—¿Qué significa Domaris? —me preguntó Enzo un domingo de finales de febrero, tumbados en el suelo de su habitación mientras leíamos cada uno un libro, escuchando la lluvia golpear los cristales de las ventanas de la habitación.
Giré la cabeza, encontrándome con su mirada. Mis pies daban a un lado de la habitación, y los suyos, al contrario, haciendo que nuestros ojos, prácticamente del mismo tono marrón pardo, colisionasen en el medio de la recta divisoria que formaban nuestros cuerpos. Dejé el libro abierto sobre mi pecho, con las páginas contra mi camiseta de algodón.
—Es de un libro —respondí. Él también dejó en segundo plano su lectura, centrándose completamente en mí— The Fallen of Atlantis, de Marion Zimmer Bradley. Era el libro favorito de mi madre cuando era joven. Domaris era la reina de la Atlántida. Al menos según el libro.
—Es muy lindo —dijo.
—Seguro que a mi madre le alegra saber que apruebas su elección —me reí, mirando al techo blanco.
—¿Ella también te dice Doma?
—No. Siempre me llama Domaris. Le gusta el nombre entero. Mi aita a veces sí me dice Doma.
—¿Aita? —preguntó, confundido.
—Mi padre —aclaré—. Así es como se dice en euskera.
—Ah. ¿Y mamá?
—Ama.
—Amá y aitá —dijo, acentuando las letras que no eran.
—Lo pronuncias como alguien de Donosti —me reí.
—No entiendo —se rio él también.
—Es otra localidad del País Vasco. Depende del sitio, el idioma cambia un poco.
—Lo encuentro re difícil.
—Ya, yo también.
—¿Todos te dicen Doma? —volvió a preguntar varios segundos después.
—Sí. Si no es Domaris, me dicen Doma.
—¿Nadie te llama Aris?
Lo pensé durante unos instantes. No podía recordar que alguna vez me hubieran llamado así. Siempre había sido Doma.
—Hmm... No. Creo que no.
—¿Me dejas decirte Aris? Capáz que sea un toque personal, ¿viste?
Volví a girar el rostro para observarle. Él seguía en la misma posición. Me sonreía con esa sonrisa tan suya. Tan Enzo. Le sonreí de vuelta.
—Un toque personal —repetí.
—Sí, bueno. Solo si vos querés, obvio.
—Aris —dije, probando la palabra. Asentí, estirando el brazo para poder retirarle un suave mechón oscuro que tapaba parcialmente su ojo izquierdo—. Me gusta.
—A mí también.
—¿Y si yo te digo En?
—¿En? —repitió, soltando una carcajada.
—Es que tu nombre ya es corto —espeté, riendo también.
—Me podés decir como quieras.
—Enzito —me burlé.
—Si querés.
—No, Dios, es horrible... Y si te digo feo.
—También podés —asintió—. Aunque todos sabemos que es puro cuento.
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hielo y sal | enzo vogrincic
FanfictionCuando su mejor amiga le pasa a Domaris un minúsculo extracto de guion para una película en plena cuarentena, la joven de veintidós años no puede evitar pensar, "menuda tontería". Cuando Domaris lee esos cinco párrafos de diálogo con los que siente...