Las ofrendas parte 14

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«A LA DIOSA MEDA:
Que esta tribu os dé tanto placer como me ha dado a mi. Permitid que esta tribu os recuerde una lección que hemos aprendido de la misma diosa: el amor a los orígenes hace ganar la batalla. A pesar del peligro.
Con mis mejores deseos,

GAISHA LA GRASIENTA.»

El señor Dumuzi un día, cansado de los maltratos por parte de los guardias de la luz hacia la tribu de Judá, fue a refugiarse en los bosques de otoño de Brindaban, descendió hasta la orilla de un pequeño estanque para acercar la mano, mojarse el rostro y quizá beber unos tragos de agua, pero justamente cuando va a meter la mano al estanque, se percata de que hay algo ahí y se queda viendo fijamente al agua. Lo que está viendo es a una mujer. Es el reflejo de una mujer en el agua, una mujer esbelta vestida únicamente con un abaya largo y un velo arcoíris cubriéndole el rostro y el cabello largo que le llega hasta la cintura. Al caminar junto a ella pudo notar el perfume, un perfume dulce. La mujer lo guio hacia las regiones del norte del planeta, y acercándose a ver de qué se trataba, el hombre se topa con que ahí hay una estación completamente en ruinas. Al voltear la mujer ya no estaba, pero este seguía escuchando la voz dulce y el aroma perfumado. Fue de este modo que Dumuzi, utilizando una nave de la estación en ruinas, consiguió escapar del planeta, lejos de las garras de Babilonia.

Aunque todo es una leyenda propia de la religión de Amara, Meda no puede dejar de pensar en esta historia, ni tampoco en la idea de escapar de todo, escapar de la Carrera de la Muerte, del dominio de Babilonia, de la gira que le esperaba, de todo.

Sujeta el termo con ambas manos, aunque el calor del té se perdió hace un rato en el aire helado. Tiene los músculos tensos de frío. Si apareciese una jauría de cervales ahora mismo, no tendría muchas posibilidades de trepar a un árbol antes de que la atacasen. Tendría que levantarse, moverse y dejar que la sangre volviese a circularle por las extremidades, pero, en vez de hacerlo, se queda sentada, tan inmóvil como la roca que tiene debajo, mientras el alba empieza a iluminar el bosque invernal. No puede luchar contra la órbita elíptica de aquel planeta, sólo puede observar con impotencia cómo la arrastra a un día que lleva semanas temiendo.

A mediodía estarán todos en su casa temporal de la Ciudad de Uruk: los periodistas, los equipos de televisión, incluso Leah Shapira, su antigua acompañante, recién llegados a la tribu de Judá desde Babilonia.

Se pregunta si Leah seguirá llevando aquella ridícula peluca dorada repleta de trenzas o si habrá elegido otro color antinatural que lucir en la Gira de las Guerras Floridas.

Habrá más gente esperando, varias personas listas para atender todas sus necesidades en el largo viaje en la nave. Un equipo de preparación que la pondrá guapa y con un toque de fulgor religioso para sus apariciones públicas. Su estilista y amigo, el monje Fidencio, que diseñó los maravillosos trajes que hicieron que los peregrinos se fijasen en ella por primera vez en la ceremonia inaugural de la Carrera de la Muerte.

Si estuviese en sus manos, intentaría olvidar la Carrera de la Muerte por completo, no hablaría nunca de ellos, fingiría que no han sido más que un mal sueño. Sin embargo, la Gira de las Guerras Floridas y la muerte de Krishta hacen que su deseo resulte imposible. La han organizado en un momento estratégico, justo cuando una chica de la tribu de Judá se ha ofrecido como niña índigo, tomando el lugar de un chico, como si Babilonia pretendiese mantener el horror vivo y cercano como una advertencia para aquellos que intentes rebelarse. El experimento religioso de la Carrera de la Muerte si que se ha desviado de su propósito original que es supuestamente: Dar una lección de supervivencia reflejando la crueldad propia de los humanos, incluso desde niños, para convertirse en una religión propagandística que intenta someter a los opositores del gobierno. En las tribus no sólo se ven obligados a recordar la mano de acero del poder de Babilonia una vez al año, sino que, además, los obligan a celebrarlo. Este año ella y Amin son una de las estatuas del Partenón. La gira comenzó con las tribus de Neftalí, Rubén, Gad, Dan, Aser e Izacar, hasta terminar con Zabulón, Leví, Manases, Simeón, Benjamín y Judá.

La carrera de la muerte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora