He dedicado muchos años a estudiar las historias de estos pueblos, como filósofo, como guerrero y como hombre. He descubierto que el sol sangrante está en sus espíritus. Los hombres están siempre prestos a derramar sangre y las mujeres son apasionadas. Además, se ofenden con facilidad y con mayor facilidad olvidan los agravios ante la perspectiva de una jarra de cerveza, que se suele acabar en otra pelea. Desde el norte salvaje hasta el sur de los cereales, con sus diferentes culturas y religiones, todos tienen eso en común. Aman la guerra, el amor y a su tierra.
Nasir Eyalúbin, consejero del rey Rothar y príncipe del sultanato de Kurman.
Desde la cubierta del barco, Mariz observaba la línea de los árboles. Tenía años sin ver el tupido bosque, el verdor de los árboles en primavera y la neblina que los cubría de mañana. Escuchó el rugir de los remeros al mismo compás al que surgían y se sumergían los remos. Todas sus fuerzas estaban compuestas por isleños del norte, con quienes había compartido vino, pecado y muerte. Se concentró en escuchar los remos de la siguiente nave, perfectamente coordinados con la suya y con la anterior. No era una gran fuerza invasora, pero una vez llegaran a la primera encrucijada del Tryng podrían reunirse con Jarl Hartif y, esperaba, sus fuerzas aumentarían considerablemente. Había esperado ese momento desde hace veintiún años y durante los tres años anteriores se había encargado de preparar la incursión. Las dos naves que el Jarl Horthin le cedió, con unos 100 hombres, abrían el camino por el río.
Sus ojos azules trataban de escrutar la neblina, pero apenas veía las dos naves que le adelantaban. No le agradaba tener que confiar ciegamente en la guía de estos hombres, pero era la mejor manera de llegar a su destino. A sus espaldas, se escuchaban las órdenes que Kjaste gritaba a los remeros. En primavera, bajar por el río Brimm era encontrar al menos a una pareja de ciervos cada cierto tramo, sin embargo la neblina no les permitió verlos. Volteó por un momento y pensó que en el último barco Tötin debía de estar absorto en las mismas observaciones que él, pero con mucha mejor capacidad; que olfatearía el aire y sabría si había o no ciervos en la rivera. Se llevó la mano derecha a la cabeza del hacha, el hacha del rey Borat, y se preguntó cómo estaría Dunhil para esas fechas, cuando en las islas del norte entraba la primavera y los árboles ya habían empezado a botar su escarcha.
Sin duda los bosques no eran tan tupidos y verdes como los del continente, apenas y unas coníferas separadas y arbustos duros para tierras duras. El rey estaría celebrando banquetes en su gran salón, rodeado de hombres y mujeres ebrios, deseoso de ir a la alcoba con su reina y con alguna chica. Si Mariz hubiese estado en Dunhil, se hubiese sentado al fondo del salón, bebiendo cerveza espesa y resistiendo estoicamente las bromas de los hombres ebrios. Con seguridad alguna escudera se le hubiese acercado y, con la soltura que les caracteriza, se le hubiese sentado en las piernas. Él tal vez le hubiese seguido la corriente, bebido un poco más y luego se hubiese largado a dormir. En una noche fría, no se hubiese ido solo. Pero no estaba en Dunhil, sino sobre la cubierta de un barco. Tampoco era de noche y no estaba ebrio. Tötin lo estaría, con la extraña lucidez que le daba el hidromiel. Kjaste se le acercó y le colocó una mano en el hombro. El peso hizo que Mariz saliera de sus cavilaciones. La mano que se posó sobre él era grande, con dedos gruesos como zanahorias, en cambio, cuando volteó, los ojos que le vieron eran pequeños, apenas una línea que dejaba ver el azul del iris. Tal vez a otros hombres les molestara recibir órdenes de Kjaste, pero los isleños sabían muy bien de sus hazañas. Muchos la vieron cortar en dos al Jarl Ynstt, con su espadón, y ninguno quería, al menos abiertamente, cruzar su hacha con ella. Por eso Mariz la eligió entre sus comandantes; los guerreros la respetaban.
-Los hombres están ansiosos por pelear. -Le dijo Kjaste.
-Eso es bueno. Que enfoquen todas esas ansias en remar.
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Ecos Libro I: Azul
FantasyDesde el fondo de la tierra, se escuchan ecos de tambores de guerra. Pocos los han escuchado, pero son presagios de algo grande. En el reino de Andur gobierna un tirano, un usurpador bastardo que asesinó a su padre y robó el trono a su hermano, sirv...