one shot

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Soy Francis, y en 1969 tenía 11 años. Vivía en un pequeño caserío rural de calles angostas y empedradas, donde los servicios básicos como luz y agua potable brillaban por su ausencia. Eran tiempos desesperantes, donde la supervivencia se volvía una batalla diaria.

En aquel oscuro rincón del mundo, la disciplina era implacable, especialmente para mis padres. Nos ordenaban acostarnos y levantarnos siempre a la misma hora, en un intento por mantener cierto orden en medio del caos. A las nueve de la noche, las velas y lámparas de aceite se extinguían, sumiéndonos en un abismo de oscuridad.

Recuerdo vívidamente una noche en particular, donde la negrura era tan densa que parecía devorarlo todo. Me encontraba sola en mi habitación, una estancia sombría con una minúscula ventana que apenas dejaba pasar un murmullo de luz lunar. Mis hermanos, José y Pedro, compartían la habitación contigua.

Mientras me preparaba para sumergirme en el sueño, un suave susurro del viento se filtró por la rendija de mi ventana. En un instante, ese viento sutil se materializó en algo más tangible, más cercano... dentro de mi propia habitación. La temperatura cayó en picada, envolviendo todo en un frío helado que penetró hasta los huesos. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y el miedo se adueñó de cada fibra de mi ser.

Instintivamente, me cubrí con las sábanas hasta la cabeza, tratando de encontrar algún tipo de refugio en la oscuridad opresiva. En ese silencio sepulcral, solo se escuchaban los sonidos lejanos y discordantes de sapos y ranas, como si anunciaran la llegada de algo innombrable.

Entonces sucedió. Un roce frío y fantasmal acarició mis pies, seguido de un viento siniestro que sopló en mi rostro. Con una fuerza sobrenatural, mis sábanas fueron arrebatadas de mi cuerpo y se elevaron hacia el techo, flotando en un baile macabro antes de caer al suelo, lejos de mi alcance. Quedé petrificada, incapaz de moverme o de emitir un solo grito. La oscuridad se convirtió en mi enemiga, y el terror en mi cruel opresor.

En un acto desesperado, reuní todas mis fuerzas y me lancé a correr, tropezando con obstáculos invisibles en la negrura absoluta. La ausencia de luz me confundía, pero mi instinto de supervivencia se abrió paso en medio del caos. Finalmente, logré encontrar la salida y, sin pensarlo dos veces, comencé a gritar.

Mis padres, con velas encendidas, acudieron a mi llamado. Mis hermanos, igual de aterrados, se despertaron sobresaltados. Pero cuando les conté lo que había ocurrido, quedé en shock al ver que nadie me creía. Mi padre me recriminó, regañándome por perturbar a mis hermanos con mis historias de fantasía. Mi madre, con una mirada de compasión mezclada con incredulidad, me abrazó tratando de calmar mis temblores.

Aquella noche traumática quedó grabada en mi mente durante años, un recuerdo imborrable de lo inexplicable. Sabía en mi corazón que lo que había experimentado era real, pero nadie más parecía dispuesto a creerme. El evento paranormal se convirtió en un secreto oculto en lo más profundo de mi ser, temiendo que si lo mencionaba, sería tachada de loca o fantasiosa.

Con el tiempo, mis padres tomaron la decisión de vender nuestra casa y mudarnos al pueblo más cercano, en busca de mejores oportunidades y una vida más cómoda. Dejé atrás aquel episodio aterrador, pero la oscuridad siguió siendo mi enemiga. Nunca más pude conciliar el sueño sin una luz que me protegiera de lo desconocido, dejando una lámpara de aceite encendida como un amuleto de protección contra las sombras que acechaban en la oscuridad.

Años después, aún siento un escalofrío recorriendo mi espina dorsal cuando recuerdo aquel suceso sobrenatural. Aquella presencia invisible, fría y malévola que se atrevió a adentrarse en mi habitación, dejando tras de sí un rastro de terror y duda.

Desde aquella noche fatídica, he aprendido a temer a la oscuridad en todas sus formas. Ya no puedo cerrar los ojos sin sentir una mirada inquietante acechándome desde la penumbra.

A veces, en las noches más tenebrosas, aún puedo escuchar el susurro del viento, llevando consigo ecos de aquellos eventos sobrenaturales. Las sábanas arrancadas de mi cuerpo y la sensación de ser observada persisten en mi memoria, como cicatrices emocionales que se niegan a desvanecerse.

Hoy, cuando miro hacia atrás, me pregunto qué fue lo que realmente sucedió en aquella noche extraña. ¿Fue un espíritu maligno, una entidad sobrenatural ? ¿O fue simplemente producto de una imaginación desbocada y temores infundados? Las respuestas siguen eludiéndome, ocultas en las sombras de un pasado que se desvaneció en el tiempo.

Una cosa es cierta: la oscuridad nunca será amiga de la luz. Por eso, mantengo la luz siempre a mi lado, iluminando mi camino y desterrando las tinieblas que amenazan con envolverme.

Y así, en mis días y mis noches, sigo adelante, llevando conmigo la historia de aquella experiencia sobrenatural, un recordatorio de que en los rincones más oscuros del mundo, existen secretos que desafían toda explicación racional.

"Un misterio en la oscuridad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora