna estudiante haciendo fila para usar las duchas, cosa que me reconfortó. No quería lidiar con el estruendo y la multitud ansiosa tan temprano.

El sonido del campanario que avisaba el comienzo del día no sonaría sino hasta las seis de la mañana, por lo que me tomé mi tiempo y la mayor cantidad de agua caliente posible para aliviar los nudos y la tensión localizada en mis hombros. Luego de asearme, me concentré en mi aspecto: mi uniforme perfectamente colocado, el moño que hacía las veces de corbata estaba en su sitio y mi cabello estaba alisado a la perfección.

Una vez estuve lista y encaminada para dirigir mi regreso hacia el dormitorio, un carraspeo viniendo desde las escaleras captó mi atención.

—¿No es muy temprano para estar despierta, señorita Ivanova? —El cuerpo menudo de la hermana María, acompañado de su aguda voz, se hicieron presentes poco después frente a mí.

La sorpresa me embargó, ya que no era usual que la novicia, o alguna de las religiosas, fuera a esas horas al edificio donde se encontraban las habitaciones femeninas, menos que hiciera la caminata de supervisión usual por los pasillos.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora