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Habían realizado ya varias Incursiones desde aquella secreta conversación que el menor había escuchado. Por suerte o por desgracia, ninguno de los inmunes había logrado dar con radioactivos, aunque el miedo era palpable entre ellos, por lo que Horacio estaba seguro de que tampoco le estaban poniendo demasiado interés en aquella falsa misión que les habían encomendado.

Y sabiendo lo que sabía, lo agradecía.

Las Incursiones se habían vuelto algo más lentas, ya no solo porque el foco de atención había cambiado, sino también porque ellos mismos se habían tenido que adaptar.

La forma de hacer aquello más creíble, según el Gobernador, era proveerles de nuevos trajes, unos más apropiados para la lucha cuerpo a cuerpo, más duros e incapaces de atravesar tan facilmente, pero, a su vez, mucho más pesados. El menor se sentía como el protagonista de una película de ciencia ficción con aquello puesto, pero al menos agradecía la buena figura que le hacía, y no solo a él.

Volkov tampoco había insistido mucho en buscar radioactivos. Tal y como le había dicho a Horacio unos días antes, era un hombre de costumbres, por lo que prefería centrarse en los suministros. Al de cresta le ardía la sangre solo de pensar en que cada palabra del ruso era una mentira dedicada enteramente a él, pero se veía obligado a callarse y mantener un perfil bajo.

"Contrólenlo, o tendré que hacerlo yo", había dicho el Gobernador.

Cada palabra, cada decisión, cada acción del menor venían dadas por aquella frase que tan incrustada estaba en su cabeza. Veían a Horacio como una amenaza, alguien de quien el mandamás del Arca se desharía sin pestañear ante el más mínimo deje de rebeldía.

—Horacio, ¿me estás escuchando?— la voz del ruso le sacó de sus pensamientos que, ante la mirada de incógnita del menor, repitió— Decía que tenemos que buscar refugio, está anocheciendo.

El de cresta emitió un gesto afirmativo y siguió caminando a la par de Volkov, buscando con la mirada algún sitio que les pudiera acoger aquella noche.

Hacía un par de Incursiones que habían abandonado por completo Washington DC, pues todavía debían seguir las normas en las que se había establecido la idea de variar las rutas, y las pocas edificaciones que estaban encontrando eran pequeñas casas derruídas que apenas se mantenían en pie.

Los minutos pasaban rápidos y ninguno de los dos inmunes lograba encontrar nada lo suficientemente seguro, hasta que la oscuridad se adueñó del lugar. No podían arriesgarse a encender las linternas, así que, en cuanto la vista comenzó a fallar, trataron de guiarse con lo que sus manos tocaban.

—Volkov— llamó el menor en un susurro al no encontrarle. Apenas le había perdido de vista unos segundos—¿Volkov?

Continuó caminando por aquel bosque, achinando los ojos cada vez más, notando la tensión apoderarse de todo su cuerpo al no localizar a su acompañante.

Tuvo que ahogar un jadeo en cuanto notó a alguien tocarle el brazo.

—Estoy aquí, he encontrado algo.

Aquel gesto en su brazo podría haber terminado en cualquier momento, Horacio podía ver, aunque con dificultad, a Volkov, y esta vez si le seguía no le iba a perder. Sin embargo, el mayor fue deslizando aquel tacto de forma suave hasta llegar a la mano del de ojos bicolor.

—Sígueme.

El agarre de ambas manos se afianzó en cuanto el peligris comenzó a andar. Horacio no podía negar que se encontraba gratamente sorprendido. Si bien era cierto que las cosas habían cambiado entre ellos y que había logrado obtener la confianza de Volkov para sentirse cómodo con él, nunca habían tenido ese tipo de gestos tan...íntimos.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora