-Capítulo 3-

28 3 0
                                    

Marinette llegó a una calle solitaria y volvió a su forma civil. Tikki salió de los aretes y descansó sobre sus manos.

—Olvidaba lo agotador que era esto. —Suspiró, rendida. Pero Marinette se sentía especialmente mal. Le dolía todo el cuerpo y la cabeza, el tobillo, todo. Como si hubiera recibido la paliza siendo Marinette y no Ladybug.

—¿Necesitas..

—Algo de comida, pueden ser galletas. —Sugirió y Marinette asintió.

—Vamos a casa, te daré algunos croissant.

Marinette se dispuso a seguir su camino, pero el tobillo le jugó una mala pasada y el dolor aumentó. Soltó un quejido y se sostuvo de la pared.

—¿Marinette?

—Estoy bien, Tikki. Me torcí el tobillo en la escuela y me duele, pero estará bien. —Sonrió.

—Está bien. Por cierto, ¡lo hiciste increíble para ser tu primera vez como superheroína! sabía que podía confiar en ti, Marinette.

—Me sentí increíble, Tikki, me sentí valiente, capaz, invencible. —Dijo con emoción. Tikki sonrió, pero luego recordó aquello y la sonrisa se le borró de golpe. Todo estaría bien, el maestro Fu encontraría la solución a todo, ¿cierto?

Siguió caminando, Tikki se veía cansada, así que decidió pasar a una tienda cerca a comprar galletas con muchas chispas de chocolate, específicamente pedidas por su kuami. Ingresó a la tienda, contando las monedas que tenía en el bolso que colgaba desde su hombro y terminaba hasta el costado de su cadera, pero todas se le cayeron cuando chocó con alguien, sintió un dolor en la cabeza.

—¿Otra vez tu? ¿eres como un imán de golpes o algo así? —Levantó la vista, observando los ojos verdes del chico que le dió un paraguas y la llamo petite lumière bajo la lluvia. Sintió un cosquilleo al tenerlo enfrente, le agradecería.

—Yo...

—Sé que eres una niña estúpida, pero en serio debes tener más cuidado. Odio que la gente me toque. —Tomó la bolsa negra que el señor de la tienda dejó en el mostrador, y se dió la vuelta. Marinette apretó los puños con coraje.

—No tienes que ser un imbécil. —Adrien giró sobre sus talones, incrédulo luego de escuchar aquellas palabras de la azabache. Ella lo miraba con las mejillas enrojecidas de coraje y sus pequeños puños apretados.

—No tienes que decirme que hacer. —Contraatacó.

—No me importa lo que hagas o dejes de hacer, mientras no sea con mi persona. —Marinette se dió la vuelta, pero Adrien la sostuvo por el brazo.

—No te atrevas a dejarme con la palabra en la boca. —Ahora el molesto era él. ¿Cómo esa niña se atrevía a dejar así a Adrien Agreste?

Marinette se safó del agarre de un jalón.— No te atrevas a volver a tocarme.

Las personas en la tienda los miraban sorprendidos. Reconocían a Adrien por el modelaje y por los comerciales en los que participaba por obligación. A Marinette no la conocían, pero debía ser alguien importante para sacar de quicio así al joven Agreste. Pero ni siquiera Adrien lo entendía, ¿por qué perdía el tiempo discutiendo con una niña estúpida? ¿por qué le daba el poder de sacar lo peor de sí?

Ella no era nadie.

Él se dió la vuelta y salió de la tienda. Marinette no podía creer que había sido el mismo chico que la cubrió con su sudadera y le había dado un paraguas para no mojarse. No podía ser, no. Suspiró y fue a pagar las galletas.

Al salir de la tienda, una vez más, el dolor punzante del tobillo la detuvo por completo.
Adrien, como todo un acosador, estaba en la parte de enfrente de la tienda, lo suficientemente lejos para no ser observado, pero a la vez, lo suficientemente cerca para observar. Plagg, escondido dentro de su blazer blanco, se reía por lo bajo. Sabía que eso pasaría, sabía que el maestro Fu volvería a hacer de las suyas con los portadores de los miraculous de la creación y la destrucción. Pero también sabía del pequeño gran inconveniente que tendría Marinette al utilizar el miraculous de la creación.

Marichat: El inicio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora