Cuando tenía seis años, recuerdo los maravillosos eufemismos que mezclaba Richard con sus cuentos en las noches que mamá espiaba por el rabillo de la puerta, adorando a su esposo y a su hija. Yacía ahí hasta que mis párpados caían y el beso de buenas noches alegraba su corazón.
Hubiera dado lo que fuera por ese momento. Por otra noche más así, alegres y despreocupados por un futuro desastroso. A la par que sus letras se volvían más exaltadas y llenas de pavor, las mías crecían en elegancia y atracción. Quería seguir su camino y enganchar a las personas con el don de mi escritura.
Ése destino se vió interpuesto por su traición y error. Por su desvergüenza y cobardía para no afrontar lo que tantas noches se afanaba por recordarme: enfrentar lo que no fuiste en el pasado y alejar del futuro lo que quisiste en el presente. Su latente recordatorio se convirtió en parte de mi alma. En mi dolor.
Y así aprendí a no confiar en los príncipes azules ni en los cuentacuentos nocturnos. Se volvieron salvajes, capaces de causar un dilema inconcebible en mi corazón del que no saldría bien parada. La mentira fluyó a la par, protegiendo lo poco que me quedaba.
Lo único que me quedaba del incendio de mi alma era ella: Elizabeth. La amaría y la cuidaría como él no pudo hacerlo. Daría todo lo que tuviera para salvarla, incluso si eso implicaba convertirme en lo que más repudiaba. En la injusticia misma.
—Kleine—acaricia con soltura el hombre.
Mis ojos no dejan de mirarlo cuál praxis. Mi corazón aplasta mi caja torácica. Mis manos tiemblan de la confusión, o de la ira.
Debería de haber compasión en los tres pares de ojos que prestan una delicada atención a mi figura. No la hay, y tampoco llega a sorprenderme como lo esperan. Subo lentamente lo que queda de mi cordura y analizo detenidamente la situación. Sus palabras.
—¿De qué habla?
A pesar de que lo sé, espero a que hable. Sonríe con complacencia y su dentadura se asoma hasta hacerlo parecer viperino.
—Vamos, mausi, nunca pensé que serías tan quisquillosa con la verdad.
Muerdo mi labio. Nada es más desesperante que tantear el territorio de alguien a quién no conoces. Es su primer error, susurro. No es apto hablar sin labia ni favores, otro punto a favor del cretino de mi padre.
Alzo la mirada y enderezo mi espalda—Habla claramente.
Sonríe, de nuevo, complacido. Los que yacen a su espalda se relegan a un segundo plano que no les favorece, su tensión me lo dice. Somos el viejo y yo, mirándonos como presas listas para atacar.
—No es un secreto la naturaleza de tu padre—con una de sus manos retira el mechón que cae de mi frente, no lo detengo—tampoco la tuya, por mucho que te afanes por esconderla—acerca su boca a mi oído—tan sólo eres un peón más de éste juego, no quieras ser también un daño colateral.
El latido de mi corazón se vuelve frenético de nuevo. Tiene razón en algo. Mi propia naturaleza no es un secreto siempre que se vea en acción, pero ésta no es la ocasión. Ni yo la conozco, y tampoco me aterra conocerla siempre que lo que salve sea más de lo que pierda. Y ya no hay nada que me quede salvo la mujer que me protegía de un mundo cruel y de sus elecciones equívocas.
No había perdido mucho en comparación a otras personas, pero fue suficiente para despotricar en contra del destino. Tenía una rabia incendiaria, capaz de arrastrar hasta el más inocente. Y no concordaba con mi sentido de justicia y respeto, pero eran mis propias contradicciones las que me mantenían a flote. No siempre tenía que seguir la verdad si se interponían mis sentimientos.
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El vals del mafioso
AksiyonUna ciudad gobernada por un mafioso. Un gran vals en camino. Y muchas presas por conquistar ... o atrapar.