Prólogo

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Los bosques al sur de Scull, compuestos principalmente por coníferas, iban dejando paso a los de tierras más templadas. La brisa que corría desde el norte era fría, pero Torrent sabía que pronto se derretiría toda la nieve y entraría, de pleno, la primavera. Las tierras fronterizas solían ser las mejores para los agricultores cazadores, regadas por los afluentes más apartados del Tryng y lejos de los frentes más fríos del invierno. Eso solía ser.

-Estoy cansado de matar lobos hambrientos.

Gutrum, a su lado, asintió. Con los ojos fijos en un matorral, Torrent apretó su lanza. Era un lobo muy grande, pero famélico. Sintió una punzada de compasión, pero recordó que un lobo hambriento no dudaría en matar y comerse a cualquier aldeano. Aquello era necesario. Así, recostados contra la brisa, esperaron el momento justo. Cuando el lobo estuvo un poco más cerca, Gutrum se movió con agilidad y clavó su lanza en el costado del animal. Torrent tardó una fracción de segundo en reaccionar, inseguro. Esa pequeña duda fue suficiente para que el lobo, motivado por uno de los instintos más antiguos, alcanzara el brazo de Gutrum con sus fauces. Torrent reaccionó, sus manos se movieron con certeza y enterró la lanza, casi hasta media asta, entre el hombro y el cuello del animal. El lobo gimoteó y suspiró, soltando el brazo de Gutrum a medida que su vida expiraba.

-Hmmm. -Ese pequeño quejido fue el único sonido que emitió Gutrum. El regordete muchacho nunca se quejaba. Sus pequeños ojos parecían un mar en calma y tan solo la mueca leve en su boca revelaba el dolor que sentía. Torrent pensó en ponerle un vendaje, pero el muchacho ya lo estaba haciendo. Por un momento, le recordó a su hermano mayor. El chico era un verdadero hombre del norte. Él, en cambio, no se sentía siempre así. Conocía las viejas historias, portaba la espada con la que su tatarabuelo llegó de las islas, pero estaba domesticado por la buena tierra.

-Eres un chico valiente, Gutrum. En serio. -El muchacho sonrió un poco, no mucho.

Ambos tomaron el camino de regreso a la villa, que cortaba por los campos de trigo del viejo Arick y cruzaba el arroyo. Él cargaba en su cintura la cabeza cercenada del lobo, mientras Gutrum llevaba una de sus patas. Aunque Torrent había matado al lobo, no se sentía orgulloso. El muchacho pudo haber muerto. Gutrum no parecía pensar en lo que acababa de ocurrir, observaba todo el prado, caminando con pasos resueltos y con una pequeña sonrisa. Realmente era un muchacho, no tendría más de 14 años. Torrent envidió su entereza, siempre se sintió muy débil para este mundo. A sus 22 años había participado en batallas y peleado en refriegas, tan solo para demostrar que no estaba cagado de miedo. "Tal vez eso sea una forma de valentía", pensó, pero no se sintió mejor.

Cuando bajaron el arroyo, el agua fría chisporroteó sobre las calzas de Torrent. La brisa del norte siseó entre los árboles, causando un escalofrío en Torrent. ¿O sería otra cosa?

-Hey, Gutrum. ¿No siente algo extraño?

-No -Dijo el muchacho-, el viento del norte.

-Sí, tienes razón.

Cerca de la delgada línea de árboles que separa el riachuelo de la aldea, observaron la sombra inclinada de los troncos ante la luz del atardecer. Torrent piensa en la fortuna de haber cazado al lobo antes del anochecer. Cada vez hay más bestias hambrientas cerca de las granjas y los informes hablan de criaturas demoníacas deambulando por los pantanos de Orson y cruzando los bosques nuevos. Justo al entrar en esa última espesura, escucharon un sonido lejano, como de tambores. En medio de este ruido, una voz.

-Torrent, Gutrum...

-¿Quién habla? -Dice Torrent, preocupado. Gutrum se limita a mirar alrededor. A esa hora, el interior del bosquecillo de la aldea era bastante oscuro, por lo que les costó enfocar la vista en la silueta que les adelantaba. Su nombre era Gyda, la pequeña hija de un artesano, pero se veía diferente. En ese momento tendría que estar en su casa, jugando con sus hermanas, o tomando un tazón de leche tibia. En cambio, estaba de pie en medio del bosque. Su cabeza estaba levemente inclinada hacia un costado, con el cabello enmarañado sobre el rostro.

-¿Qué haces aquí? -Dijo Torrent, con las piernas temblorosas.

La chica no respondió. Levantó la cara y lo miró fijamente. Sus ojos resplandecían con un brillo rojizo. No se escuchaba nada más en el bosque que el eco de los tambores, que parecían salir del mismo suelo. No percibían el canto de los pájaros, el zumbido de las aves, ni el crepitar de las hojas con las carreras de las ardillas. Tan solo aquel maldito eco... y la voz.

-Torrent, Gutrum...

Ella seguía repitiendo los nombres, pero su boca no se movía. Aquellos ojos rojos los miraban fijamente, cuando las sombras de los árboles se hicieron espesas, como si se tratara de brea.

-Torrent, Gutrum...

Esa voz se fragmentó en miles de voces, de diferentes tonos, resonando en los oídos de Torrent. Con el miedo enganchado en el abdomen, sin importar que la chica fuera la pequeña niña de un campesino, Torrent la apuntó con una lanza. Sus manos no podían quedarse quietas, amenazando con soltar el asta. Gutrum no se movió un centímetro.

-Es una niña. -Dijo el muchacho.

-No lo es.

Entonces sucedió. Las sombras densas salieron andando de entre los árboles, con ojos rojos y brazos largos, danzando alrededor de la niña. Ella miraba fijamente a Torrent, con una sonrisa extraña, que se ampliaba cada vez más y dejaba ver unos dientes filosos y pequeños. El aire estaba en pausa, sin ningún olor, tan solo un frío que helaba hasta los huesos. Torrent seguía apuntando a la niña con su lanza, tembloroso, cuando ella saltó sobre él. La lanza se ensartó hasta la mitad en su diminuto cuerpo, pero ella siguió manoteando, riendo como una demente. Rompió el asta con sus propias manos y se arrancó la punta ensangrentada de la lanza.

-¡Gutrum! -Cuando volteó, el muchacho ya iba a unos 20 pasos de distancia, alejándose por donde habían llegado. Torrent sacó su cuchillo, preparado para defenderse de la niña, pero ella no volvió a atacar. La pequeña sonreía, mientras las sombras avanzaban con pasos de reptil. Revoloteaban a su alrededor, al compás de los tambores.

Gutrum dejó de correr al llegar a la granja del viejo Arick. Se detuvo, jadeando, con sudor en su frente. No trató de comprender lo que sucedía, pero tuvo la certeza de que no podría tomar el camino de la aldea esa noche. Decidió cortar por el campo de trigo y refugiarse en la casa del anciano o, al menos, en el granero. Cuando se repuso y dió los primeros pasos, escuchó la voz de Torrent. "Gutrum", lo llamaba. Al voltear, estaba a unos pasos, con el rostro inclinado y un brillo rojizo en los ojos. Gutrum no tembló, no dudó, salió corriendo con pasos firmes y sintió el golpe en la nuca.

-Eres un chico valiente, Gutrum. Muy valiente.

Torrent sonrió, con dos largas hileras de dientes pequeños y filosos. Sus manos estaban frías, con un tacto de reptil. Gutrum sintió cómo esos dientes se clavaban en su cuello y su sangre escurrió hasta formar un charco oscuro. El sonido de las mandíbulas golpeando contra el hueso alcanzó hasta la granja, rompiendo el silencio de la noche. Adentro, los niños se apretujaban bajo las sábanas, recordando las viejas historias. Ese miedo, su miedo, era el mismo de sus padres y de los padres de sus padres. Ese mundo, el de afuera, estaba cambiando. 

Ecos Libro I: AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora