Abrí la maltrecha ventana de mi departamento, con un marco de madera agrietado por el tiempo y la humedad, percatándome de que, en la canaleta oxidada de abajo, había nacido un hermoso césped. Desde mi piso, tenía la mejor vista, un cálido paisaje compuesto por los cables y cuerdas con ropa interior, hamacados por el viento fresco de primavera. Me encanta esa estación, lleno de nubes gigantescas, mariposas y otras alimañas voladoras. Corría por toda la habitación, apurado por no llegar nuevamente atrasado al restaurante. Si bien, mi trabajo era insignificante, ser copero era un arduo trabajo, incluso pudiéndose atrasar todo el servicio, si es que no llego. Espero llegar bien a la hora.
—Aarón! De nuevo atrasado, ¡si sigues así te sacaré de una patada en el culo de este lugar!—lo siento jefe, usted sabe que el tráfico es un caos en esta ciudad...—¡colócate el maldito delantal!, y ponte a lavar la pila de trastes que tienes acumulados.
Ese día terminé mi turno a las nueve de la noche, e iba nuevamente atrasado, hacia el hospital. Tomé el primer taxi. Al acercarme a la entrada, el guardia me saludó, ya que por el tiempo que pasaba por ahí, ya éramos casi amigos. Subí el ascensor hasta el piso 7, en un cartel verde donde se leía "pacientes críticos". Me encontré con Anna, la enfermera, e hizo una leve sonrisa, amistosa y cálida. A veces me preguntaba si iba al hospital por ella o por el enfermo que tenía postrado. Ella, con su rostro con ojeras pronunciadas, algunas manchas e irregularidades en sus rosados pómulos, quizá por alguna peste en su infancia, era perfecta desarmonía. Ciertamente estas peculiaridades podrían convertirse en aspectos poco atractivos para algunos, pero para mí lo hacían único, descuidado por los turnos nocturnos, y una alimentación en base a cafés y alguno que otro snack de dispensadores, era una bendición que tuviera una figura bien parecida.
Mientras ella me pasaba la libreta de visitas. Escribí mi nombre en la deteriorada carpeta. Aarón H. Feldman, hora 10:12 pm. Las casillas de las hoja de papel estaban vacías arriba de la mía, imaginé que nadie lo venía a visitar a menudo, solo yo. Al pasar a la habitación, me di cuenta que era un cadáver viviente, delgado, con la piel seca y arrugada, manchada por la avanzada edad. Mi padre siempre fue un hombre terco, arreglando las cosas a gritos, golpes y arrebatos. No quería ir a verlo, lo hacía para no sentir la culpa de abandoanrlo a su suerte. Siempre estaba conectado a esa máquina, lleno de cables, tubos y suero, con su corazón latiendo con debilidad. Me preguntaba a que se aferraba.
—no te ves muy bien...—hace tiempo que no me vienes a ver Aarón, ¿cuántos días han pasado ya?—solo fueron 3 días Alejandro, tuve que quedarme haciendo turno extra en el restaurante.—¿aún estas en esa pocilga? ¿Cuánto sacrificamos con tu madre en esa universidad?—bueno, trabajo para cubrir tus medicamentos, aunque te cueste creer, ahora no eres más que un saco de lastima, no sé porque no te mueres ya, aunque este último año que has aguantado, ha servido para ahorrar dinero para tu ataúd.
Una tos grave y desgarradora interrumpe la conversación, haciendo que la enfermera asome su cabeza con un rostro preocupado.
—todo está bien, gracias —le contesté con una sonrisa forzada, haciendo que nos deje a solas nuevamente.—¿por qué no mejor ahorras dinero para sacarme de este lugar? Deja que tu padre muera en unlugar digno.
—creo que uno muere acorde a lo que vivió ¿no crees padre?
La enfermera tocó la puerta, aludiendo a que el horario de visita ya había terminado, apuntando con su mirada al reloj que marcaba las 10:30 pm.
—bueno padre, te veré cuando te vea, cuídate.
No contesto nada, solo desvió su mirada en la empañada ventana de la habitación, dejando ver las luces nocturnas de la ciudad. La enfermera cerró la puerta y le pregunté cuando terminaba su turno.
—tienes a tu padre agonizando, ¿y aun así quieres salir conmigo? — miré tristemente al piso.—Tengo turno hasta la madrugada, si quieres, puedes esperarme enel bar que está por detrás del hospital.Enseguida, entré a aquel bar, esperando una enormidad, olvidandome de la razón de mi espera. Un ruido de campanita delató la entrada de Anna. Estaba con su típico traje celeste y un gran abrigo felpudo. Era una noche fría y húmeda. En las horas que la esperé, había tomado un par de vasos de güisqui, así que estaba un poco ebrio. No sé porqué hice eso, pero siempre que veía a mi padre me ponía de mal humor, y por el prolongado tiempo que pasé en el lugar, olvidé el motivo de mi espera.—¡Dios! estas hecho un desastre, mejor me marcho —La agarre fuertemente de la muñeca.—¡Por favor no!, ¡¿tú sabes por qué voy a ese hospital?! No voy por ese viejo decrépito, voy por ti, tú me has hecho vivir nuevamente, ¡eres lo único que me mantiene de pie!—por favor suéltame, no quiero seguir conversando y prefiero tomarme un café en el hospital.— sé que mis sentimientos no son recíprocos, pero solo el hecho de que estés conmigo me satisface, deja que sea parte de tu vida, ¡aunque sea un momento!— en ese instante me explotaba la cabeza, y por lo estresante de la situación, empecé a marearme poco a poco.—Aarón, ¿no vez que todo esto es una ilusión? Estas borracho y sabes perfectamente que estaconversación está pasando solo en tu mente, ni siquiera estoy aquí en realidad...—no te entendiendo Anna.— mira esas paredes y luces por ejemplo ¿no te parecen raras? Miré fijamente las lamparas que colgaban del techo. —no, son solo luces, y ladrillos.—ladrillos de palabras Aarón.— te pareces al estúpido rabino de mi padre, no sabes cuanto tiempo me tuvo leyendo sus libros de cábala o talmud hasta el hartazgo, por favor, no quiero te marches.—Tranquilo, pronto nos encontraremos, y no será necesario separarnos más, ya que siempre nos encontraremos, te veré cuando te vea.
No sé si Anna se había ido, pero en algún momento de mi borrachera cerré los ojos, y en la mañana siguiente ya estaba en el departamento. Era sábado, y no había nada más que hacer por la estrepitosa noche anterior. Miré hacia la ventana, abriéndola con más dificultad que de costumbre, pero ya no había nada. Solo había un blanco brillante. Cerré los ojos, y al abrirlos me encontré en un pálido vacío, abandonándome completamente aquella ventana que sostenían mis manos. Traté de hablar, pero no me salía la voz. Por la desesperación del momento, perdí el equilibrio y caí lentamente de espalda, fundiéndome con el espacio blanco, esperando a transformarme en nuevas palabras, ahí supe que era una ficción. Mi padre y Anna eran tan irreales como yo, éramos la misma persona, la misma tinta que se escurría en las pálidas páginas que me componen, ahora sabía de lo que Anna estaba hablando. Sin embargo, no entiendo para qué sirvió mi vida, mi experiencia y mis anhelos por Anna. Aunque ahora solo recuerdo el sentimiento de quererla a mi lado. Me resigné, y reconocí que soy solo eso, emociones, construido para satisfacer caprichos de lectores, frustraciones de oyentes y ambiciones de escritores. Espero ahora estar en la mente de cada uno de ellos, no sé si como Aarón, pero tratando de entender mi propia existencia, inmortalizada por las palabras que me componen hasta aquí.
Aarón H. Feldman.
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Hombre de Papel
RomanceAarón y Anna se encuentran por primera vez, en una situación desafortunada. Aarón espera que se puedan encontrar nuevamente, y así será.